9/23/2018

Inercias, transformaciones: la cuarta



Gustavo Gordillo/II


La cuarta transformación necesita narrativa y temporalidad.


Tal como está la cuarta transformación en un concepto polisémico, es decir, puede tener tantos significados como interlocutores existan. Desde luego la primera referencia sería quien propuso el concepto para definir a su gobierno: AMLO.

Pero aun así se enfrenta uno con varias acepciones: el combate a la corrupción, a los privilegios, a la impunidad, a la inseguridad. Todos estos términos han sido planteados en los discursos de campaña de Andrés Manuel López Obrador y luego reforzados como presidente electo con iniciativas legislativas de la bancada de Morena.

Con un sistema de partidos colapsado, el discurso y las narrativas juegan un papel crucial como elemento cohesionador. Tanto para las fuerzas favorables al nuevo régimen como para las fuerzas opositoras definirse en torno a la narrativa de la cuarta transformación es indispensable para su propia articulación interna.

Con los mecanismos de intermediación azolvados, las elites políticas y económicas han perdido la capacidad para descifrar las transformaciones que ocurren en la sociedad. Reconstruir esos mecanismos en una sociedad fuertemente segmentada y fracturada exige esfuerzos extraordinarios de todos los actores sociales. Pero el Estado es particularmente clave. Con un Estado debilitado y capturado en algunas franjas del gobierno, la reconstrucción del Estado corre paralela a la reconstrucción de la sociedad y de los mecanismos de intermediación. Es decir, se trataría de construir un Estado de la sociedad.

El traslado macabro de los cadáveres en los tráileres en Jalisco ilustra cómo la deshumanización se ha apoderado de espacios públicos en el país. Regresar al humanismo solidario exige una profunda transformación ética, que debe generarse desde la sociedad. En mi siguiente artículo continuaré analizando el tema de la narrativa de la cuarta transformación.

Epígrafe final


Se acerca lo que para mí es el aniversario luctuoso del movimiento estudiantil de 1968, el 2 de octubre. Su anverso, es decir, el aniversario de la felicidad y de la esperanza para ésta, mi generación, sería el periodo que va de la manifestación del rector a la manifestación silenciosa. Para el aniversario luctuoso tengo profundos sentimientos de dolor y rabia, pero pocas palabras. Prefiero, por tanto, recurrir a un artículo publicado en estas páginas en 2005, en homenaje al centenario de Jean Paul Sartre y al espíritu de 1968. Creo que además es relevante para el momento actual. Protestando porque en la foto de Sartre para conmemorar su aniversario se le había borrado el cigarrillo que con tanta frecuencia fumaba, propuse seis propuestas políticamente incorrectas, de las cuales rescato cuatro:

A) Hay que discrepar en el debate político. Hay que discrepar sin mediaciones ni componendas lingüísticas. Es en la deliberación pública y no en el disimulo donde se pueden ir construyendo puentes de entendimiento común. Discrepar no es mentar madres. Los buenos modales expresan discrepancias profundas. Los gritos y sombrerazos son síntoma de vulgaridad y mediocridad. Los consensos se generan desde los disensos.

B) Hay que sostener el carácter inequívocamente laico del Estado moderno, al tiempo que se promueve un ambiente favorable para el surgimiento de todas las formas posibles de colectividades religiosas, espirituales o ateas.

C) Hay que promover una macroeconomía responsable, centrada en el combate de la desigualdad y la erradicación de la pobreza.

D) Una política articulada en torno a los derechos humanos tiene que partir del combate a la exclusión, reconociendo el carácter plural y multicultural de nuestras sociedades.

Rememoro en Sartre mis años en el París del post 68. Mis pasiones y mis cavilaciones. Mis errores y desviaciones. Mis sueños y mis alegres locuras. Me pregunto: ¿Podremos todavía ser realistas pidiendo lo imposible?

gustavogordillo.blogspot.com/

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