Leonardo García Tsao
Como realizador, Clint
Eastwood ha sido ejemplo admirable de tesón y consistencia. A punto de
cumplir 90 años el próximo mayo, el hombre acaba de estrenar su
cuadragésimo largometraje El caso de Richard Jewell, que ha
sido un fracaso de taquilla en Estados Unidos, tal vez porque su actor
protagónico no es una estrella y pocos recuerdan la historia contada.
Durante los Juegos Olímpicos realizados en la ciudad de Atlanta en
1996, el 27 de julio ocurrió un atentado durante un concierto, con una
bomba casera que dejó dos muertos y más de un centenar de heridos.
Fueron mucho menos las víctimas porque un guardia de seguridad llamado
Richard Jewell (Paul Walter Hauser) advirtió la presencia del explosivo y
trató de despejar el área de impacto antes de que detonara. Declarado
héroe por los medios, Jewell pronto se convertiría en lo contrario,
porque el FBI lo consideró un sospechoso viable, asunto filtrado por una
periodista de dudosa ética, Kathy Scruggs (Olivia Wilde).
A partir de esa instancia, la vida de Jewell y su madre Bobi (Kathy
Bates) se vuelve una pesadilla. El agente Tom Shaw (Jon Hamm) está
convencido de que fue el culpable del atentado, y realiza todo tipo de
argucias para hacerlo caer en una confesión, mientras el asedio de los
medios ha alcanzado grados histéricos. Acorralado, Jewell acude a un
excéntrico abogado, Watson Bryant (Sam Rockwell), al que conoció en un
trabajo anterior.
Eastwood narra esa historia del atropello de los derechos de un
individuo por una rama gubernamental y los medios masivos, con su
acostumbradas sencillez y sentido de la indignación. Salvo un flashback y una secuencia onírica, su relato es lineal y sin adornos. Como hizo en el caso de Sully: hazaña en el Hudson (2016) el cineasta se pone de manera inequívoca del lado del héroe investigado por un escrutinio burocrático.
Es evidente que Jewell tenía un problema grave: no tener la
apariencia ni la personalidad de héroe. Siendo un gordo asexuado, que
todavía vivía con su mamá y tuvo problemas en sus diferentes chambas
como guardia de seguridad por su excesivo autoritarismo, el hombre
estaba pintado para ser tildado de terrorista solitario. No ayudaba que
delante de los agentes del FBI, Jewell adoptaba una actitud demasiado
solícita y respetuosa, a pesar de las advertencias de su abogado.
▲ Clint Eastwood, ayer, durante su arribo a los Premios AFI .Foto Ap
Eastwood enfatiza ese aspecto de loser desde la postura
irónica del actor que siempre gozó de presencia heroica. Qué tan
diferente hubiera sido la reacción del FBI y la prensa, si Jewell se
hubiera parecido un poquito a Harry El Sucio. Para ello se ha valido del talento de Hauser, notable actor de carácter que en anteriores trabajos (Yo, Tonya, El infiltrado del KKKlan) se
había especializado en interpretar a personajes de escasa inteligencia.
Aquí sus tics de pobre diablo irremediable lo vuelven irritante a la
vez que emotivo.
De hecho, a Eastwood se le pasa un poco el lado sentimental. Esas
tomas de la periodista Scruggs enjugándose las lágrimas tras escuchar el
testimonio lloroso de Bobi son un forzado intento por redimir al
personaje. Mucho más persuasivo es su lado vehemente. Bien reza una
leyenda en un póster de la oficina de Bryant:
Más le temo al gobierno que al terrorismo.
El caso de Richard Jewell
(Richard Jewell)
D: Clint Eastwood/ G: Billy May, basado en el artículo periodístico American Nightmare: The Ballad of Richard Jewell, de
Marie Brenner/ F.en C: Yves Belanger/ M: Arturo Sandoval/ Ed: Joel Cox/
Con: Paul Walter Hauser, Sam Rockwell, Kathy Bates, Olivia Wilde, Jon
Hamm/ P: 75 Year Plan Production, Appian Way, Misher Films, The Malpaso
Company, Warner Bros. EU, 2019.
Twitter: @walyder
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