Carlos Bonfil
“El que come mi carne
y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Juan 6:56). El hoyo: una
prisión vertical, ubicada en un espacio distópico, con una altura
calculada de 200 pisos. En cada nivel de esta cárcel conviven únicamente
dos presos, obligados a disputarse la comida que a diario llega hasta
su piso sobre una plataforma rectangular que se desplaza a través de un
agujero al centro del edificio y que reserva para los reos de los
niveles altos comida abundante, auténticos manjares, dejándole a los de
abajo sólo las sobras y desperdicios de lo consumido en las zonas
privilegiadas.
El hoyo (The Platform, título de distribución
internacional), primer largometraje del español Gaster Gaztelu-Urrutia,
combina con astucia el cine de ciencia ficción y una alegoría política y
social muy a tono con los tiempos presentes. Su trama y propósito
suponen, según palabras del director, que en algún momento la humanidad
tendrá que afrontar las consecuencias de un reparto injusto de la
riqueza. Su manera de ilustrar esta premisa es colocando a sus
personajes en medio de una crisis de supervivencia que los obliga a
enfrentarse unos a otros, de modo violento y sanguinario, en su lucha
por procurarse un mendrugo de pan o los restos de algún platillo
suculento.
En este microcosmos carcelario, que concentra la carga de violencia y
angustia de cintas más ambiciosas y con mayor presupuesto como los
clásicos Blade Runner (Ridley Scott, 1982) o Mad Max (George
Miller, 1979), hombres y mujeres han perdido todo rastro de dignidad y
actúan como bestias acorraladas, dispuestas a entredevorarse para poder
sobrevivir. El canibalismo es un último recurso, y a la postre una
práctica común que ya no escandaliza a nadie.
Lo interesante en la propuesta de El hoyo, originalmente una
obra de teatro que nunca se exhibió, es la negativa del realizador a
reducir ese juego de masacre claustrofóbico a una simple metáfora social
en la que se enfrentarían una élite detentadora de la abundancia y una
mayoría de desposeídos, cargados de rencor social, ávidos de reparación
por tanta injusticia. La manera ingeniosa en que la cinta rehuye ese
maniqueísmo moral consiste en hacer que los presos se vean obligados a
cambiar aleatoriamente de piso cada mes. Los reos tienen así la
posibilidad de gozar por un tiempo los privilegios antes escatimados, o
de verse temporalmente despojados de los mismos. Se trata, en todo caso,
del reparto más democrático imaginable de toda la mezquindad de que
puede ser capaz un ser humano.
A esa prisión decide ingresar como voluntario, y con el propósito de
completar una investigación universitaria, un hombre escuálido y
taciturno llamado Goreng (Iván Massague). Su primer compañero de celda
es un anciano hosco y desencantado, veterano de encierros, que responde,
cuando quiere, al nombre de Trimagasi (Zorion Equileor). El diálogo
filosófico que entablan los dos personajes a propósito de la humanidad y
sus miserias, del cautiverio forzado y las ilusiones de la libertad, se
vuelve en ocasiones áspero, aunque nunca comparable en brutalidad con
lo que sucede en los otros pisos del presido vertical. El faro, película reciente de Robert Eggers, con Willem Dafoe y Robert Pattison, sugiere una confrontación moral parecida.
Goreng habrá de descubrir, en una soledad creciente y al cabo de
múltiples peripecias, que incluyen actos obligadamente criminales y
algún infértil desvarío amoroso, que en ese territorio hostil donde es
imposible distinguir a los opresores de los oprimidos, siendo cada cual,
alternadamente, el ideal verdugo del otro, el infierno verdadero es la
convivencia forzada con los demás. Este pesimismo existencial tiene su
contraparte aleccionadora en la sugerencia que hace el director –por
cierto con escasos matices–, de un mensaje reiterativo, para algunos tal
vez ingenuo, pero hoy ciertamente indispensable: sólo un impulso de
solidaridad colectiva puede salvar a la humanidad de cualquier tipo de
catástrofe y, sobre todo, de una degradación moral generalizada.
El hoyo obtuvo el premio del público en la sección Midnight
Madness del pasado Festival Internacional de Cine de Toronto y el de la
mejor película en el Festival Internacional de Cine Fantástico de
Sitges.
Es uno de los estrenos más recientes en la plataforma Netflix, y una
opción de entretenimiento durante la actual contingencia sanitaria.
Twitter: CarlosBonfil1
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