Gilberto López y Rivas
La Segunda Guerra
Mundial fue una de las últimas tragedias planetarias que causó millones
de muertes y heridos, inconmensurables sufrimientos que afectaron a
varias generaciones de seres humanos marcados por múltiples traumas que
perduraron en los imaginarios colectivos de los pueblos que padecieron
ese conflicto que finalizó con la derrota del eje nazi-fascista y la
toma de Berlín por el Ejército Rojo, el 8 de mayo de 1945.
Durante esta contienda, fue decisiva la lucha de la resistencia
antifascista que se desarrolla en medio de las cruentas batallas de la
tecnología de muerte que trajo la modernidad capitalista, los bombardeos
intensivos y la mayoría de las veces militarmente innecesarios, que
desaparecieron ciudades enteras, incluyendo Hiroshima y Nagasaki, los
campos de concentración y exterminio, las violencias atroces de la
ocupación alemana de prácticamente todo el continente europeo.
Pese a la temprana superioridad militar de los ocupantes, y, no
obstante el colaboracionismo y la traición nacional de las burguesías
locales, que fueron entregando uno a uno sus países al dominio del
Tercer Reich, los hombres y las mujeres que integraron las fuerzas
antifascistas de la resistencia, lograron sobreponerse al miedo y al
terror, y, como bien describió el cantautor canadiense Leonard Cohen en
su memorable canción El Partisano:
El viento sopla a través de las tumbas, la libertad llegará pronto, volveremos de las sombras. (https://www.youtube.com/watch?v=S34cVkL6zCE)
El próximo 75 aniversario de la derrota del nazismo cobra un
significado especial en las actuales circunstancias, en las que la
humanidad enfrenta una pandemia que ha ocasionado ya miles de muertes y
un inédito confinamiento de millones de personas, medidas de
militarización, cierre de fronteras y agravamiento de una crisis
multifactorial de proporciones apocalípticas, que ya estaba en curso. En
éstas condiciones es importante recordar que la Segunda Guerra Mundial
tiene como responsables no sólo a los fascistas alemanes, italianos y
japoneses, quienes deseando un nuevo reparto del mundo desencadenaron la
conflagración bélica más terrible de la historia, sino, señalar
igualmente la culpabilidad de los imperialistas ingleses, estadunidenses
y franceses en el estallido de la misma. Sus gobiernos estimularon y
permitieron el rearme de Alemania; solaparon el crecimiento vertiginoso
de sus fuerzas armadas e invocaron una pretendida neutralidad frente a
las agresiones fascistas a Etiopía en 1935, a España en 1936, a Austria y
Checoslovaquia en 1938 y a Polonia en 1939.
México, por haber sido país de acogida del exilio republicano, estuvo
al tanto del crimen que los fascistas cometieron contra la República
Española y repudió el papel que jugó el Comité de no intervención
que los gobiernos de Inglaterra, Francia y Estados Unidos crearon para
encubrir su complicidad en esa asonada militar que impone una dictadura.
En España, los fascistas probaron sus nuevas armas, sus métodos masivos
de exterminio y la experiencia española se constituyó así en la
advertencia de lo que sería el
orden fascistaen Europa. Asimismo, España se constituyó en la clarinada que advertía al fascismo sobre el indoblegable espíritu de lucha de sus pueblos y la fraterna solidaridad de los brigadistas del mundo entero. Este próximo 8 de mayo se recordará a los y las combatientes del Estado español que, después de 1939, nutrieron de aliento antifascista a los grupos clandestinos de la resistencia de varios países europeos.
Es significativo para las luchas actuales contra la recolonización
capitalista neoliberal, que no se detiene con la pandemia, analizar una
peculiaridad de esa experiencia histórica, no investigada
suficientemente: la traición nacional de la mayoría de los gobiernos
capitalistas de Europa ante la ocupación fascista en aras de proteger
sus intereses de clase. Esta actitud capituladora y entreguista muestra
una tendencia histórica que se profundiza notablemente en la
trasnacionalización neoliberal actual, en el sentido de que los grupos
dominantes no representan más los intereses nacionales y populares.
En el otro polo equidistante, es de subrayar que son las clases
trabajadoras y la intelectualidad insurrecta las que integran la
resistencia antifascista. Precisamente, la intervención de los pueblos y
el peso decisivo de la Unión Soviética, van cambiando la naturaleza del
conflicto bélico: de interimperialista se trasforma en una “guerra
popular, justa y necesaria hasta la derrota del nazi-fascismo“. Los
comunistas, especialmente, junto con otros agrupamientos de diversas
ideologías, intervienen en la organización de destacamentos guerrilleros
rurales y redes urbanas, que llevan a cabo labores de inteligencia,
sabotaje y gobierno en la retaguardia fascista, manteniendo la entereza y
la dignidad frente a los invasores. ¡Volvieron de las sombras!
A la brigada médica cubana
Henry Reeve en Italia.
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