Magdalena Gómez
A 26 años de la presencia
pública del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) ejerciendo
su derecho a la rebelión, se impone recordar algunas claves de la
trayectoria que ha marcado la muy prolongada suspensión de un diálogo
que debió concluir con la firma de la paz y el cumplimiento de los
acuerdos que se tomaran en la agenda pactada.
Como sabemos, el derrotero de este proceso fue producto de la
decisión de sabotearlo por los distintos gobiernos, con modalidades que
han llevado incluso a la aplicación de formas violentas. Destaca en ello
sin duda, el ex presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, quien en la
conocida traición del 9 de febrero de 1995 anunció la estrategia de
guerra contra el EZLN que todas y todos conocemos.
Para contener la crisis provocada el Congreso de la Unión aprobó la
Ley para el Diálogo, la Conciliación y la Paz Digna en Chiapas, en la
cual se enfatizó que sus causas eran y son justas, e incluyó una
estructura para el diálogo que involucra no sólo al Poder Ejecutivo,
sino también al Legislativo. En ese ya largo historial cabe destacar que
el EZLN ha respetado el cese al fuego decretado a nivel presidencial el
12 de enero de 1994 y aceptado por esta fuerza política, porque no es
otro el carácter que adoptó al concentrarse en la organización de las
comunidades zapatistas y formar con ellas las juntas de buen gobierno y caracoles zapatistas, experiencia autonómica inédita dentro y fuera del país.
Hoy día parece indudable que la única oposición radical al gobierno
de la llamada Cuarta Transformación es justamente el EZLN. La reacción
del Presidente de la República a su postura expresada el pasado 1º de
enero, está marcada por un lenguaje con tinte personal, en calidad de
ofendido, más que una posición de jefe de Estado. Para el zapatismo y el
Congreso Nacional Indígena parece difícil ignorar que el ex presidente
Carlos Salinas de Gortari en 1994 estaba por festejar la entrada en
funciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y justo en
estos días se está en las vísperas de la firma del T-MEC, con los mismos
países y con disposiciones afines a similar trayectoria neoliberal.
No sólo eso, el salinismo abrió la oleada de contrarreformas con que
se hizo al artículo 27 constitucional y Enrique Peña Nieto las coronó
con las llamadas reformas estructurales. Ese andamiaje está vigente y
hoy no se anuncian intenciones de promover su abrogación. Se está
buscando asumir políticas que moderen sus efectos, en algunos casos.
En este muy genérico contexto, el actual gobierno está empeñado en el
impulso de megaproyectos, como el Tren Maya, el Corredor Transístmico y
el Proyecto Integral Morelos, con toda la cauda de consultas simuladas.
El capital trasnacional es el telón de fondo de los mismos. A ello se
oponen enfáticamente el zapatismo y el Congreso Nacional Indígena. Como
respuesta, el Presidente de la República los descalifica, en especial a
la dirigencia del EZLN, al señalar que es una oposición ideológica y,
ante la pregunta sobre la posibilidad de un diálogo, con cierta
displicencia, señaló:
Sí, que lo vea el Instituto Nacional de Pueblos Indígenas. Ello, al margen de una ley vigente, como la que data de 1995 y de una comisión bicamaral que periodo tras periodo se integra.
Por supuesto, el EZLN desde la otra traición, la de 2001, ni
remotamente ha planteado la reanudación del llamado diálogo, pero el
jefe de Estado bien podría siquiera pensar una estrategia seria que vaya
más allá de enconos ante sus opositores anticapitalistas, o de
emisarios extraoficiales, como el padre Alejandro Solalinde o visitas
simbólicas a la emblemática comunidad de Guadalupe Tepeyac.
Vicente Fox falló en su ofrecimiento de que en 15 minutos resolvería
el conflicto zapatista y se subordinó a la contrarreforma indígena que
violentó los acuerdos de San Andrés.
Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto guardaron silencio.
Hoy no basta con refugiarse en los 30 millones de votos y en las
becas que recibirán en lo individual miles de indígenas. Ciertamente
hace 40 años el Presidente de la República fue un funcionario ejemplar
de la política indigenista. Pero la insistencia en que no se despojará
de sus tierras a las comunidades requiere la prueba de los hechos. Las
comunidades que serán afectadas están definiendo sus formas jurídicas y
políticas de resistencia y el zapatismo acompaña a cualquier costo esta
lucha que, con razón definen, es contra la continuidad del proyecto
neoliberal.
El mismo 9 de febrero de 1995 el EZLN desmintió al entonces presidente Ernesto Zedillo en un comunicado:
Durante años vivimos así amenazados por los grandes señores y sus ejércitos privados. Cansados de esto nos alzamos en armas para exigir lo que es razón de cualquier ser humano en cualquier parte del mundo: la libertad, la democracia y la justicia. El diálogo que pretendía el mal gobierno es teniendo al EZLN de rodillas. Se equivoca, desde el lº de enero de 1994 vivimos de pie. De pie hablaremos o de pie pelearemos, de pie viviremos o de pie moriremos.
La continua dignidad.
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