Ontinyent, Esp.-Está por comenzar el juicio contra Harvey Weinstein,
el productor de cine norteamericano que acosó a mujeres del cine y que
originó el despertar del feminismo en Hollywood. Este hecho dio paso al
“Me Too”, un movimiento de alcance mundial.
Las mujeres que se enfrentaron a este magnate del cine americano
sufrieron y, aún ahora, sufren presiones por parte de los defensores de
este hombre. Pero el “Me Too”, quizás sin buscarlo en sus inicios,
empoderó a las mujeres a denunciar a quienes hasta entonces pensaban que
eran intocables por acosar y abusar de las mujeres cuando y como les
viniera en gana.
Pero este es solo un caso más de los abusos de hombres poderosos hacia mujeres de su entorno o fuera de él.
El pasado mes de
agosto de 2019, el también magnate Jeffrey Epstein fue hallado muerto en su
celda de una prisión de Nueva York, donde estaba por tráfico de menores. Según la Fiscalía
estadounidense, Epstein creó una red para abusar de decenas de niñas en sus
mansiones de Nueva York y Florida, hace más de una década. Se trata de un
hombre poderoso atrapado por sus propios vicios y denunciado por mujeres que
decidieron dar el paso y, de esa manera, llevarlos ante la justicia.
El caso de Epstein también salpica a otro hombre poderoso que, al
parecer, compartía orgías con él. Se trata del segundo hijo de la Reina
Isabel II de Inglaterra, Andrés de York, quien presuntamente ha sido
apartado de la vida pública precisamente por sus divertimentos con
Epstein y por la denuncia formal de una mujer de quien abusó cuando ella
era menor de edad.
El “Me Too” todavía no había nacido cuando la camarera de un hotel
denunció por abuso sexual, allá por 2011, al entonces todo poderoso
Dominique Strauss-Kahn, quien era Director del Fondo Monetario
Internacional (FMI). Este nuevo escándalo por un tema de agresión sexual
puso a este tipo fuera del FMI. Veinte meses después de la denuncia se
llegó a un acuerdo judicial con la víctima para evitar el juicio. El
aparato del patriarcado se puso en marcha para desacreditar la voz de la
mujer frente al poderoso y, al final, no se impartió justicia para esta
víctima.
Pero este no fue su último encuentro con la justicia. Años después,
el patriarcado volvió a hacer su trabajo y la justicia francesa absolvió
a Dominique Strauss-Kahn de un delito de “proxenetismo agravado” por
participar con formas rudas en orgías. Como vemos, se trata de todo un
personaje que se justificó a sí mismo porque “lo hacía porque necesitaba
sesiones recreativas mientras estaba atareado salvando el mundo”. Lo dicho, todo un personaje.
Y el último caso conocido de un hombre poderoso al que una veintena
de mujeres han decidido plantar cara es al tenor Plácido Domingo. A él
lo denunciaron por acoso sexual no una, ni dos, sino casi una veintena
de mujeres. Una de las consecuencias el “Me Too” fue que, en este caso,
la sociedad de los EE.UU. creyó a las víctimas y canceló con él
conciertos e incluso contratos como director de la Ópera de Los Ángeles.
Algo tan fundamental como tomar medidas y creer en las voces de las
mujeres es consecuencia directa de este maravilloso movimiento. El “Me
Too” está poniendo en cuestión los privilegios de quienes pensaban y
actuaban seguros de que no tendrían que dar explicaciones de sus actos y
felonías para con mujeres que no les deseaban, pero que se plegaban a
sus deseos como consecuencia de sus amenazas.
Tampoco podemos olvidarnos del famoso cómico estadounidense Bill
Cosby, quien drogaba a las mujeres con las que quería tener sexo para
poder abusar de ellas; o del escándalo político sexual del ex Presidente
Bill Clinton con la becaria Mónica Lewinski, a finales de los años
noventa.
El feminismo ha vuelto a cambiar la visión de algunos temas. Ha
puesto en jaque los privilegios de estos hombres poderosos que pensaban
que todo se podía conseguir por ser quienes son y que eran intocables.
Las mujeres, gracias al feminismo y al hecho de reconocernos en todas
las mujeres, han levantado la voz. Unas cuantas, bastantes de ellas, han
aprovechado su fama para dar a conocer lo que estaba ocurriendo.
De ahí que sea imprescindible que
las mujeres alcemos nuestras voces para desmontar las formas y los fondos del
patriarcado que nos quieren silenciadas y sumisas.
Pues no. El feminismo nos reconoce nuestra propia voz y nos exige
utilizarla para denunciar situaciones de desigualdad y de precariedad de
todas las mujeres. La radicalidad del feminismo es precisamente esa: ir
a la raíz del patriarcado, denunciarlo y combatirlo. Precisamente por
eso me considero feminista radical, de raíz.
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