4/04/2020

Una señorita decimonónica en cuarentena



María Teresa Priego

(Diagnosticada como histérica por el célebre profesor Jean-Martin Charcot, especialista, en el hospital de La Salpêtrière, del tan misterioso padecimiento femenino). 
(Noveletta por entregas)
PRIMERA PARTE
Querido diario: 
Corre el mes de marzo. Los bárbaros están por llegar y henos aquí condenados al encierro. ¿Quién querría caer en sus manos? Por la ventana miro la plaza de Saint-Germain, las vendedoras de flores se arriesgan por las calles, quisiera llamarlas, servirles un té y llenar la casa con sus ramos de lavanda. También, me dicen, continúan abiertos los mercadillos. 
La correspondencia se limita a lo indispensable. Intento concentrarme en el trabajo de aguja, apenas lo logro. Por la calle se pasean sobre todo hombres, caminan rápido. Alguna urgencia los convoca. En realidad, en la calle casi siempre caminan sobre todo hombres. ¿Quizá será distinto en el siglo XX? ¿En el siglo XXI? Las sufragistas afirman que antes del cambio de siglo, el voto será nuestro. Son locas y hermosas, no paran de arruinar su reputación. 
Los diarios publican caricaturas tremendas en su contra. Las dibujan arpías, ridículas, con sus familias infelices y destrozadas. Cuando una piensa que Aurore Dupin tuvo que firmar como George Sand para publicar sin arriesgarse. Nos falta todo por hacer, nos falta todo. Y ahora esta cuarentena por la llegada inminente de los bárbaros. 
Estoy llena de síntomas. 
No sé qué corresponde a las enfermedades del cuerpo, y qué a las enfermedades del alma. Una vidente me dijo que me sucede como si viviera en siglos distintos que se entrecruzan. Que los míos son anhelos del futuro. Y por eso, estos síntomas. La ciencia ha avanzado muchísimo, ya no creemos que el útero femenino se desplaza por el cuerpo y nos provoca cantidad de trastornos. El útero está quieto en su sitio. Y yo estoy quieta en mi sitio. Y los agoreros de la desgracia anuncian la devastación. Quisiera tanto conocer otros mundos.
¿Cómo nombrar este desasosiego que me habita?
Querido diario:
Soy Hildegarde y regreso al abrazo de tus páginas. Los rumores afirman que los bárbaros se acercan cada vez más a la ciudad. Apenas puedo creer que circunstancia semejante exista. La angustia crece. La percibo desde mi balcón. La siento en mí. En la correspondencia que recibo. El profesor Charcot me recomienda baños fríos en casa, mi propensión al "mal de nervios" me obliga a mantener cuidados especiales. 
El profesor teme que por causa de este encierro, una crisis aguda quiebre la fragilidad de mi alma, sin remedio. Para no consumirme a mí misma, me receta el consumo de valeriana. Qué situación desgraciada para todos. París tiembla. Sueño con la libertad. Si tan sólo pudiera leer al sol en una terraza en los baños termales de Baden Baden. Esa vida se acabó, por el momento. ¿Cuánto durará todo esto? Todo lo que tendremos que inventar para no ser devorados por el tiempo.
Querido diario:
Pero, ¿con qué libertad sueño? Baden Baden, esa reproducción del París encorsetado, ¿era acaso la libertad? ¿cuál libertad ha sido la mía? No acepté un matrimonio de conveniencia. El entorno de mis orígenes me rechaza. Mi familia se sonroja cuando en las veladas del "gran mundo", escucha mi nombre, intentan explicar mis "desvaríos". Mi "enfermedad de los nervios". Jamás podría haber compartido mi lecho con el señor de Mussignac, su engreímiento y sus horribles partidas de caza. Sólo de imaginarlo con su gorro nocturno, me estremezco.
Quizá en el mundo exista un hombre más autoritario que él, lo dudo. ¿Con quién hablaba cuando hablaba conmigo? Me extendía una invitación a vivir como el personaje femenino de uno de esos circos que tanto apasionaban al escritor Théophile Gautier. Una actriz de reparto, oculta detrás de un abanico. Oculta. En una carpa de lujo, entre sedas, caobas, gobelinos y cristales de Bohemia. Uno de esos graciosos monitos a los que pasean vestidos y alhajados.
Era un destino femenino "afortunado", no lo ignoro, cuando pienso en las mujeres que trabajan en el campo, las obreras, las nodrizas obligadas a dejar a sus hijos para amamantar a los hijos de las mujeres adineradas. Las mujeres que en las calles oscuras tienen que negociar sus cuerpos por unos cuantos luises, sufrir los contagios de enfermedades terribles que embrutecen las facultades mentales. Humillaciones. Golpes. Y, sin embargo, no pude en ningún momento considerar como "afortunado", ese destino junto a un hombre más eficaz que la valeriana, para hacerme dormir.
Querido diario:
No, ni un matrimonio sin amor, ni un convento. La vida religiosa sería también un matrimonio sin amor, dado que no creo que en ningún lado, exista un Dios. Yo sólo juro (en voz baja) por mi heroína Olympe de Gouges y su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. Tengo tanto miedo de mí. ¿Qué pasiones prohibidas me habitan? ¿hasta dónde me llevarán mis deseos? Cuando era niña, me sentaba en el salón junto a mi madre, ella leía y releía Madame Bovary del señor Gustave Flaubert. 
Oh, cuántos pañuelitos de encaje inundados por sus lágrimas. El ruido rítimico de sus faldas cuando se apresuraba hacia las ventanas y colocaba sus puños en los vidrios, como si quisiera estallarlos. Miro hacia el pasado y la recreo con toda claridad: se dirige hacia su gabinete privado, regresa con un vaso de absenta, "el hada verde". Ahora sé cuál era el contenido de esa, su "bebida medicinal" y sé que preparada de cierta manera puede provocar alucinaciones. "Espasmos y temblores". No la juzgo, ¿cómo podría? En Francia la beben decenas de miles de personas, sin esconderse. 
Querido diario:
Mi madre tomaba el lugar de ese personaje de Flaubert: Emma. Se encarnaba en ella –de pie frente a la chimenea, recostada en su cama, sumergida en su bañera– y hablaba con Charles Bovary como si habitara la realidad, estuviera frente a ella y fuera su esposo: "Oh, ¡Charles! ¡Charles! ¿es esta la única vida a la que tengo derecho?" Mi padre nunca la escuchó, por suerte, habría concluido que era una loca urgida de entrar en reclusión. Abundan las mujeres recluidas por sus familias en hospitales psiquiátricos. No puede sucederme, mi abuelo aseguró mi independencia legándome una renta. Dicen que su madre, mi bisabuela, fue casi una esclava de su padre. Quizá por eso. 
También, como Emma Bovary, mi madre pasaba horas en los almacenes. Visitaba el Bon Marché como otras personas visitan el Louvre o la catedral de Notre Dame, en éxtasis casi místico ante los guantes, los vestidos, los sombreros. Lo sigue haciendo. A diferencia de madame Bovary, mi madre eligió el "hada verde" y no la pócima mortal del boticario. Fuimos una familia con suerte.
Y, sin embargo, mi madre, tan marcada por un matrimonio más que infeliz, tan furiosa por el abandono de un marido egoísta y asiduo a las cocottes, tan hundida en el ocio y el aburrimiento, no pudo, no soportó imaginar una vida distinta para mí. La ruptura de mi compromiso con el señor de Mussignac fue el fin del mundo. ¿Qué pensarían de nosotros, de mí? Me convertí en una hija casi arrojada al arroyo, a los peores vicios. No hubo absenta que bastara para contenerla. 
Querido diario: 
Tengo 30 años y no soy ni esposa, ni madre. Una "tragedia" en los tiempos que corren. No me recluiré en un convento. Hay mujeres que viven distinto, muy distinto, pero el deshonor marca sus vidas. Como la señorita Camille Claudel, escultora, amante de un hombre casado y célebre: Auguste Rodin. La señora Rose, esposa de Rodin, sabe de la situación y no puede sino tolerarla. Paul, el poeta hermano de Camille arroja con furia las copas contra las paredes por la conducta "disoluta" de su hermana. Ella sigue su vida. Trabaja día y noche. 
Sólo una vez me le acerqué, caminaba junto al Sena con su gesto distraído, sus cabellos revueltos, su vestido con manchas blancas de yeso. La detuve. Le dije que la entendía, que la admiraba, que en siglos por venir su obra estaría en los museos. Me preguntó si era yo una vidente. No. ¿Acaso lo soy? Sólo respondí: "no serás olvidada Camille, tu nombre se escribirá en las páginas que aprecian el arte, no por el señor Rodin, sino por tu fuego, por ti". Camille Claudel es una mujer libre, una mujer con un oficio al que ama, una gran artista. Yo soy una mujer paralizada por el miedo. Por el miedo a mí misma.

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