"Somos nuestra memoria, ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos". –Jorge Luis Borges.
Rita (Ximena Romo Mercado) toma el micrófono en el escenario de un espacio clandestino que se llama El Azteca. Es una cantante punk. Con sus cabellos alborotados y su fleco, a la manera de Patti Smith. Rita canta y su personaje toma una fuerza telúrica. Imposible no recordar la fotografía de Smith en la portada de Horses (1975), tomada por su entrañable Robert Mapplethorpe. Sucede en un espacio en penumbra. Con luces que ciegan. Los jóvenes bailan, se abrazan, consumen drogas. En el mundo de afuera la Ciudad de México se prepara para el Mundial de Fútbol de 1986. Hay un "afuera" y un "adentro",
cortados de tajo entre sí. El del "deber ser" y el otro. El de "las
buenas costumbres" que no terminan de entender que no son "tan buenas" y
el del "everything goes". Por descubrir.
Para estos jóvenes a la búsqueda de una identidad, de un espacio de pertenencia, el "afuera"
no tiene demasiado que ofrecerles. El territorio de las convenciones
contra el territorio de la ruptura. Carlos (Xabioni Ponce de León) y
Gera (José Antonio Toledano) son amigos. Tienen diecisiete años, asisten
uniformados a una escuela solo para varones. Gera es el hermano de Rita. Carlos es el fan pasmado y silencioso de Rita.
Una noche la cantante los invita al Azteca. Son menores de edad, "solo
por esta vez". "Contra todo uniforme", pareciera ser una de las
consignas de esos nichos de la contracultura. A menos
que esos mismos espacios no terminen convirtiéndose en otro uniforme. En
otro grupo que domestica y devora. Depende de cada experiencia, cada
vida.
Carlos y Gera se internan en la noche como en una ceremonia
de iniciación. Una búsqueda identitaria, hecha –necesariamente- de
cristales que estallan. Gera toma sin permiso el carro de su padre. En
la puerta del bar le rompen el vidrio y roban el estéreo. A la mañana
siguiente Rita y su hermano se explican con sus padres como dos "niños buenos". Los castigan y siempre habrá ventanas por donde escapar. La noche gótica abre su ventana que mira hacia Europa y Estados Unidos. "¿Somos creadores o imitadores?", se preguntan algunos. La contracultura "desde Coyoacán", dice una muchacha. "Esto no es Berlín", dice otro personaje, ante una escena que le parece, quizá, pretensiosa e impostada. No es una película con exceso de palabras. Señala. Sugiere. Es una película de pistas y guiños de ojo.
La búsqueda de la singularidad en la diversidad. ¿Qué tan diversa es la diversidad? ¿Qué incluye y qué excluye? La banda va a una tocada en Ecatepec.
Un muchacho se acerca a Gera: "Ustedes son bonitos". "Ustedes también",
le responde Gera con un aire ingenuo. "No, nosotros somos banda,
banda". Y, sí, el punk es también una reivindicación de los tan
distintamente excluidos. Los que no van a escuelas con uniforme. Allí
donde el más allá de los márgenes incluye la precariedad material. Otros
tonos de piel. Los mundos se rozan. La noche regresa cada vez. Carlos
tiene un tío, Esteban, el hermano de la madre. El apoyo de su sobrino y
de su "Sisterna". Esteban (Hari Sama) es una especie de passeur, un
intermediario entre el mundo de la familia y el de la noche. No sabe con
exactitud lo que vive su sobrino, sólo imagina que tiene mucho por
vivir. Así lo acompaña. Sin juicios. Le gustan las motos y los
autómatas. Se estrella en su moto. Una pérdida más, junto a la del padre
ausente. Junto a la de la madre atrapada por un abismo.
La
cámara, como las emociones, se mueve muy rápido. Flashazos. Cuerpos
desnudos. Flashazos. Bailes frenéticos. Flashazos, un joven se inyecta y
se deja caer. El colectivo realiza una intervención en la calle, juega
con los números: 68-86. Los bandazos de la cámara como en una corriente
de consciencia. Como sucede con la memoria. Las drogas ilegales que, sin
embargo, nunca faltan. Las drogas legales que consume la madre de
Carlos sumida en una tristeza infinita. Aparece a veces, como una
sombra. Una dolorosa presencia-ausente. Son los tiempos del abandono.
Carlos se rapó un lado de la cabeza. Llega a la escuela y ya es
distinto. El vértigo de una nostalgia, la del director, Hari Sama. En
una entrevista lo escuchamos decir: "Regresar a esos lugares interiores y
darme cuenta de todas esas heridas que ni habían terminado de
cicatrizar... esos espacios que me llevaron a territorios de oscuridad
que también fueron muy dolorosos". La memoria individual. La memoria
colectiva.
Rita es una figura suave, silenciosa,
llena de fuerza. Hay algo en ella que le permite deslizarse de un mundo
al otro. Escribe poesía que convierte en canciones. Con su uniforme de
colegiala lee en voz alta. El profesor le dice: "Quedamos en traer a un
poeta clásico", ella lee a Patti Smith nutrida en
Baudelaire. Se rebela. ¿Por qué no Paty Smith? ¿Porque es mujer? El
punto de encuentro entre sus mundos. Que la poesía no se quede encerrada
en los libreros. Que corra las calles de ese México que suspira ante un
balón de fútbol. Ximena Romo Mercado es fascinante y
conmovedora. Como una "heroína" de la nouvelle vague. Esos personajes
femeninos disruptivos en busca de sentido. Esos que caminan por el mundo
como si respondieran a un llamado. ¿Qué le significó trabajar en "Esto no es Berlín"? le preguntaron en CineTV: "Es una película
que me enseñó a ser honesta con mi trabajo. A tener una voz como
artista, como creativa, y a defender esa voz. No estar buscando el
proyecto que tiene más exposición. Es más satisfactorio un proyecto que
te habla, en el que crees".
Ximena se formó en La Casa Azul de
Artes Escénicas Argos, después hizo una maestría en Actuación
Contemporánea en la Central School of Speech and Drama en Londres.
Comenzó a trabajar como actriz a los dieciséis años. Recibió en 2017 el
Premio que otorga CANACINE a la Promesa Femenina. Se cumple, "la
promesa". Ha trabajado en teatro y como productora de un cortometraje. Rita es en la película
una antítesis de Nico. El personaje que se presenta ante Carlos: "Soy
como un guía espiritual". El más desolado y solitario de los guías. Se
escucha una voz: "Nuestros amigos se están muriendo y ustedes viven de
fiesta todos los días". Una silueta mecánica de mujer con luces gira en
algún lugar del bar. Personajes sobre actuados con gestos de elegidos.
Ese performance que a veces, es también la vida. El que incluye jugar
con la muerte para vivir como si no existiera. Carlos no ama a Nico.
Gera atraído por un personaje de cabellos largos y ojos grandes, termina
la noche en una sobredosis. Solo. En un baño. Con la aguja colgando del
brazo.
"Una temporada en el infierno" es uno de los poemas preferidos de Patti Smith.
Al final, Carlos y Gera se reencuentran. Es cierto que ya no son los
mismos. Hay verdades muy personales que encontraron en el viaje. "Era
una época de una desconexión muy grande con los adultos", dice Sama.
Entre las aspiraciones y los mandatos de la clase media mexicana y esa
búsqueda empecinada de identidad, que a veces, se transforma en un túnel
oscuro. Del que se escapa por las ventanas. La película ha sido Selección Oficial en el Festival de Sundance, en el de Málaga, Morelia y la Habana y abrió la 67 Muestra de Cine en México.
"Encontrar la propia voz", dice Ximena. En el arte como en la vida. En
ese viaje de iniciación que se renueva. Entre el presente y la memoria.
Honrar la memoria, para liberar el presente.
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