Carlos Bonfil
▲ Fotograma de la cinta del coreano Bong Joon-ho.
Sucios, ricos y malvados. Del
coreano Bong Joon-ho, un cineasta experto en transitar por géneros tan
movedizos y diversos como el cine de horror, el thriller y la comedia en sus obras anteriores, El huésped , Okja o El expreso del miedo , cabía esperar que un título como Parásitos , insistiera, de nueva cuenta, en un relato fantástico de horror.
La sorpresa es mayúscula al constatar que su propuesta es simplemente
la parábola corrosiva y delirante de una soterrada lucha de clases
entre el clan de los Kim, una familia de trabajadores desposeídos,
maquiladores a destajo en la economía informal, y la elite que
representan los Park, una familia que vive en la despreocupación y
frivolidad del lujo minimalista más refinado, muy ajena siempre al
perturbador entorno social que les rodea.
Presentada de esta forma, de inmediato surge la sospecha de
maniqueísmo moral en el tratamiento del asunto, una trampa que un
artista tan solvente y malicioso como Bong Joon-ho sabe evitar
cuidadosamente. En Parásitos , una comedia satírica
sobre la progresiva y muy insidiosa invasión que hace la familia Kim al
territorio doméstico, perfeccionista y pulcro, de los Park, las
apariencias resultan ser muy engañosas.
Desarticulando los prejuicios más comunes, el clan que encabeza Ki
Taek, el jefe de familia de los Kim, no es en absoluto ocioso o
ignorante. Cada miembro del hogar se procura laboriosamente el sustento
diario e incluso el hijo mayor aspira a una educación superior. Frente a
la falta de oportunidades laborales en la sociedad liberal coreana,
simplemente deciden dar el salto de la más precaria supervivencia, a una
estrategia de reacomodo laboral en el seno de una familia rica a través
de la simulación y el engaño.
Su capacidad laboral está por supuesto fuera de duda. Lo que esta
familia de estafadores habilidosos descubre, y a la postre exhibe, es
que las clases encumbradas muchas veces se encuentran en una situación
de privilegio por haber antes practicado, de modo apenas distinto,
tácticas muy similares de estafa, explotación y fraude.
En esta dura parábola social, resulta así difícil distinguir cuál de
las dos clases antagónicas supera a la otra en materia de una existencia
social parasitaria.
Imposible entrar en detalles, sin vender buena parte de la trama,
sobre la manera como la familia Kim se insinúa y se infiltra, como el
agua por los muros, en el plácido mundo doméstico de los Park. Baste
señalar que la faena es ingeniosa y el resultado final tan apocalíptico
como cabe esperar de un maestro del relato fantástico como es el
director de El huésped .
Tampoco puede sorprender la irrupción de elementos de cine gore en
esa suerte de burbuja de la prosperidad, resguardada por un virtual
cordón sanitario, que es el hogar de los Park. Se trata de modo muy
llano del colapso, tan temido como sorpresivo, de las certidumbres
morales acariciadas por élites acomodadas súbitamente conscientes de la
enorme fragilidad de sus conquistas sociales.
El mito neoliberal de un bienestar económico que desde la cumbre se
filtra milagrosamente hacia los estratos sociales más bajos, tiene una
relectura muy irónica en Parásitos , una cinta donde
el malestar social se filtra, perversa y literalmente, desde el subsuelo
de los parias hasta los jardines de una residencia opulenta.
Para relatar esta subversión virtual del orden establecido, el
director coreano recurre de modo soberbio a la comedia, al suspenso y a
un horror meticulosamente calibrado. Los espacios minimalistas high-tech en que viven los Park se transforman paulatinamente en una antesala del infierno.
El desagradable e incierto olor que, para el olfato del respetable
señor Park, despiden sus empleados de confianza, se vuelve un sórdido
tufo irrespirable cargado de amenazas revanchistas. Por el lado de los
Kim no campea, sin embargo, ninguna nobleza moral intrínseca. Ante el
menor descuido de los poderosos, se despiertan en los parias desposeídos
apetitos nada estimables de mezquindad moral y oportunismo.
Ninguno de los dos bandos contrarios escapa así al bisturí de la
sátira social que va escalando el director coreano. Igual de sucios y
malvados pueden ser los miembros de las dos familias confrontadas. Pero
la contienda es, además de entretenida y divertida, muy ilustrativa de
los cuestionamientos sociales que con frecuencia cada vez mayor realiza
el cine contemporáneo.
En una época en que las retóricas liberales multiplican los llamados a
una ficticia unidad social, artistas como Bong Joon-ho remiten a la
complejidad y polarización de los conflictos sociales. Y esa lucidez
suya, lejos de ser denostada, termina incluso por ser recompensada.
Parásitos conquistó este año una merecida Palma de Oro en el
festival de Cannes. Una cinta espléndida. Se exhibe en la Cineteca
Nacional y en salas comerciales.
Twitter: @CarlosBonfil1
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