José Antonio Crespo
Hay varias medidas de revisión sobre los estados para que sus gobernadores rindan mejores cuentas sobre los recursos que se les envían desde la federación. Dichas reformas han sido cuestionadas por presuntamente atentar contra el pacto federal. Igualmente ocurre con la propuesta de crear un sólo Instituto Nacional Electoral que organice todas las elecciones del país; se le ve como un franco atentado contra el federalismo, y quizá lo sea.
Desde mi punto de vista, el problema radica en que en realidad nunca hemos tenido un federalismo cabal, en buena parte porque nuestra historia y desarrollo político no eran propicios para ese modelo, como sí lo fueron en el caso norteamericano. Cuando hay un gobierno nacional fuerte y autoritario, en realidad opera un centralismo por encima del formalismo federalista (como durante el Porfiriato y el régimen del PRI a partir de los cuarentas). Y cuando no hay dicho poder, entonces lo que tenemos es una fragmentación política sin rendición de cuentas por parte de los caciques, más parecida al feudalismo que al federalismo (como ocurrió después de la independencia y de la Revolución mexicana, y ahora, como parte de la transición democrática).
Desde una mirada externa, Alexis de Tocqueville veía también ciertas peculiaridades socio-históricas en Estados Unidos que eran difícilmente reproducibles en otras latitudes: “La constitution de los Estados Unidos se parece a esas creaciones de la industria humana que colman de gloria y bienes a aquellos que las inventan; pero permanecen estériles en otras manos. Esto es lo que México ha dejado de ver en nuestros días. Los habitantes de México… tomaron por modelo y copiaron casi íntegramente la constitución de los anglo americanos, sus vecinos. Pero al trasladar la letra de la ley, no pudieron trasponer al mismo tiempo el espíritu que las vivifica. Se vio cómo se estorbaban sin cesar entre los engranajes de su doble gobierno... Actualmente todavía México se ve arrastrado sin cesar de la anarquía al despotismo militar, y del despotismo militar a la anarquía”.
Los gobiernos panistas creyeron que impulsar el federalismo consistía en conceder mayores recursos a los estados sin compensar eso con mecanismos eficaces de rendición de cuentas (con las consecuencias que ahora conocemos de deudas, abusos, despilfarros y corrupción). Los gobernadores pasaron nuevamente de ser virreyes (que rendían cuentas al Rey, es decir, al presidente) a señores feudales, que no rinden cuentas a nadie (si acaso a Dios, a quien algunos consagran sus gobiernos y plazas).
Un reflejo de ese federalismo formal pero ineficaz en México es su doble estructura electoral, única en el mundo. En algunos países, un solo instituto nacional se encarga de todas las elecciones; en los sistemas federalistas (como Estados Unidos) los institutos estatales organizan todas la elecciones. En México hay doble estructura, porque ni es central (en la forma) ni federal (en la práctica). Y por el feudalismo prevaleciente los institutos electorales estatales han caído, si acaso con alguna excepción, bajo el dominio de los gobernadores o partidos gobernantes en cada entidad. La racionalidad de un instituto nacional es arrebatar ese control a los gobernadores. De ser un auténtico federalismo, lo lógico sería desaparecer al IFE. Pero nadie lo propone porque sabemos que el federalismo mexicano es otro mito más, de los muchos que nos ahogan.
La propuesta de un Instituto Nacional Electoral recuerda la reforma de 1946, que quitó a los gobernadores (tras el periodo feudalista derivado de la Revolución) tanto la elaboración del padrón electoral como la organización de las elecciones federales. Es menos una cuestión de ahorro y más una de autonomía e imparcialidad de las autoridades electorales.
El instituto nacional podría, en efecto, tener mayor fuerza y autonomía frente a los gobernadores, pero habría que incluir una nueva fórmula para nombrar consejeros con miras a despartidizar al instituto. Una fórmula evidentemente agotada, al menos desde 2003.
cres5501@hotmail.com
Investigador del CIDE
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