Una ausencia irreparable
Alberto Velásquez trabajaba para decir lo que otros callaban. Con una bala a la altura del corazón, terminaron con el fundador del diario Expresiones de Tulum, quien dedicó su vida a buscar la verdad. Su asesinato, el único a un informador en Quintana Roo, sigue impune. No hay culpables, ni siquiera indicios de encontrarlos. Los días de su muerte se siguen contando en la casa donde está ausente y en el periódico, que exije justicia
Paulina Monroy / Rubén Darío Betancourt, fotos / enviados
Tulum, Quintana Roo. Las oficinas del diario Expresiones de Tulum están instaladas en una casa de piso de cemento. No tiene las paredes pintadas ni nada que identifique que ahí se crea un periódico. La rotativa de medio uso está en el patio, es una máquina que parece sacada de una tienda de antigüedades. En el pequeño librero se guardan biblias y biografías. La habitación de las niñas está convertida en la redacción. Todavía hay estampas en las paredes. En par están las sillas de plástico, las mesas y las computadoras. Aquí es donde los vecinos vienen a denunciar lo que les parece injusto o inapropiado. Los reporteros les sirven de oídos y voz.
Para relevar las placas se improvisó un aparato con focos y madera. Podría decirse que el diario Expresiones de Tulum se creaba de manera casi artesanal. Después del atentado, el equipo ve necesario mudarse. Ha pasado tiempo desde que dos bombas molotov explotaron en la puerta. Han pasado cuatro meses desde que, a menos de 300 metros, Alberto Velásquez, fundador del periódico, fue asesinado.
Aquel 22 de diciembre, el reportero fue el último en llegar a la posada celebrada en las instalaciones del diario. Le prometió a su esposa María Dolores que no tardaría. Ella decidió no acompañarlo porque todavía había ropa que empacar. Por la noche se irían a Tabasco, donde ella daría a luz a su hijo más pequeño. Alberto nunca la había hecho esperar. Esa tarde sería la excepción.
Dicen que lo vieron vacilar en salir o no, cuando una mujer lo buscó en la puerta. Sus colegas se preguntan por los hubiera: de haberse quedado; de haber advertido algo; de haber preferido viajar a Tabasco. Lo cierto es que cuando giró en una calle en reparación, un motociclista se acercó para meter la pistola por la ventana abierta del Corsa rojo y dispararle casi a la altura del corazón.
Herido, Alberto los siguió por la avenida Kulkukán. Siguiendo el camino llegó a la casa de la exesposa del presidente municipal Marciano Dzul. Con la intención de señalar al culpable, según lo aseguran sus compañeros, chocó contra un vehículo estacionado. La exesposa del regidor salió a su auxilio y platicó con el reportero. La Cruz Roja lo trasladó al Centro de Salud de Tulum, donde se negaron a socorrerlo pues sus heridas requerían atención de otro nivel.
Los medios de comunicación ya seguían el rastro de Velásquez. Expresiones de Tulum fue el último en ser informado. Cuando el director y el reportero Luis Gamboa llegaron al lugar del atentado, su compañero ya había sido llevado a Playa del Carmen. Ahí lo estabilizaron y otra vez fue trasladado. En el trayecto a Cancún, perdió la vida.
Sus últimas palabras fueron grabadas por una reportera del periódico Quequi: que al agresor lo conocen como el Biónico, que era gente del alcalde Marciano Dzul. Hasta hoy, la grabación está pérdida. Nadie quería hablar con María Dolores por sus casi nueve meses de embarazo. Esperándolo, los hijos de Alberto se quedaron dormidos. Le dijeron a su mamá que, cuando llegara, le diera un beso por ellos.
En el tabloide Expresiones de Tulum la cuenta no es regresiva. No se esperan cuántos días faltan para… sino los días que siguen corriendo sin que el caso sea esclarecido. En el cintillo de la edición del 27 de abril se lee el reclamo: “Ya van 127 días del impune asesinato de Alberto Velásquez”. Quizás la cuenta siga creciendo.
La manta frente al Palacio Municipal demandó una respuesta: “¿Cuándo van a encontrar a los responsables?” Mientras que en la voz de María Dolores se oye la resignación. ¿De qué vale que capturen o no al asesino cuando le han arrebatado a su marido? La hija mayor tiene una pregunta que no le contestan: “¿Cómo murió mi papá?” En cambio, hay alegría en los más pequeñitos porque juegan despreocupados con las burbujas de jabón. El bebé, que nació 14 días después del asesinato, alza los brazos para tocarlas. Todavía no sabe que tiene la mirada del padre que no conoció.
No parecen importantes los reclamos de justicia ni el silencio de la viuda. Si pasa un día más o hasta un año, no hay ninguna diferencia. El asesinato contra el fundador del diario Expresiones de Tulum sigue impune. No hay detenidos ni siquiera sospechosos en una investigación que, según la Procuraduría de Justicia del estado de Quintana Roo, estaba a nada de resolverse.
La ausencia
De la pared de la sala cuelga el retrato: Alberto y María Dolores con sus tres hijos frente a un fondo que parece cielo. El reportero está detrás de ellos como cuidándolos. Las niñas tienen los sombreros de flores; María Dolores, el cabello un poco más largo; el niño sonríe. Sólo falta el benjamín. Quizás es porque en los últimos cuatro meses todo sucedió: su nacimiento y la muerte de su padre. Es claro porque el bebé todavía no tiene una fotografía. Sin Alberto a su lado, el retrato luciría muy triste.
El pequeño altar permanece en una repisa. Bajo una veladora, con la virgen rezando, está la fotografía de Alberto. Vestido con la toga y el birrete, sonríe porque se recibió de abogado. La cinta del gorro ya está de lado izquierdo. Es el recuerdo de una graduación muy reciente. Como litigante, no le importaba que le pagaran, siempre que aprendiera más.
Es prudente que Lupita Belén, Paola Estrella, Ángel Alberto y Jesús Alberto salgan. Son todavía muy pequeños para saber cómo murió su padre. A su corta edad, entre ocho años y cuatro meses, sólo deben entender que las personas buenas se van al cielo. Así se los explicó su tío cuando les dio la noticia. A María Dolores se le acabaron las palabras. ¿Cómo explicarles la muerte?
Lupita, la primogénita, vio el nombre y la imagen de su padre. Él tenía los ojos entreabiertos y una mancha roja en el pecho. “¿Qué le pasó?”, preguntó la niña. María Dolores le respondió que tal vez se había ensuciado. “Se quedó dormido y se fue al cielo”, dedujo la niña a sus ocho años. Todavía le reclama a María Dolores por qué le oculta la verdad, si una persona no se muere así de la nada. La muerte llega con un accidente, una enfermedad o un asesinato. María Dolores intenta ser fuerte para no decírselo. Lupita todavía llora a su papá.
El último día que estuvieron juntos se reían y jugaban. María Dolores hacía el aseo. “Cálmense, parecen locos”, les dijo mientras los veía. De repente, tuvo una corazonada. Alejó ese mal presentimiento y le pidió a Alberto que la ayudara. Él jamás le comentó si algo lo tenía preocupado. Ella recuerda que, hace siete meses, Alberto se calló algo que parecía importante. “No es nada. Mejor no te preocupo”, se arrepintió de decirlo. María Dolores sí lo notaba inquieto, pero quizás era que se acercaba el día del parto y tenían problemas económicos. Él le confesó que tenía miedo. Y no era por tener otro hijo; tampoco sabía explicarse el porqué.
Si algo defendía Alberto era esa idea de decir lo que muchos callan. Dedicó más de 10 años al periodismo. Era su pasión y lo hacía por un propósito mayor: decir la verdad. “Dio la vida por el periódico”, acepta María Dolores con el desconsuelo que deja la ausencia.
Se conocieron en una imprenta que hacía invitaciones y tarjetas en Cancún. La amistad se convirtió en una relación. Formaron su hogar en Playa del Carmen, pero Alberto buscaba una nueva vida en otro lugar. María Dolores no quería mudarse, pero aceptó por él. En Tulum fundó el diario Expresiones. “Le iba bien, sin ningún problema, hasta que vino la tragedia”.
A sus hijos les entusiasmaba que su padre fuera reportero porque así podían salir retratados en el periódico. Por el contrario, María Dolores temía por Alberto: “Dios no lo quiera, un día nos vaya pasar algo a ti o a nosotros”. Él no tenía miedo de escribir. Estaba seguro que si no lo hacía él, nadie lo haría. Después del ataque a las instalaciones del diario con bombas molotov, la mujer le pidió que dejara el oficio. Alberto ya no publicó, pero no quería quedarse callado: “Era algo que no podía quitarle”.
Aquel día, desde temprano, esperaba su regreso. Las horas pasaron y Alberto no volvió. Quien la visitó fue Gustavo, un amigo cercano. No quería revelarle la verdad por su estado, un embarazo complicado de casi nueve meses. Sólo atinó a decirle que fuera fuerte. Entonces ella habrá recordado los consejos de su marido, que debía ser valiente y defenderse. Ésta sería la prueba más grande por vencer.
María Dolores creía que lo habían golpeado: “¿Está bien, está grave, está en coma?” Gustavo permanecía en silencio. Ella no quería hacer esa pregunta inevitable: “¿Está muerto?” Gustavo asintió. Qué otra opción podía ser. Lupita, Paola y Ángel se quedaron dormidos esperándolo. María Dolores hubiera querido cerrar los ojos para darse cuenta que estaba en una pesadilla. “No me hacía esperar”, dice como anhelando que Alberto toque de nuevo la puerta que ella abría para que sus hijos corrieran a abrazarlo. De tarde y de noche, así le gustaba ser recibido.
La vida sin él no ha dejado de ser complicada. Alberto se fue, pero una semana después nació Jesús Alberto. De Félix González Canto, gobernador de Quintana Roo, la viuda recibió un apoyo para los gastos del parto y la promesa de investigar el caso a fondo. Desde entonces no ha recibido ningún otro tipo de ayuda, con excepción de la despensa que le entregan sus cuñados.
María Dolores se dedica a vender zapatos por catálogo. Le sería muy útil vender el Corsa rojo que tienen detenido en la Procuraduría de Justicia. La última vez que fue a pedir el carro de su marido, el coordinador de Ministerios Públicos del Fuero Común de Tulum, César Morales Guevara, se excusó de no entregarlo, pues tenían que someterlo a más exámenes periciales. El automóvil donde fue herido Alberto Velásquez sigue confiscado.
Sin que hasta ahora haya justicia, María Dolores está resignada. Confiesa que lo que más lamenta es que sus hijos se hayan quedado sin un padre y guía: “No importa quién es el culpable, si tiene o no familia. El asesino no pensó en cuánto querían mis pequeños a su padre”.
Giran diferentes versiones sobre el caso: fue un crimen pasional por una supuesta relación fuera del matrimonio; el reportero extorsionaba para no publicar cierta información; el asesinato se debió a los casos que seguía como litigante. María Dolores sabe que son mentiras. Nunca lo notó distante o cambiado. Cualquier hombre con otra relación se alejaría de su familia.
De ser ciertas las acusaciones, no pagarían la renta de esta casa. La sala, la cocina en el patio, la única habitación es espacio suficiente para los cinco. Los muebles que no cabían se vendieron para solventar los gastos. Para María Dolores, la realidad es que Alberto fue un padre amoroso y el mejor hombre que haya conocido. No sabe decir por qué lo mataron. “Tal vez –enuncia– fue porque decía la verdad”.
Los niños regresan soplando burbujas de jabón. María Dolores quiere que les tomen una fotografía. Siempre les gustó que su padre los retratara. Entonces todos se sientan en ese sillón café. Se ríen y juegan. “Parecemos locos”, diría María Dolores. En el cuadro falta Alberto. Él está detrás, en el retrato que cuelgan de la pared, cuidándolos.
Crimen sin castigo
¿Por qué lo mataron? “Porque sabía demasiado”, intentan explicarse los compañeros de Alberto Velásquez. No encuentran la respuesta. Comentan que tocaba intereses económicos, por lo que “salió más barato asesinarlo a salir perjudicados”.
Aunque ya tenía más de un mes de no publicar, el reportero cubría temas de política local y cuestionaba la actuación del gobierno municipal. Entre sus investigaciones están la supuesta desviación de recursos del ayuntamiento para la construcción de estacionamientos; los posibles daños ecológicos provocados por una empresa ecoturística, y el conflicto del ejido Pino Suárez.
Respecto del último, según una nota publicada por La Jornada el 15 de enero de 2010, el Registro Público de la Propiedad del gobierno de Quintana Roo canceló una escritura por la tenencia de la tierra que databa de 1973, debido a la afectación de un decreto presidencial.
Por lo que las ventas posteriores del terreno se declararían nulas y los propietarios actuales serían desalojados. En su mayoría, se trata de pequeños empresarios que compraron legítimamente los terrenos para desarrollar un corredor de hoteles ecológicos. Ningún medio de comunicación oyó la demanda de los hoteleros, con excepción de Expresiones de Tulum. Su nota de ocho columnas del 21 y 22 de diciembre fue dedicada al despojo de los terrenos.
Luis Gamboa Galaz, reportero de los diarios Expresiones de Tulum y La Verdad, refiere de su colega que era un reportero completo, de los que buscan, escriben, diseñan y reparten la información: “No me cabe la menor duda de que su asesinato se derivó de su deseo por callarlo. Tal vez amó mucho a Tulum, como menciona María Dolores, y eso le costó la vida.
Cada integrante del periódico fue invitado por Alberto Velásquez. Él los conminó a unirse al diario. Nos enseñó, expresan, cómo hacer una nota y tener sentido de olfato. Diariamente Expresiones de Tulum publica la cuenta del número de días que han transcurrido desde la muerte de su fundador. Lo seguirá haciendo hasta que haya justicia.
Durante un último reporte sobre la averiguación previa TAP-911/2009, el exprocurador estatal, Bello Melchor, aseguró que estaba esclarecido en un 85 por ciento. En unas semanas se tendría el 15 por ciento restante resuelto. No ha sido el caso, aunque organizaciones internacionales y nacionales han solicitado se esclarezcan los hechos.
La Sociedad Interamericana de Prensa solicitó una investigación expedita para conocer los móviles del asesinato; no ha sido el caso. Representantes de medios de comunicación estatales, motivados por “la indignación, la impotencia, el dolor y la rabia”, exigieron en un desplegado el esclarecimiento de los hechos “caiga quien caiga”; frenar la campaña de desprestigio; garantías reales para su ejercicio periodístico, sin el temor de que “esclavos del poder” terminen con sus vidas, y el pronunciamiento del gobierno estatal y federal condenando los hechos.
Para Gamboa Galaz, ésta, como otras averiguaciones, se acumula en la pila de casos sin resolver. Así como la querella, interpuesta un mes antes del asesinato del reportero, por la explosión de dos bombas molotov en las oficinas del rotativo; como también la agresión contra el fotógrafo Luis Delfín. “Aunque los responsables tienen nombre y apellido, no los capturan por los intereses que hay de por medio”.
Alberto Velásquez fue el duodécimo periodista asesinado en 2009. El reporte Entre la violencia y la indiferencia: informe de agresiones contra la libertad de expresión en México 2009, de Artículo XIX y el Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), señala que Quintana Roo ocupó ese año el segundo lugar dentro del indicador de mayor violencia en contra de periodistas respecto de su número de habitantes. En un estado con 1 millón 135 mil 309 habitantes, se cometen 1.261 agresiones por cada 100 mil.
De las ocho agresiones y el homicidio registrado, en dos casos existieron elementos para suponer la participación de funcionarios estatales. En dos más, para presumir la intervención de personas que integraban algún partido político; mientras que en cinco, no fue posible señalar al perpetrador.
Artículo XIX y Cencos aclaran que Quintana Roo “no figura dentro de las demarcaciones regularmente señaladas como zonas de mayor violencia para ejercer el periodismo”. Por ello, no disponían de elementos suficientes que expliquen la vulnerabilidad en que están los comunicadores.
Para Gamboa Galaz, que todavía no haya ningún indiciado en el caso se debe a las condiciones políticas del estado, a la apatía o a las instrucciones de no avanzar en el caso: “No hay asomos de que pronto capturen al responsable. Resulta más fácil matar a un reportero en Tulum que permitir que se descubra la realidad”, lamenta.
Los trabajadores de Expresiones de Tulum no han tenido acceso al expediente de investigación. A lo único que tuvieron acceso fue a fotografías de posibles sospechosos del atentado, personas que conocen y de las que expresan es imposible que estuvieran involucradas. Para ellos, se aprehendió gente “a lo tonto”. Por el contrario, señalan, debería citarse al Biónico y al presidente municipal para rendir declaración, personas supuestamente identificadas por Velásquez antes de morir.
En opinión de Gamboa Galaz, se deberían tomar en cuenta los antecedentes de agresión contra el diario y las investigaciones periodísticas de Velásquez. Declara que el caso de Alberto Velásquez no fue atraído por la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Cometidos contra Periodistas. Su Informe 2009 no contempla el asesinato del reportero, pues registró los casos ocurridos hasta el 30 de noviembre de 2009.
“Nos quieren callar –expone– porque somos un medio utilizado para denunciar. No entienden que los reporteros somos un conducto para dar a conocer las exigencias de la gente. Estamos comprometidos con la verdad y eso ya costó una vida.”
Tras la muerte de Alberto, Expresiones de Tulum decidió mudar sus instalaciones a otro lugar. Frente al temor de sufrir un nuevo atentado, colocaron rejas en las oficinas instaladas en una casa de piso de cemento. En memoria de ese “reportero completo”, sus colegas crearon la Asociación de Periodistas y Corresponsales de Tulum José Alberto Velásquez López: “No vamos a dejar impune su muerte. No vamos a dejar de insistir”.
Campaña de desprestigio
Un día después del asesinato de Velásquez, el exprocurador General de Justicia de Quintana Roo, Bello Melchor Rodríguez Carrillo, informaba que existían líneas de investigación relacionadas con su actividad como litigante y su vida personal. El 3 de febrero, Radio Caribe publicó las grabaciones de una supuesta extorsión cometida por Alberto Velásquez contra un empresario.
Luis Gamboa Galaz considera que se trata de cortinas de humo para no encontrar al verdadero responsable: “A los crímenes contra periodistas se les relaciona con un crimen cometido por la delincuencia organizada o un acto de tipo pasional. Es más fácil para la autoridad seguir esas líneas de investigación que capturar a los responsables. No buscan la verdad porque políticamente no interesa”.
El coordinador de Ministerios Públicos del Fuero Común de Tulum, César Morales Guevara, insistió que el móvil fue pasional. Según confirmó, Silvia Rubí Och Tuz sostenía una relación extramarital con el reportero. La mujer, que supuestamente iba a bordo del automóvil durante el atentado, habría declarado que su esposo sospechaba de la relación y podría ser el agresor. Gamboa Galaz califica de falacia el que el reportero fuera acompañado.
Respecto del audio donde se presume que Alberto Velásquez extorsionó a una empresa ecoturística, se oye cómo negocia un pago para no hacer públicas irregularidades ambientales, laborales y de evasión fiscal. Los trabajadores se niegan y el reportero acepta que buscaba un contrato de publicidad. En la discusión intervienen don Hilario, el director de la empresa, y un empleado que Alberto infiltró.
Esa investigación, aclara Gamboa Galaz, se realizó desde que el diario se llamaba Verdades de Tulum. En realidad, explica, el dinero se lo ofrecieron a él para no publicar su investigación: “Quieren difamarlo ya estando muerto. Lo que deben hacer es hablar con las autoridades para darle seguimiento a la información que tenía Alberto”. Pese a todo, no puede decir si es verdadera o falsa la grabación.
Según los compañeros de Alberto Velásquez, otros medios de comunicación han contribuido con esa campaña de desprestigio, pues lo acusan de seudoperiodista: “Él ya no está para defenderse. Lo juzgan sin tener un conocimiento mínimo de sus investigaciones. Se quieren prestar al juego de las autoridades y no condenan el acto. Nosotros seguiremos defendiendo que la muerte de Alberto fue una gran pérdida para la libertad de expresión”.
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