Madrid, 19 diciembre. 17. Amecopress. Amelia
Tiganus (Rumanía, 1984) es una superviviente. Sobrevivió a la
prostitución, al silencio y a un ideal de felicidad que ella sintió como
“morir en vida”, sabiendo que muchas mujeres viven bajo la esclavitud
sexual. Actualmente es activista de feminicidio.net e impulsora de ‘La
revuelta de las putas’. Sobre todo habla, habla mucho y bien. Habla para
sanar, para denunciar que su historia no es personal, sino que es la
historia de todas las mujeres, para visibilizar el calvario que sufren
las mujeres en el sistema prostitucional y la complicidad de la sociedad
y del “Estado proxeneta”.
Te vendieron por 300 euros a un proxeneta y, sin embargo, tardaste años en darte cuenta de que habías sido víctima de trata.
En ningún momento me identifiqué como víctima de trata porque me
habían convencido de que era lo que yo quería hacer y además, de que era
lo mejor que podía hacer. Estaba en una situación muy vulnerable, bajo
el estigma de la puta desde que sufrí una violación múltiple a los 14
años. Me convencieron de que la prostitución era un trabajo que me iba
hacer rica en dos años. Esta historia se basa en la idea patriarcal de
lo que es el consentimiento y en el engaño. Pasé por más de 40
prostíbulos distribuidos por todo el Estado español, porque los
proxenetas trabajan en red para qué las putas estén nuevas, disponibles,
ya que saben que los clientes pagan porque el producto sea variado y
nuevo. Sufrí violencia sexual, se quedaron con el dinero que ganaba.
¿Y cómo saliste?
Cuando asumí que todo eso era mentira. Que no me iba hacer rica, que
tenía que ser consciente de que no me iba a llevar nada. Había intentado
durante cinco años encontrar apoyo, pero no lo logré. Me costaba mucho
asumir que tenía que salir de allí sin nada, psicológicamente afectada,
a pesar de que tuve la suerte de no enfermar de gravedad. Cuando asumí
que iba a ser pobre y no iba a sacar nada de todo aquello, logré salir.
Tuve la suerte de encontrar un trabajo, en hostelería, en el que estuve
durante 10 años y que ahora he dejado para dedicarme al activismo. Fue
duro, la sociedad no estaba preparada para acogerme, ni para asumir la
reparación, ni para darme comprensión.
“En una situación de vulnerabilidad el consentimiento deja de existir”
Antes hablabas de la concepción patriarcal del consentimiento, ¿a qué te refieres?
No hay que confundir el consentimiento -que además en una situación
de vulnerabilidad deja de existir-, con la resignación. Las mujeres
sentimos mucha culpa cuando somos víctimas de violencia sexual, porque
no lo tenemos claro. En los talleres que imparto en centros educativos,
he podido constatar que las adolescentes sufren mucha violencia sexual
incluso por parte de sus parejas y, a veces, no saben identificarla. Yo
les digo que lo más seguro es pensar desde la emoción: ¿lo he deseado?;
todas tenemos la capacidad de reconocer si lo hemos deseado o no. Esto
choca con la imagen de la “víctima perfecta” que exige el patriarcado.
El lema “no es no” yo lo cambiaría por “si no es un sí, es un no”.
Las mujeres que ejercen la prostitución están
invisibilizadas. Sin embargo, no se reduce la cantidad de hombres de
todos los sectores y de todas las esferas de poder que “se van de
putas”. ¿Hay alguna relación?
El neoliberalismo lo que hace es justificar la violencia sexual
dentro del prostíbulo porque es previo pago. Esa violencia sexual se
entrena en ese espacio seguro que son los prostíbulos, en ese espacio de
ocio, donde los hombres que ejercen el poder -policías, jueces,
políticos, etcétera-, toman decisiones libres de feminismo, donde las
mujeres no tenemos acceso.
Argumentos en el debate de la prostitución
¿Qué argumentos deberían estar en el centro del debate de la prostitución?
Me parece vergonzoso que en el Estado español, con los índices tan
altos de consumo de prostitución, siendo uno de los países en los que
existe más trata, cuyo Estado se ha comprometido para luchar contra
ella, estemos hablando de “trabajo sexual”. Es un acto de crueldad hacia
las más invisibilizadas, que somos las mujeres migrantes, que venimos
de países más pobres, que somos las más vulnerables y las que el
neoliberalismo pone a disposición de los puteros. No hay que olvidar el
componente colonialista, el componente racista, que hace que el putero
español tenga a su disposición rumanas, paraguayas, nigerianas,
colombianas, para elegir. Necesitamos una ley para reparar y defender a
las víctimas.
Por otro lado, la cuestión de la demanda tiene que estar en el centro
del debate porque nos tiene que preocupar mucho qué excita a los hombres
que están a nuestro alrededor. Teniendo en cuenta que se educa en la
pornografía y que no saben diferenciar entre fantasía y realidad porque
así se da en la sociedad, donde todo está hipersexualizado. La
prostitución es el lugar ideal para llevar a cabo esa sexualidad
patriarcal, de dominación, de violencia sexual.
Cuando hablas de poner la cuestión de la demanda en el centro, ¿te refieres al aspecto punitivo o a más elementos?
Hay que plantearlo de un modo integral. Siempre planteo el cierre de
los prostíbulos, porque no podemos sostener que en una sociedad
supuestamente igualitaria existan esos espacios, donde las mujeres
quedan excluidas y los hombres pueden seguir ejerciendo esa dominación
patriarcal sobre el cuerpo de algunas.
Si miramos la prostitución desde el punto de vista de la demanda,
vemos que prostitución y explotación sexual son dos realidades que se
solapan. Es muy difícil ver dónde está la línea. Por un lado, no siempre
es fácil identificarse como víctima si no respondes a la imagen de
“víctima perfecta” de los casos extremos de trata, los que más se ven en
los medios de comunicación. Además, la demanda de prostitución hace que
existan mujeres víctimas de trata.
Estado proxeneta
En tu escrito ‘La revuelta de las putas’
hablas de muchos tipos de violencia dentro de la prostitución: la
sexual, la física, la psicológica y también la violencia institucional.
Dices que el Estado español es un Estado proxeneta.
Si, son muchos tipos de violencia: violencia simbólica, sexual,
psicológica, económica, sociocultural, institucional… Nos sentimos
desamparadas, no nos acompañan, ni nos cuidan, no sólo desde el punto de
vista económico, sino para facilitarnos formación y que podamos
trabajar en otros lugares, tampoco garantizan nuestra reparación. Creo
que los estados necesitan trabajar en red porque también necesitamos
protección para nuestras familias que están en el país de origen.
También está la violencia feminicida y más allá del asesinato, porque
incluso después de asesinadas ni siquiera se nos reconoce como víctimas
de violencia de género.
El Estado proxeneta se lucra con la explotación sexual de las mujeres
que mayoritariamente somos mujeres migradas de países empobrecidos por
este primer mundo, y, maquilla los datos de la violencia al obviar a las
mujeres de otros países más pobres.
Garantizar la protección, la reparación, los derechos de las
mujeres que ejercen la prostitución, requeriría un enfoque distinto de
la inmigración, no de cierre de fronteras ni persecución del delito,
sino de dar prioridad a los derechos humanos.
Claro, por un lado, cuando se habla de víctimas de trata no hay un
solo perfil. La sociedad no sabe qué es trata, existe una vulnerabilidad
muy grande de estas mujeres. La gente no quiere saber más, porque saber
más implica actuar. Existe un estereotipo de las mujeres víctimas de
trata, una imagen de mujer engañada por una red de traficantes y
explotadores, forzada y encerrada, con ataduras físicas. Estos casos
existen, pero son una ínfima parte.
Los casos de trata se están abordando como una cuestión de
extranjería, como un delito que tiene que ver con la protección de sus
fronteras, no como un delito contra los derechos humanos de las mujeres y
niñas. El Estado sigue tratando a las víctimas como extranjeras
sospechosas de algún delito. Creo que el movimiento feminista tiene una
deuda con ellas y tenemos que luchar contra esta violencia atroz.
La necesidad de hablar
¿Cómo decides hablar y que supone esto para ti?
Lo que estoy haciendo me sana las heridas y me da fuerza. En el
camino me he encontrado a muchas mujeres como yo, que han salido de la
prostitución en el más absoluto silencio. Y necesitamos empoderarnos
personal y colectivamente. Después de salir, se nos silencia a través
del estigma y a través de un discurso que contribuye a sostener la
industria del sexo. No se cuestiona nada de fondo. Me encontré a muchas
organizaciones y personas que decían “que hablen ellas” (las putas),
como si fuera una cosa nuestra, no de toda la sociedad. Y entendí que mi
obligación ética debía intentar dar voz a quienes no la tienen porque
viven en un campo de concentración (prostíbulos). Es muy difícil,
desconociendo tus derechos y cuando te han repetido que no vales nada,
articular un discurso para defender los derechos que desconoces.
No podía quedar callada. He tocado puertas, incluso feministas, que
me han dicho que hablemos nosotras, pero que tampoco me han dejado
hablar. Las prostitutas no somos un grupo homogéneo. Mi discurso no va
en contra de las mujeres que dicen que ejercen la prostitución
libremente, yo estoy cuestionando todo sistema prostitucional, desde el
punto de vista feminista no se me puede tachar de moralista ni nada por
el estilo. Y tenemos que salir de ese debate enconado. Sé que mi voz no
representa todas las putas, y también sostengo que en este debate y en
esta lucha deberíamos tener voz todas las mujeres, putas y no putas.
Has dicho muchas veces que el feminismo te salvó la vida.
El feminismo me ha dado respuestas para las preguntas que me hacía
desde siempre. Me ha ayudado a quitarme la culpa, a entender que mi
historia no era sólo personal, por ser Amelia, sino que era social, era
la historia de las mujeres. Eso me hizo quitarme el estigma y entender
que no era yo quien tenía que avergonzarme, por sentir miedo, sino esos
hombres que habían ejercido la violencia sexual sobre mí y me habían
deshumanizado. Ellos, los puteros, los proxenetas, el Estado.
Ser víctima no quiere decir más que hay un victimario que es
responsable. Ser víctima no quiere decir ser un ser inerte. Si algo
hacemos las mujeres en situación de prostitución es ser valientes y
luchar. En el actual concepto de víctima desaparece el responsable de
esa violencia.
También en tus escritos valoras el haber tenido un tiempo para pensar, para reflexionar.
Sí, fue un periodo de reflexión. Rehacer tu vida no es casarse y
tener hijos para vivir con la culpa. Eso era estar muerta en vida.
Despertar fue para mí convertirme en un sujeto político que reclama
reparación para que esta injusticia deje de pasar. Yo había conseguido
una familia, un trabajo y estabilidad económica, pero no podía quedarme
callada y vivir mi felicidad sabiendo que cada día ingresan al mercado
de la prostitución un montón de mujeres que van a pasar por lo que yo he
pasado. Y una de las cosas que más me motivó fue ver a esta sociedad
que calla: los hombres siguen yendo de putas, todo el mundo está
encantadísimo con el sistema prostitucional, mientras la vida de las
mujeres que están dentro no importan nada.
¿Cómo va ‘La revuelta de las putas’?
Después de hablar con las compañeras, vimos que es muy necesario que
esa revuelta sea de todas las mujeres, para quitar el estigma, para
desarrollar una vida digna libre de violencias, para desarrollarnos como
seres humanos y que nuestros derechos humanos sean respetados.
Nuestra intención es crear un relato colectivo, pero os necesitamos, a
las mujeres y a los hombres. Ellos tienen que posicionarse, o se
posicionan con nosotras o son cómplices. La revuelta es una manera de
sanar colectivamente también. Hemos creado un grupo, llamado ‘Las
Resilentes’ y nos estamos formando y empoderando.
Fotos AmecoPress, cedidas por feminicidio.net
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