José Steinsleger
El cuate de la tienda. La
vendedora de tortillas. La chica de la lavandería. La peluquera sin
clientela. La señora de la limpieza. El conserje orgulloso de que su
nieto será guarura. Su hija con dos niños pequeños, sobreviviendo con lo
del día. El plomero que (¡por fin!) compone el water. La vieja enfermera que me inyecta dicoflenaco, y cuando le dejo saludos a su esposo, contesta, como si nada,
ya se murió.
Todos me han dicho:
Cuídese, don. Aunque no me atrevo a preguntarles cómo se cuidan ellos. Estúpidamente, les digo:
todo lo que sube, baja. En algún momento la pandemia caerá. “ Pos sí…”, responden con resignación.
Realidad distante años-luz de los pensadores mediáticos (¿?). Que
difícilmente caerán, porque son inmortales. Y porque parecería que en la
muerte, la enfermedad, el miedo de los otros, encuentran subterfugios
para aferrarse a su particular visión del mundo. O quizá, un modo de
preservar la dignidad profesional. Sobrevivir pensando, pensar leyendo.
Hete aquí la cuestión.
Leo: “Hans Castorp fue a ver al difunto. Lo hizo en señal de rebeldía
contra el principio del sanatorio de ocultar la muerte
sistemáticamente, porque despreciaba ese deseo egoísta de ignorar, de no
querer ver ni oír nada de los demás […]. En la mesa había intentado
llevar la conversación hacia el fallecimiento del caballero, pero al no
encontrar eco en sus compañeros…”
Sigue: “La señora Sthör se mostró casi grosera. ¿A qué venía sacar
semejante tema en la mesa? […] El reglamento de la casa protegía a los
pacientes para que esas historias no les afectasen en modo alguno…”
(capítulo V:
Danza de la muerte. La montaña mágica. Edhasa, 2008, p. 423).
Thomas Mann (1875-1955) empezó a escribir La montaña mágica
en vísperas de la Primera Guerra Mundial (1914-18). Diez años después,
cuando la publicó (1924), habían muerto 60 millones de europeos: 10
millones en la guerra, 1.5 millones por el genocidio turco en Armenia
(1915-23), y de tres a cinco millones en la guerra civil rusa, la mitad
por epidemias, tifoidea en particular (1917-23). Pero en España, que no
participó en la guerra, murieron en tan sólo un año de 40 a 50 millones a
causa de la mal llamada
gripe española, transmitida por soldados de Estados Unidos (1918-19).
El escenario de La montaña mágica tiene lugar en un sanatorio de los Alpes suizos, ubicado en la ciudad de Davos.
Un mundo herméticamente cerrado en sí mismo.Sus pacientes son miembros de la realeza, magnates de la industria y de la alta burguesía más o menos ilustrada, más o menos culta.
En el sanatorio, los personajes matan el tiempo con largas
disquisiciones acerca de la democracia liberal, el socialismo, el
espiritismo, el anarquismo, la música, la filatelia, las artes
plásticas, la filosofía, la ciencia y las ideologías que empiezan a
socavar el
mundo de ayer.
Hans Castorp ( alter ego de Thomas Mann) es un joven ávido
de conocimientos que el autor utiliza para saldar sus diferencias con
intelectuales consagrados. De personalidad influenciable, Hans
reflexiona, discute con todos y se enamora perdidamente de una condesa
que desea comerse a besos, aunque se lo impida el tifus que ambos
padecen. Da igual: se comen a besos.
A Bertolt Brecht (1898-1956) le fastidiaban los libros de Thomas Mann. Decía que era un
escribano fiel al gobierno, a sueldo de la burguesía. Sin embargo, Georg Luckács (1885-1971, otro marxista que se atrevió a pensar cuando Stalin decía
un muerto es una tragedia y un millón es estadística), calificó La montaña mágica de
magnífico testimonio de la desarticulación de la conciencia europea en manos del capitalismo(1949).
En 1991, los principales líderes políticos y empresariales del capitalismo, periodistas e intelectuales
posmodernos, se reunieron justamente allí, en Davos, al pie de La montaña mágica. Y constituyeron el Foro Económico Mundial para analizar, entre otros asuntos,
la salud y el medio ambiente. Eso dijeron…
En las alturas, el sentido de la realidad volvió a confundirse,
cumpliéndose la advertencia que Hans recibió de un primo, cuando llegó
al sanatorio: “Aquí, la percepción del tiempo es considerablemente
distinta de la que impera ‘allá abajo’ […] Tres semanas no son
prácticamente nada para nosotros, los de aquí arriba; claro que para ti,
que estás de visita y sólo vas a quedarte tres semanas, son mucho
tiempo”.
Ahora bien… ¿cómo será el amor en la era del
poscoronavirus? ¿Los enamorados se mostrarán certificados médicos antes de comerse a besos? Fieles a la nobleza de sus sentimientos, el día que Hans Carstop y la condesa se despidieron, tuvieron la delicadeza de intercambiar sus respectivas placas pulmonares.
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