Editorial La Jornada
Hace 17 años el entonces
presidente estadunidense George W. Bush usó una mentira para invadir
Irak e imponer un brutal régimen neocolonial que desde entonces mantiene
a la nación árabe sumida en la miseria y la violencia: el bulo sobre
las armas de destrucción masiva del dictador Saddam Hussein, difundido
entre la opinión pública occidental con la vergonzosa complicidad de los
poderosos conglomerados de prensa anglosajones, sirvió de pretexto para
que en marzo de 2003 se lanzara una ofensiva bélica decidida con años
de antelación.
Hoy, los intereses domésticos del presidente Donald Trump, en
Washington, y el primer ministro Benjamin Netanyahu, en Tel Aviv, más la
insaciable labor de cabildeo de la industria militar que desde la
segunda mitad del siglo XX mantiene secuestrada a la democracia
estadunidense, se conjugan para conducir al mundo a la guerra mediante
una cadena de agresiones encubierta por la fabricación de mentiras en
serie.
La mendacidad de la Casa Blanca y sus aliados alcanzó un nivel de
paroxismo el viernes pasado, cuando Trump pretendió presentar el
asesinato de un alto general iraní en el aeropuerto de Bagdad como una
acción preventiva que buscaba
parar una guerra, no comenzar una.
Como ya se refirió en este espacio, el ataque contra el encargado de
las operaciones de Teherán en el exterior, Qasem Soleimani, fue una
provocación que constituye causa de guerra, y ya habría desatado una
conflagración de gran escala si el agredido hubiera sido miembro de un
gobierno occidental. Además, se trató de una violación absoluta del
derecho internacional, en tanto Soleimani contaba con inmunidad
diplomática durante su presencia en Irak, y un agravio en toda regla a
la soberanía de este país, cuyo gobierno no fue informado del
lanzamiento de misiles en su territorio.
A esta mitomanía se suma un cinismo sin tapujos por parte de Trump,
sus altos funcionarios y sus aliados. Una de las muestras más acabadas
del desparpajo que prima entre los líderes occidentales la dio el lunes
Jens Stoltenberg, secretario general de la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN): luego de una reunión de embajadores de la
alianza, el ex primer ministro noruego respaldó la actuación criminal de
Washington y llamó a Irán a evitar
más violencia y provocaciones. También pueden inscribirse en este registro de cinismo las declaraciones del propio Trump y del secretario del Pentágono, Mark Esper, de que las fuerzas armadas encabezadas por Estados Unidos permanecerán en Irak pese a que su presencia perdió cualquier atisbo de legalidad luego de que el sábado el Parlamento iraquí aprobó la expulsión de todas las fuerzas armadas extranjeras.
El ataque con misiles lanzado ayer por Irán contra una base militar
de Irak que alberga a efectivos de la OTAN (otra instalación fue
alcanzada por proyectiles en un ataque no reivindicado hasta el cierre
de esta edición), en represalia por el asesinato de Soleimani, es la
prevista evidencia de que la temeraria provocación del mandatario
estadunidense no dispersó, y de ninguna manera podía dispersar, las
amenazas contra los intereses de su país.
En cambio, la imprudencia del magnate exacerbó el odio
antiestadunidense que recorre a importantes sectores de las sociedades
musulmanas, y multiplicó el riesgo de una guerra a gran escala en Medio
Oriente e incluso más allá de esta región.
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