Hermann Bellinghausen
Qué clase de malvado vieneviene nos trajo a estacionar aquí donde nos encontramos. A la derecha, hágase todo a su derecha, más, más. Ai así. Supongamos sin conceder que la que se considera izquierda, y como tal la humillan y vilipendian los medios mayoritarios de la derecha, es en efecto zurda. Pero uno se pierde cuando el candidato presidencial de Partido de la Revolución Democrática (PRD) sería el nuevo líder de la ultraderechamoderna, mientras Morena, que estaría a la izquierda de sus primos, se alía con un partido cuasi confesional de ultraderecha social vinculado a la muy capitalista teología de la prosperidad, el paramilitarismo genocida en Chiapas, y con intolerancias afines a las que sostienen al actual gobierno estadunidense. Como nunca, los principios valen menos que los votos. Las definiciones ideológicas se desdibujan, vacías de contenido, en una bruma indistinta, pero ideológica.
Esto no es nuevo. Llevamos sexenios viendo congresistas de todas las cachuchas atestar una puñalada tras otra a la economía, la soberanía, la viabilidad del país. O partidos disímbolos conchabados en diversas entidades con espantosos resultados. Los acomodos torcidos, las malas posturas y sus entumecimientos parecen mal menor del pragmatismo electoral de las izquierdas partidarias y subsidiarias. Veamos: partido de líder único, mesiánico en discurso y práctica, dispuesto a aliarse con un partido diabólico por un puñado de votos, Encuentro Social (PES) se suma a Morena, cuyo proyecto económico es extractivista, partiría el Istmo y les daría su chance a los transgénicos. Un neoliberal lo firmaría.
Seguimos considerando de izquierda a Morena y el PRD porque muchísima gente que sí es de izquierda vota y votará por ellos, los menos peores. ¿Cómo le harán en 2018 los que les toque Ricardo Anaya en la boleta? En él, México podría tener al fin un eslabón en la cadena de ultraderechización mundial que causa estragos donde gobiernan o gobernaban socialistas, demócratas cristianos, comunistas, verdes, liberales u Obamas.
El casi correcto discurso de Anaya, claro y elocuente, se fundamenta en críticas a los males nacionales con tino publicitario y escenografía alarmante. Apuntalado en la derecha dura del Partido Acción Nacional (PAN), del jefe Diego para abajo, no es, como se quejan los Fox, Calderón y Zavala, el secuestrador del PAN, sino su rescatista. Se trata, como me hizo notar Tomás Calvillo, de una nueva derecha política que sintoniza con el estilo Marine Le Pen o Ciudadanos, fascistas de nuevo look. Una derecha marcada por el efecto Trump, que a la vez no se desprende de los desfiguros del cavernal Sandoval Íñiguez, sus declaraciones sobre Sodoma y Gomorra en Mexico City y el numerito de autoflagelación callejera que nos vino a recetar a los chilangos hijos del mal que pactamos con gays, abortistas y mariguanos.
Dejemos de momento el asunto de la corrupción presente, pasada y prospectiva de legisladores, funcionarios, gobernadores y candidatos. Cómo estarán de extrañas las identidades que el Revolucionario Institucional (PRI) postula a un panista que no es del PAN, ni del PRI, sino todo lo contrario; militante itamita de hueso colorado (bonito color) bien visto por la banca internacional, capaz de arrancar su gira disfrazado de indio mientras su cónyuge no cesa de presumir una colección de hupiles que haría la envidia de Martha Sahagún, Margarita Zavala y Xóchitl Gálvez.
Los aires de derecha pegan recio en la academia transgénica y la intelectualidad dominante que no desperdicia ocasión para aplicarle bullying a la izquierda por simpatizar con los maestros, Venezuela, Palestina o Cataluña. Con lo de Cataluña el madrileñismo criollo acá se puso re loco, tildando de fascista, reaccionaria y sobre todo imbécil a la izquierda con las mismas armas ideológicas de Rajoy y su rey. Nuestra izquierda diluida y dispuesta a ligarse con la dimensión desconocida resulta blanco fácil de quienes prefieren callar ante Honduras y su fraudulento presidente asociado a través de la iglesia evangélica con el ejército. No todas las democracias los desvelan. Nadie habla de las Filipinas delpopularDuterte, otro espejo que no deberíamos ignorar.
Sólo la vocera del Concejo Indígena de Gobierno, haciéndose oír en un mar de tiburones y candidatos sin identidad, sostiene posiciones todavía de izquierda (y pensar que los indígenas no estaban en la lista de Marx). Oponerse al capitalismo es la única forma de salvar a México (al planeta, cabría añadir), rodeados como estamos por esa derecha que losincorrectos políticosdicen que no existe, mientras la izquierda partidaria es Caperucita en el bosque.
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