En momentos en que
el número de infectados de coronavirus en Estados Unidos supera 121 mil y
los decesos suman más de 2 mil, el presidente de ese país, Donald
Trump, expresó ayer que su gobierno espera que en dos semanas se
registre el máximo nivel en la tasa de letalidad de esta enfermedad
–hacia el 12 de abril– y anunció la extensión de las medidas de
contención de la pandemia hasta el último día de ese mes, aunque
calificó de innecesario decretar la cuarentena en los estados de Nueva
York, Nueva Jersey y Connecticut.
En tanto, el epidemiólogo Anthony Fauci, quien encabeza el grupo
oficial de expertos a cargo de la estrategia contra la epidemia en la
Casa Blanca, previó que el país más poderoso del mundo puede sufrir
entre 100 mil y 200 mil fallecimientos, mientras autoridades sanitarias
anunciaron ayer que en una semana más estará listo un nuevo sistema
portátil de pruebas de coronavirus capaz de dar resultados en un breve
lapso –entre cinco y 13 minutos– y la empresa farmacéutica que los
produce ofreció entregar en lo inmediato 50 mil unidades diarias y 5
millones de reactivos mensuales en el mediano plazo.
El gobierno distribuirá entre la mayoría de los ciudadanos cientos de
miles de millones de dólares en ayudas de urgencia para enfrentar los
efectos económicos de la crisis, en sumas que van de mil 200 a 3 mil 400
dólares por hogar, dependiendo de la escala de ingresos y el número de
integrantes.
No obstante su formidable músculo financiero y su vasta capacidad
científica, en esta crisis sanitaria global Estados Unidos enfrenta una
dificultad común a todos los países: la escasez de insumos médicos tan
elementales como cubrebocas, mascarillas de alta eficiencia, guantes y
batas.
En el caso de la superpotencia, el problema no es el dinero, sino las
existencias insuficientes de tales productos y los obstáculos para
incrementar su producción en un corto tiempo. En tales circunstancias,
la competencia por adquirir grandes cantidades de esos insumos entre
múltiples entidades públicas y privadas, tanto federales como estatales y
locales, ha derivado en una intensa especulación y en incrementos
desmedidos de precios.
Este fenómeno pone de relieve una de las mayores debilidades
estructurales del país vecino en materia sanitaria: la ausencia de una
estructura de salud centralizada, capaz de planificar, programar y
distribuir materiales hospitalarios y, más grave aún, de ofrecer
servicios médicos estandarizados a la población.
En suma, en Estados Unidos la epidemia causada por el coronavirus ha
puesto de manifiesto la improcedencia de dejar la salud a merced del
libre mercado y la necesidad de que el Estado asuma su responsabilidad
básica en esta materia, lo que hasta ahora es una asignatura pendiente
para la superpotencia.
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