Jazz
Antonio Malacara
La Jornada
Los últimos días de abril los pasamos en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, invitados a presentar el Atlas del jazz en México en
el séptimo Congreso Latinoamericano de Escuelas de Música, presidido
por Mario de Souza y Óscar Stagnaro (por cierto, vamos a presentarlo en
la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes el próximo primero
de junio, pero de eso hablaremos a detalle en unos días. Regresemos a
Chiapas).
Después de salir casi ilesos de nuestro primer enfrentamiento con una
temperatura de 42 grados, y de refugiarnos en la belleza y el frescor
de la catedral, llegamos por fin a la Escuela de Música de la
Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (Unicach). Nunca supimos si
el bálsamo salió de los jardines, de los murales, del ir y venir de los
estudiantes, del nuevo edificio dedicado al jazz, de un auditorio casi
lleno, del vino tinto oculto en un vaso de café o de todo en su
conjunto. Pero el calor desapareció por completo.
Germán Palomares Oviedo, gerente de la estación de radio Horizonte, y
Miguel Pavía, excelente escritor y promotor cultural chiapaneco, me
esperaban en la mesa que suelen llamar presídium. Empezamos, y
de la hora y cuarto apuntada en el programa para esta presentación, nos
extendimos a poco más de dos horas con una interminable y lúcida sesión
de preguntas a cargo de alumnos, maestros, congresistas y visitantes
espontáneos que evidenció el interés, compromiso y poder conceptual de
esta comunidad.
Miguel y Germán respondían y argumentaban y puntualizaban,
complacidos por la atmósfera del momento. Miguel Cruz, director de la
licenciatura en jazz y música popular, y Luis Felipe Martínez, pianista,
coordinador del congreso y fundador de dicha licenciatura, dijeron que
me pasarían copia de esta sesión para poder incluirla en una próxima
edición del Atlas.
Pero mientras tomaba mi vaso de café y notaba la presencia en el
auditorio de varias y muy atentas personalidades: Tom Kessler (de los
mejores guitarristas en este país), Baldomero Jiménez (pianista de
excepción), Fernando Híjar (antropólogo y productor de joyas
fonográficas), Arturo Piña (patriarca del jazz en Chiapas) y demás
etcéteras, me di cuenta de que ahí no estaban ni Patricia Reyes ni Ciro
Liberato. Hice un nuevo recorrido visual y no, no estaban.
Cuando más te notas es cuando no estás. ¿Cómo puede ser tan evidente
la ausencia de alguien? Creo que se debe a que la llegada de Paty y Ciro
a Chiapas, hace 16 años, y la automática creación del grupo Ameneyro,
son un parteaguas en la música chiapaneca en general y en el jazz en
particular. Y eso no sólo lo pienso yo, seguro de que Ameneyro es uno de
los mejores y más propositivos grupos en la historia, toda, de nuestro
jazz. De hecho, en los testimonios de Israel Miranda, Miguel Pavía, Rudy
Maza y Luis Felipe Martínez para el Atlas del jazz en México se
puede leer: “El segundo factor detonante es la llegada a Chiapas de dos
egresados del taller de jazz de la Escuela Superior de Música, del
Instituto Nacional de Bellas Artes en la Ciudad de México; ellos son
Patricia Reyes y Ciro Liberato Ameneyro, quienes llegan a radicar a San
Cristóbal de las Casas en el año 2000.
En 2005, Paty Reyes, Ciro Liberato e Israel Moreno inician talleres de jazz en Tuxtla Gutiérrez y marcan la pauta de lo que será la primera licenciatura en jazz y música popular, creada en una universidad pública en México, esto, con apoyo del maestro Francisco Téllez. Para ese entonces, Israel fue mi relevo en la dirección de la Escuela de Música; él empezó a gestionar, a través de la información que le proveían Paty Reyes y Ciro Liberato, el plan de estudios que les dio el maestro Francisco Téllez.
De regreso a la Ciudad de México le hablé a Ciro y le pregunté por
qué no había ido al congreso en Tuxtla Gutiérrez y, sin vacilar un
instante, me respondió:
Porque estamos vetados de cualquier acto o movimiento que hagan tanto la universidad como el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, a raíz de que Paty y yo renunciamos a la Escuela de Música de la Unicach, hace casi dos años. Desde un principio nos dimos cuenta de que el programa de estudios para echar a andar la licenciatura en jazz y música popular era muy deficiente, así que decidimos dedicarnos solamente al área de música clásica. Pero años después quisieron forzarnos a regresar al área de jazz y tuvimos que renunciar.
Luis Felipe Martínez nos dice al respecto: “No, no, eso no puede
ocurrir aquí; la universidad no tiene ningún manifiesto al respecto. Lo
que sucede en realidad es que ellos nunca se integraron bien al equipo.
Cuando empiezan las diferencias de opiniones y de concepción de ideas…
ellos hacen un manifiesto de que nuestro programa de jazz no sirve, así
de plano. Pero tú has visto que siempre hemos trabajado mucho. Claro que
al principio fue difícil. En la primera generación sólo hubo 26
alumnos, y de ellos sólo se graduaron dos. Pero esto ha ido creciendo,
tú lo sabes. En resumen, si Ciro y Paty no están aquí, es porque ellos
no quieren”.
Dos versiones y una realidad: Ameneyro no estuvo en el congreso y su ausencia fue notoria.
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