8/07/2009

El desalojo



SARA LOVERA

MÉXICO, DF, 6 de agosto (apro).- La fuerza del poder y el dinero es, con frecuencia inadmisible, el signo de nuestros tiempos. La guerra, la persecución, las ejecuciones y los asesinatos de mujeres son el documental cotidiano de los medios de comunicación y de los informativos, de México y el mundo.Quizá por ello, y por la forma como se ha construido el modo de mirar una parte de la realidad, hace que existan sucesos que no nos cimbran, que se ocultan, que son la manera como se ejerce en la práctica la discriminación y la injusticia.
Lo peor es cómo se trivializa la tragedia y se consiente la injusticia sin más.El 19 de febrero de 2006 una explosión en la Mina 8 de Pasta de Conchos, en Coahuila, dejó 65 mineros muertos. Sesenta y tres de ellos nunca fueron rescatados. Quedaron inertes en el lecho de la mina. Sus familiares, sus esposas principalmente, iniciaron una batalla contra grandes intereses económicos, pudieron demostrar responsabilidad, pidieron quitar las concesiones a los dueños del carbón.
Querían una investigación a fondo. Pudieron precisar, no sin grandes dificultades, que en la región carbonífera, desde hace más de cien años, se producen explosiones sucesivas causadas por falta de previsión industrial; cómo se ha practicado ahí el sacrificio humano.Los despojos son innumerables. Hombres que pierden salud y vida en hoyos profundos, donde lo que cuenta es solamente el dinero.
En la región explotada por extranjeros desde la época de Maximiliano hasta el dominio de la trasnacional Industrial Minera México (IMMSA), lo que hay es un sofocante abandono institucional y social.También quedó claro que ahí, en ese lugar, lejos de nuestro interés, que los pueblos y las comunidades son ejemplos de una explotación infrahumana. Las formas de explotar el carbón van de una sofisticada tecnología de punta hasta la que se usó en el siglo XIX. Los pozos artesanales cobran vidas continuamente. Nadie se altera por ello.Las viudas de Pasta de Conchos centraron su demanda en el rescate de los restos de sus maridos. Sólo eso.
Durante más de tres años estuvieron en la boca de la mina esperando justicia y restos. Querían, simplemente, darles "cristiana sepultura". En esa búsqueda lograron precisar que a los 63 mineros no rescatados no los mató la explosión, sino la indolencia de la que fueron cómplices las autoridades de los tres niveles del gobierno y sostenidas por intereses inconfesables.Ellas, de todos modos, se organizaron y las desorganizaron; exploraron e investigaron; fueron capaces de llevar sus demandas a todas las instancias; accedieron a cuanta oportunidad de justicia se les presentaba. En su desesperación, ellas mismas intentaron el rescate. Nada fue posible.
Alguien se está riendo de ellas, como se ríe el sistema de la pobreza y la desigualdad.Afuera, ayudas y muchas lágrimas. Pero hace una semana, de un plumazo, un señor cuyos antecedentes son nefastos, de nombre conocido como Rogelio Montemayor, exgobernador de Coahuila, exdirector de Pemex (Petróleos Mexicanos), exconvicto por sus tropelías en el manejo de los recursos de esa compañía paraestatal, comprador sin comprobarse de la lavadora de carbón contigua a la zona de la desgracia, pidió ayuda policial oficial y expulsó a la viudas de ahí. Las desalojó con todo el poder y toda la fuerza.
A la desgracia, el cansancio, la batalla sin resultados, ahora se sumó, con claridad elocuente, esta acción de fuerza, cubierta por la nube que genera el interés de los medios y, se piensa, de la sociedad, en asuntos mucho más trascendentes: por ejemplo la guerra sin cuartel del señor Felipe Calderón contra quién sabe quiénes o qué.Las viudas y sus familias, acorraladas en la desolación añeja, se diría centenaria, han sido quebradas en lo más hondo.
Ni justicia laboral, ni justicia económica, ni desarrollo en sus comunidades, ni salud, ni escuela, ni nada de nada. Un grupo de mexicanos y mexicanas olvidados por estos tiempos donde la noticia son los narcos, sus padrinos; donde la incapacidad de lo humano se va diluyendo.Un país de leyes y observatorios rimbombantes que buscan dignidades sin conocer ésas, las verdaderas y temibles formas de marginar a la vida, esa que se defiende en los parlamentos de la mentira, o la que se usa para nuevas formas de explotación milenaria.
Lo grave es que nadie pida rendición de cuentas a la Industrial Minera México, que es la dueña de un porcentajes importante de los recursos de nuestra tierra; que ha hecho en complicidad con las autoridades de Economía, Trabajo y Justicia, todas las triquiñuelas para sofocar a los trabajadores de Cananea, Sonora; que se pasea por la montes y sierras buscando oro y plata; que es cobijada por las bolsas de valores y se impone a este desgobierno que ha olvidado tremendamente sus deberes.Y en medio de esta desgracia, lo único palpable es el silencio.
Ese silencio inaudito. Viudas sin solidaridad feminista, sin solidaridad partidaria, sin solidaridad social. Marginadas y proscritas. Viudas en el tiempo y en los espacios de la modernidad que las ahoga.Ahora, ahí, los de todos los días, los que bien saben que en la Cuenca de Burgos no sólo se roba el petróleo. Cuenca donde se planea la explotación de gas, la nueva moneda de cambio de los negocios energéticos, globales y estratégicos. No hay observatorio ciudadano, ni nada que se parezca. Ahí hay indiferencia. Las viudas están agotadas, tienen cien años mirando pasar el viento y la forma como los mezquites se niegan a morir, y generaciones enteras que retratan sangre y vida entre los escombros de minas abandonadas y cielos maravillosos que amanecen sin destino.
Lástima.

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