Este es un artículo de opinión de Lorenzo
Jiménez de Luis, coordinador residente del Sistema de las Naciones
Unidas y Representante Residente del PNUD en República Dominicana.
Años después, al llegar a República Dominicana y estudiar sus retos
en materia de desarrollo humano, recordé aquel video y concluí que si
República Dominicana, a pesar de su altísimo crecimiento económico
sostenido, de su importante transformación social y de su modernización,
no resuelve el problema del embarazo adolescente, jamás llegará a
alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible en 2030.
Hace unos días, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD) lanzó su Informe Nacional de Desarrollo Humano 2017 consagrado a
esta temática. Este informe se complementa a su vez con otro presentado
por UNICEF y el Banco Mundial en agosto e igualmente con el informe
presentado en noviembre por la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) y
el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).
Los tres documentos conforman un todo global y coherente producto de
una realidad siniestra. Dos de cada 10 mujeres entre los 15 y los 19
años en República Dominicana han estado embarazadas o han sido madres.
El 15,9 por ciento de la población total. Seguramente será un porcentaje
superior habida cuenta que los embarazos empiezan a producirse ya a los
12 años.
Las causas de esa realidad siniestra, someramente descrita, son
múltiples; pero sus consecuencias son claras: baja o muy baja calidad de
vida, escaso bienestar, pobreza recurrente, exclusión.
El vínculo entre pobreza y embarazo infantil y adolescente es claro,
lo que no lo era tanto y el Informe del PNUD pone de manifiesto, es el
costo de oportunidad que el embarazo adolescente tiene para el
desarrollo humano de esas jóvenes. Es decir, las oportunidades que
pierden como consecuencia de esos embarazos o maternidades precoces.
Esta realidad, insisto siniestra, empeora si tenemos en cuenta que
ella tiene un impacto igualmente cuantificable en el joven embarazador,
en el entorno familiar de la niña o adolescente embarazada y por
supuesto también en el o la menor, producto de ese embarazo.
Estamos hablando de la mitad de la población.
La buena noticia empero es que esos efectos espeluznantes que acarrea
el embarazo adolescente no son necesariamente irreversibles.
La tendencia se podría invertir si se introduce de manera urgente una
nueva arquitectura de políticas que incidan e integren la prevención,
así como la mitigación de los efectos por embarazo a través de políticas
de atención y protección. Políticas que aseguren mayores oportunidades.
Una nueva arquitectura en suma que tenga un carácter
multidimensional, que llegue al nivel local (enfoque territorial) y se
implemente a lo largo del tiempo.
Si lo anterior se adopta e introduce pronto, las posibilidades de
cumplir con los compromisos adquiridos por el Estado podrán cumplirse.
Si no es el caso; mucho me temo que estaremos hablando de un país con un
futuro a medias. El de la mitad privilegiada de la población.
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