Por
Pablo Gómez
Apro
Dice Enrique Peña Nieto que estar contra la reforma educativa de su
gobierno es estar contra México. Le importa menos al presidente de la
República qué clase de reforma es ésa porque lo que busca es poner a la
oposición más crítica y rupturista en la tesitura de tener que estar contra México.
Y como no se trata de ser declarado adversario de cualquier otra cosa,
sino justamente del país al que se pertenece, entonces tenemos una
excomunión no eclesial sino nacional.
La intolerancia de Peña es conocida, pero ese discurso para fustigar a
quienes están contra su política ya fue desorbitado. Parece que para el
gobierno ha llegado el momento de hacer exaltación de la propaganda del
exclusivismo político y la prepotencia, es decir, de la forma priista
de ser. Pero, entre más lo haga, aún menos respaldo tendrá, aunque él no
lo quiera admitir por pura necedad.
El presidente afirma que su reforma educativa llevará a la escuela
mexicana a altos niveles de calidad, de lo cual no se ha visto ni el
inicio.
Ninguna evaluación personal es capaz de hacer mejor a un maestro o
maestra. Lo que en verdad se requiere saber es cómo se encuentra el
sistema educativo y eso es justamente lo que no se sabe bien, mientras
lo que se sabe se oculta.
La escuela pública mexicana va de ser pobre a ser paupérrima. Es
tanto más pobre cuanto más lo son las familias de los alumnos. El
presupuesto educativo se distribuye con una franca discriminación de los
más indigentes de México. Esto nunca ha sido reconocido por algún
secretario, ya fuera de Educación o de Hacienda, pero es una
inconfundible consecuencia de concretas decisiones de gobierno. Y
mientras no se hable con la verdad, aunque sea sólo con la más
fehaciente, no podrá haber reforma educativa propiamente dicha.
La calidad de la educación (término inapropiado, pero de uso común)
se mejora a través de la definición de nuevos objetivos alcanzables, la
priorización del gasto público, la corrección del sistema educacional y
la organización de la comunidad escolar para lograr un desempeño
solidario. Nada de esto se encuentra en la reforma educativa de Peña.
En cambio, se cometen tropelías como la de establecer una
diferenciación de sueldos entre docentes de la misma categoría laboral y
antigüedad en función del resultado de un examen, ahora llamado evaluación. Esa pauta de acción administrativa busca dividir al magisterio en la base, beneficiando sólo a una pequeña parte. A trabajo igual corresponde salario igual
es un principio que se enseña en las escuelas. Sin embargo, eso no es
algo respetable según Peña Nieto y los líderes de un sindicato de
opereta, el SNTE. En realidad, se trata de pura manipulación política
sin objetivos educacionales.
Todo cuerpo docente requiere una preparación incesante, pero esa es
justamente la que siguen sin tener los profesores y profesoras del
sistema de educación básica. La reforma de Peña no ha planteado un nuevo
sistema nacional pedagógico para los maestros y maestras. Al respecto,
todo está igual que antes, es decir, avanza por la ruta de la
mediocridad cuando no del fracaso.
En el fondo del problema educativo se encuentra la misma situación
siempre: la pretensión del Estado de educar a los niños y los jóvenes.
En realidad, el Estado mexicano tiene que ser educado, por lo cual no
puede educar. Lo que debe hacer es financiar adecuadamente el sistema
educativo con el fin de hacer universal el acceso a la enseñanza y dotar
a éste de los instrumentos necesarios. La educación debe estar a cargo
de los educadores. Para esto, no sólo se requieren sistemas propiamente
educacionales sino también sistemas democráticos que promuevan la
participación de los docentes, de los padres y madres de los alumnos y
de estos mismos. Sin embargo, este idioma no lo pueden entender los
actuales gobernantes pues nunca han estudiado el tema ni dan muestras de
querer hacerlo, son políticos convencionales.
Mientras, habría que declararse “contra México” aunque sólo se esté
contra una efímera reforma que no es más que un intento de control
administrativo de la educación básica. En realidad, se trata de una
recuperación política por parte del PRI, en su ropaje de gobierno, luego
de que Elba Esther Gordillo se rebeló y puso changarro aparte.
Convertir al secretario de Educación en el mandamás del sistema
educativo básico, en lugar de una lideresa corrupta, ahora encarcelada,
no resulta ser avance, menos cuando ese puesto lo ocupa Aurelio Nuño,
convertido en educador de México aunque, como ya nos dimos cuenta, no puede distinguir entre astronomía y astrología.
Enrique Peña Nieto, titular del Ejecutivo. Foto: Benjamin Flores
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