Orlando Delgado Selley
Mientras en Estados Unidos
entre los precandidatos demócratas y la intelectualidad progresista se
anima la discusión sobre la pertinencia y posibilidad de gravar la
riqueza, en México el presidente López Obrador reitera que no habrá
reforma fiscal. AMLO afirma que proponerse hacer una reforma fiscal es
neoliberal. Lo verdaderamente neoliberal e ingenuo es proponer que una
forma nueva de acumulación democrática, que se base en un programa
industrializador pueda lograrse con una política económica ortodoxa
neoliberal. Esta política económica ortodoxa planteada por el gobierno
federal sostiene que no se modificarán los impuestos, no habrá
endeudamiento público adicional, se mantendrá equilibrio presupuestal y
una parte del gasto público se desplazará del gasto corriente a la
inversión.
La discusión estadunidense se basa en que en Estados Unidos el
sistema tributario se ha hecho mucho menos progresivo en las décadas
recientes. Los tres impuestos tradicionalmente progresivos: al ingreso
personal, a las corporaciones y a la propiedad inmobiliaria se han
debilitado sustancialmente. La tasa marginal del impuesto federal al
ingreso más alto ha caído desde 70 por ciento entre 1936 y 1980 a 37 por
ciento desde 2018; los impuestos corporativos relativos a las ganancias
han declinado de 50 por ciento en las décadas de los 50 y 60 a 16 por
ciento en 2018 y los impuestos inmobiliarios a la sucesión han perdido
importancia debido a frecuentes excepciones y deducciones. Así,
combinando todos los impuestos de todos los niveles de gobierno, el
sistema tributario estadunidense parece brutalmente plano. Por ello hace
falta regresar a su carácter progresivo.
Las carencias tributarias mexicanas son paradigmáticas. México tiene
una carga tributaria bajísima. En 2017 la carga tributaria promedio de
América Latina fue de 21 por ciento. En Argentina fue de 30.3, en Brasil
de 32.2, en Chile del 20.1 en Uruguay de 28.7 y en México de sólo 16
por ciento. Decidir que la meta de nuestro sistema tributario sea
alcanzar la media latinoamericana significaría que se incrementaran los
ingresos por impuestos cinco puntos del PIB, mismos que habría que
dedicar a proyectos de inversión industriales y de infraestructura.
Estas limitadas cargas tributarias latinoamericanas, claramente menores a
las que prevalecen en los países desarrollados, resultan del proceso de
reducción de la presencia estatal en la economía que aplicaron los
gobiernos neoliberales.
Es cierto que, como parece creer AMLO, en la agenda de reformas
neoliberales del Consenso de Washington se estableció la obligación de
realizar reformas tributarias. Sin embargo, el propósito era ampliar la
base tributaria y reducir las tasas marginales, es decir, reducir los
impuestos para los sectores de mayores ingresos. Por eso, desde que se
implantaron las reformas neoliberales, las personas con los más altos
niveles de ingreso pagan tasas menores que el promedio nacional. En
Estados Unidos, por ejemplo, la tasa efectiva de impuestos que pagan los
400 más ricos es de 23 por ciento, muy por debajo de la tasa promedio
que pagan los estadunidenses. En México, como se ha hecho público, las
devoluciones de impuestos a los grandes contribuyentes reduce las tasas
efectivas pagadas.
El dato importante es que las reformas neoliberales redujeron la
carga tributaria, lo que impulsó decisivamente la concentración del
ingreso y de la riqueza. En consecuencia, desde el punto de vista
fiscal, es decir, desde el ingreso y el gasto público, revertir el
neoliberalismo demanda que la progresividad tributaria se incremente,
introduciendo impuestos que graven también la riqueza. Hasta ahora, en
México con una estructura tributaria muy poco progresiva se cobra
impuestos al ingreso y se mantiene fiscalmente intocada la riqueza. Es
claro que la reducción de los impuestos ha roto el pacto social fiscal
que permitió el crecimiento del capitalismo posterior a la II Guerra
Mundial.
Los años dorados de esta era, con tasas de crecimiento del producto
per cápita inéditas en la historia del capitalismo, se fundaron en que
el estado redistribuyó los desiguales resultados del crecimiento
económico. Gracias a ello, los mercados internos fueron capaces de
absorber los resultados de procesos de producción que incrementaron
exponencialmente las capacidades productivas de los países.
El neoliberalismo estableció que el mercado era capaz, sin la
participación estatal, de distribuir adecuadamente los resultados del
proceso de producción. Lo que hizo fue adecuado para los grandes
empresarios, no para los trabajadores. Superar el neoliberalismo obliga a
una reforma fiscal que entregue recursos al estado, para que éste los
use para mejorar el bienestar general. Así las cosas, el debate sobre la
necesidad de gravar a los más ricos será central en la próxima
contienda presidencial en Estados Unidos, mientras en México la
presidencia sigue pensando que es neoliberal hacer una reforma fiscal.
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