Mayo 1962, el París de la clase obrera. El mismo año en que el francés Chris Marker realiza su emblemático relato breve La jetée (El muelle), también comienza a elaborar, en colaboración con Pierre LHomme, El bello mayo (Le joli mai,
1963), uno de sus mejores cine-ensayos y también una radiografía muy
original de la capital francesa. El modelo evidente lo había propuesto
ya antes el documentalista Jean Rouch, junto con el sociólogo Edgar
Morin, en su Crónica de un verano (Chronique d’un été,
1961), donde a partir de una única pregunta, ¿es usted feliz?, los
autores indagaban en el verano parisino de 1960 cómo vivían, laboraban o
disfrutaban sus tiempos de ocio un grupo de ciudadanos interrogados, la
mayoría, en la calle; otros, en sus lugares de trabajo. Lo que añade El bello mayo a aquel interesante trabajo de cinéma-verité
es un elemento de poesía urbana y fuertes dosis de humor a una
indagación similar sobre las preocupaciones, prejuicios y anhelos de un
segmento de la población parisina, la clase obrera, que el cine francés
parecía haber desatendido desde aquel protagonismo suyo tan formidable
en los tiempos del Frente Popular, en el cine de ficción de los años 30,
en algunas cintas, hoy revaloradas, de Jean Renoir, René Clair y Julien
Duvivier.
En El bello mayo, las apuestas son novedosas. En lo
estético, el tributo a París se aleja por completo del lugar común y de
la tentación de lo pintoresco. A las tomas de conjunto del paisaje
urbano se suman los acercamientos intimistas a personajes y objetos que
claramente emulan la fotografía de Cartier Bresson, en el detalle de un
anuncio publicitario, en algún elemento hoy desaparecido del mobiliario
urbano, inclusive en los gatos que irrumpen en el cuadro con su
característico modo impertinente, y en los rostros de niños y ancianos
sorprendidos en sus rutinas diarias. En lo político, la apuesta es
todavía más interesante. Chris Marker toma un evidente partido por las
clases populares, sin delatar en ello ningún ánimo panfletario.
Interroga a comerciantes y obreros, a sindicalistas y militantes, a los
inmigrantes árabes, a las modestas costureras y a las amas de casa
sumidas, día a día, en la precariedad; y también, a manera de contraste,
a los jóvenes militares y a los imberbes tiburones de la bolsa de
valores que condicionan su eficacia profesional a su distanciamiento
total con todo tipo de compromiso político. Un personaje reivindica así
su apatía individualista:
Yo no pienso, esa es la sabiduría suprema; como los budistas, prefiero hacer un vacío en torno mío.
Entre las personas entrevistadas en El bello mayo, un
estudiante africano observa con curiosidad a los franceses, los cuales
eran para él, en su terruño colonial, todos blancos y civilizados,
triunfadores por antonomasia. Desde que vive y estudia en París los
descubre diversos, vulnerables y complejos, casi humanos, aunque todavía
inaccesibles y distantes. Marker captura asimismo las polarizaciones
políticas del momento. En la calle, con las heridas del conflicto en
Argelia aún abiertas, y las manifestaciones y la represión policiaca
siempre presentes, los transeúntes discuten y se enfrentan,
irreconciliables. El sonidista de Chris Marker improvisa un dispositivo
para grabar los altercados muy por debajo de la cámara, a ras casi del
suelo. El espectador se sitúa así, sin intermediarios aparentes, en
medio de la disputa. Es el cine directo en su expresión más completa. En
una secuencia reveladora, un obrero argelino altamente calificado
denuncia el racismo que experimenta a diario, advirtiendo en él, ya sin
matices, la envidia y recelo que sienten hacia él sus colegas franceses
mal pagados y resentidos. También aparece un personaje fuera de serie:
el antiguo sacerdote convertido en sindicalista comunista que luego de
un largo dilema entre su compromiso político y su fe católica, elige lo
primero sentenciando:
No tengo tiempo de ocuparme de Dios ni de las posibilidades de su existencia. Una crónica social y política impregnada de poesía urbana.
Chris Marker, el estupendo y polifacético cineasta a quien Ambulante,
gira de documentales dedicó en 2013, en la Cineteca Nacional, una
amplia retrospectiva, tenía la exhibición pendiente de una copia
restaurada de El bello mayo, uno de sus trabajos más
fascinantes, que era hasta hoy también uno de los menos vistos. La
temporada de Clásicos en pantalla grande repara la injusticia en México y
propone a los cinéfilos, este fin de semana, un gran descubrimiento.
Se exhibe en la sala 10 de la Cineteca Nacional a las 18 horas. Se recomienda mucho reservar y comprar en línea: www.cinetecanacional.net .
Twitter: @CarlosBonfil1
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