El caso del poderoso
cardenal George Pell, número tres del Vaticano, acusado de pederastia y
encubrimiento en Australia, ha vuelto a poner sobre la agenda pública
el espinoso tema de la pederastia eclesial. Pese a los reiterados
llamados al perdón que ha hecho Francisco, la realidad es que no ha
avanzado. Palabras y quizá buenas intenciones que no se traducen en
acciones o medidas firmes que determinen una postura contundente del
Vaticano sobre el abuso a menores por parte de religiosos y sacerdotes.
La revolución fallida de Francisco en materia de pederastia es evidente.
Si con Benedicto XVI se tomaron medidas insuficientes, con Francisco no
ha hecho aún nada contra la pederastia en la Iglesia. Es una patología
institucional que ha hecho mucho daño a la autoridad de la institución y
ha mostrado que está muy acendrada en la vida de la Iglesia.
Hace un año, el libro Últimas conversaciones, el
libro-entrevista de Benedicto XVI, redactado por el periodista alemán y
biógrafo del Papa emérito, Peter Sewald, reconoce que el desafío más
importante que afrontó en su pontificado, fue la pederastia clerical.
Sobre todo, los escándalos que se replicaron a nivel internacional y los
niveles de resistencia tanto en la curia romana como en los episcopados
locales. Muchos reprocharon que Francisco haya incorporado al cardenal
Pell para poner orden en las finanzas de la Santa Sede, con un pasado
tormentoso. Hasta que su posición fue insostenible por la demanda de la
justicia australiana para que compareciera y enfrentara cargos en
Melbourne. En los hechos, se contempla que la lucha contra la pedofilia
que ha encarado Bergoglio no ha sido una verdadera prioridad para su
pontificado. Ha actuado de manera titubeante y parece haber cedido a las
resistencias internas de la curia. Pese a la llamada tolerancia cero
que anunció al inicio de su pontificado y los perdones que solicitó a
víctimas, el Papa está desilusionando a los movimientos de víctimas y
activistas contra la pederastia.
Hace poco, el papa Francisco ha prologado para la versión en español,
un libro que recoge el testimonio de una víctima en el libro de Daniel
Pittet quien, entre 1968 y 1972, fue violado más de 200 veces por el
fraile capuchino Joël Allaz, en Friburgo. El libro se titula: Te perdono padre. El relato conmovió a Francisco que señala en el prólogo, lo siguiente:
Se trata de una monstruosidad absoluta, de un pecado horrendo, radicalmente en contra de todo lo que Cristo nos enseña. Y se pregunta: ¿Cómo puede un sacerdote, al servicio de Cristo y de su Iglesia, llegar a provocar tanto mal? ¿Cómo puede haber consagrado su vida para conducir a los niños a Dios, y acabar, en cambio, devorándolos en eso que he llamado
un sacrificio diabólico, que destruye tanto a la víctima como la vida de la Iglesia? Es preocupante, porque Francisco que levantó muchas expectativas no sólo en cuanto a la prevención del abuso, sino en lo que atañe al castigo para los encubridores; el Papa está lamentablemente desilusionando.
Por tanto, hay una profunda frustración entre los grupos de víctimas
por la ambigüedad de la Iglesia, la oposición abigarrada de la curia
romana y la falta de contundencia del papa Francisco; que han sido hasta
ahora la tónica del pontificado. También ha calado hondo la aparición
del libro de Emliano Fittipaldi, el periodista que encaró un proceso en
su contra por el Vaticano por las revelaciones sobre la corrupción
económica bajo el actual Papa, sobre todo la trama financiera e
inmobiliaria en la que se mueve el dinero de la Iglesia; ahora en la
investigación Lujuria, recoge los casos de abuso sexual del
clero católico. Los cálculos de pederastia, según el reconocido autor,
se extienden a 7 por ciento de los sacerdotes a escala mundial. En
cuanto a los abusos a menores, resulta notable cómo se han multiplicado.
En el Vaticano se han doblado los casos. Registran unos 400 al año cuando hace poco tiempo estaban en 200. Lo malo, además, es la nula transparencia que se da al respecto, un error político, a mi juicio que demuestra el principio de Lampedusa: que algo cambie para que todo siga igual. Podemos saber quiénes son las víctimas, pero no aquellos sacerdotes implicados, denuncia Fittipaldi. Insistimos: Francisco ha hecho muy poco. El pontífice debe pasar de la palabra a los hechos, de las buenas intenciones a los resultados, pues pareciera que prioriza otros campos de batalla.
Sin duda la trama de la pederastia clerical ha desnudado la
fragilidad de Francisco y la flaqueza de sus reformas. Todos los libros
arriba mencionados, denuncian la protección y complicidad de un sector
del clero ante la pederastia. No todos los curas ni todos los obispos
son solapadores, hay en efecto la otra cara de la Iglesia. Pero las
inercias continúan y seguirán haciendo daño a la autoridad eclesial.
En el caso mexicano, el cardenal Norberto Rivera pese a haber
declarado ante la PGR sigue gozando de la impunidad. La PGR se ha
mostrado parcial al negarse a revelar a los demandantes el contenido de
la comparecencia. ¿Qué ha declarado el cardenal? Es un misterio. No
sabemos qué curas son los abusadores, qué condenas recibieron. Cuáles
son las víctimas, cómo se les atendió ni nada. Por la prensa, el abogado
Martínez ha declarado que sólo se han presentado seis casos y no todos
son de pederastia. ¿Dónde están los 15 casos que el propio Rivera
declaró ante la prensa en Navidad de 2016? O van a pretextar como a
Miguel de la Madrid, cuando acusó a Salinas, que el cardenal por edad
tiene una desfavorable situación de salud y confusión. La curia
metropolitana de Rivera, aunque lo niegue y minimice la demanda está
preocupada. No es casual que se haya contratado al abogado invicto Juan
Velásquez, quien se ha distinguido por atender los difíciles casos de
las cúpulas priístas y defender a personajes tan polémicos como los ex
presidentes Luis Echeverría, José López Portillo y Carlos Salinas; al ex
jefe de la policía capitalina, Arturo El Negro Durazo; a Raúl Salinas acusado del asesinato del diputado priísta en aquel año turbule
nto de 1994. También se encargó de asuntos espinosos como el Pemexgate. Algunos lo llaman el
Abogado del Diablo. Sin duda, Dios los hace y ellos se juntan.
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