Finalmente
se concretó, este 20 de noviembre, la transformación del Movimiento de
Regeneración Nacional en partido político, anunciada de hecho en la
plancha del Zócalo el pasado 9 de septiembre. A marchas forzadas desde
esta última fecha pero con el trabajo de promoción y afiliación que
desde 2006 ha hecho Andrés Manuel López Obrador a las diferentes
modalidades que le imprimió a su movimiento, la organización se enfila
finalmente a constituirse formalmente como una nueva expresión de la
izquierda electoral mexicana.
Hace exactamente seis años,
después del resultado fraudulento de la elección presidencial, López
Obrador fue proclamado en la convocada Convención Nacional Democrática
como cabeza del llamado gobierno legítimo, modalidad que fue
preferida en ese momento a la de un movimiento de resistencia a la
imposición. Más adelante, en 2008, en una tácita corrección, se
constituyó como Movimiento de Defensa del Petróleo que tuvo como logro
frenar parcial y temporalmente desde las calles y desde los foros
organizados en el poder Legislativo, la iniciativa calderonista de
privatización energética. Finalmente, el movimiento lopezobradorista se
constituyó como el Movimiento de Regeneración Nacional que ahora se
formaliza como organización electoral. Es, como lo comentaba en mi
anterior colaboración, el acta de emancipación del movimiento con
respecto de los partidos que hasta ahora le dieron viabilidad y un
rostro en los procesos electorales, particularmente del PRD como
partido de origen del mismo López Obrador; y al mismo tiempo una
encrucijada para las izquierdas electorales.
La transición de
movimiento a partido no será fácil e implica inclusiones y exclusiones
cuya magnitud no es posible determinar en estos momentos. Hay
indudablemente muchos ciudadanos que se integrarán entusiastamente a la
naciente agrupación sin haber pertenecido con anterioridad a ninguno de
los partidos —PRT, PT y MC— que albergaron al lopezobradorismo, y
algunos (al parecer, minoritariamente) provenientes de estas mismas
agrupaciones con registro electoral. Pero se marginarán muchos porque
desean permanecer en éstas o simplemente porque no quieren militar en
ningún partido y preferirían haber conservado al Morena como movimiento.
Pero no es ésta la única de las paradojas y dilemas que envuelven a la
nueva agrupación. El movimiento del que nace no es la movilización
social en un sentido amplio sino la electoral a cuya cabeza siempre
estuvo el político tabasqueño. Se encuentra, así, distanciada con
respecto de múltiples expresiones que aparecían no ha mucho como
aliadas próximas —destacadamente el movimiento Yosoy132 y otras de las
que conformaron el Frente Nacional contra la Imposición el pasado mes
de julio—, sobre todo en virtud de la decisión del lopezobradorismo de
no movilizarse en las calles mientras se litigaba contra el fraude en
las instancias judiciales en julio y agosto pasados. Ahora, el nuevo
Morena-partido convoca a para el próximo 1 de diciembre la protesta
contra la asunción de Enrique Peña Nieto, pero sin la certidumbre de
que a esa convocatoria se sumen los contingentes que se mantuvieron en
la protesta durante ese crucial periodo. Recordemos también la
abstinencia del Morena frente a las manifestaciones por la reforma a la
Ley Federal del Trabajo que inútilmente las bancadas izquierdistas
intentaron modificar —sólo parcialmente— en el ámbito legislativo.
Así, mientras se realizaba a puerta cerrada el congreso fundacional del
partido lopezobradorista en la ciudad de México, el SME, la UNT y otras
agrupaciones sindicales se manifestaban en el aeropuerto de la ciudad
de México y en la Plaza de la República contra la reforma laboral
recientemente aprobada por el PAN y el PRI. Acaso no haya mejor
testimonio que éste de que el Morena y la movilización social marchan
por caminos distintos, tal vez paralelos pero hoy por hoy no
convergentes. Eso es grave para una agrupación que pretende, al menos
declarativamente, constituirse en el ámbito electoral pero conservarse
al mismo tiempo como movimiento; y más aún para las expectativas de dar
una salida de carácter popular a la grave situación en que se debate el
país.
El reto para Morena-partido de constituirse como
expresión del movimiento social general para no quedarse meramente en
lo electoral y, más aún, para tener eficacia en lo electoral, no parece
cumplirse ni se refleja en su recién integrada dirigencia, donde parece
haber prevalecido como criterio más la cercanía personal, política o
ideológica con el liderazgo de López Obrador que con los movimientos de
la sociedad. En otras palabras, no parece que Morena esté en capacidad
de llenar el enorme vacío existente de una expresión política de la
inconformidad social y los movimientos de masas, sino encaminarse tan
sólo a la vía electoral, como lo hizo en su momento el PRD con los
desastrosos resultados que todos conocemos.
México necesita
llenar ese vacío, y lo requiere de inmediato. La apuesta no puede ser
tan sólo al liderazgo carismático, por fuerte que éste sea, sino a la
conformación de un amplio tejido horizontal de las múltiples
expresiones de ese descontento. La viabilidad de Morena como partido
movimiento radica en ello, y aún está a tiempo de entenderlo y de
enfilarse por ese sendero. Es seguro que hay en sus bases y en muchas
de sus estructuras intermedias la vocación para entroncar no sólo en
alianzas con las otras izquierdas electorales sino también con la
legítima inconformidad surgida de todos los poros de la sociedad. El
silencio frente a los grandes conflictos que atraviesan a la sociedad,
o el combatir tan sólo las expresiones más evidentes de un sistema en
proceso de descomposición pero no al sistema mismo no son el camino
adecuado para ello; pero el movimiento se demuestra andando y es en
éste donde se habrá de ver de qué talante resulta ser el nuevo partido.
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