Editorial La Jornada
Ayer,
en el contexto de un encuentro con dirigentes de organizaciones
campesinas priístas, el titular de la Secretaría de Energía, Pedro
Joaquín Coldwell, presentó un diagnóstico sumamente pesimista del
estado actual de Petróleos Mexicanos (Pemex): habló de una caída
estrepitosa en la producción petrolera nacional y de cifras
deficitarias en materia de gas –lo que ha llevado incluso a activar
alertas críticas–; mencionó el incremento en las importaciones de gas y gasolina y la pérdidas millonarias por tomas clandestinas de combustibles, y dijo que todo ello subraya la necesidad de realizar una reforma legal en materia petrolera, pues
podemos llegar a ser un país deficitario en energía.
En vísperas de la presentación de una reforma energética que contará con el previsible respaldo del PRI y el PAN, diagnósticos como el comentado tienen el efecto de enturbiar gravemente una discusión que debiera ser abierta y objetiva sobre el tema y exhiben una administración federal que en materia petrolera se comporta en forma muy similar a como lo hizo su antecesora: presentando posturas en forma sesgada y tangencial, realizando en el extranjero afirmaciones privatizadoras que son negadas en el ámbito nacional, generando alarma con datos como los difundidos ayer por Joaquín Coldwell, y ocasionando, de esta forma, un amplio margen para la sospecha y la confusión.
Es
indiscutible la necesidad de fortalecer la industria petrolera
nacional; hasta ahora, sin embargo, la actitud de las recientes
administraciones federales –y la actual no ha sido la excepción– ha
apuntado precisamente en el sentido contrario: en vez de políticas
orientadas al fortalecimiento de la paraestatal, lo que puede verse son
intentos por debilitarla y empobrecerla. Por lo demás, incluso dando
por cierto el escenario alarmante que el gobierno federal ha planteado
en sus diagnósticos, no hay razón que justifique el apremio de sacar
adelante una reforma energética con sentido parcial o totalmente
privatizador, sobre todo cuando se tienen a la vista medidas que
permitirían sanear a Pemex sin necesidad de trastocar o modificar los
términos del artículo 27 constitucional: la modificación del régimen de
saqueo impositivo al que ha sido sometida; la reducción de la
dependencia financiera de la administración pública a los recursos
generados por la compañía, el fin de la sobrexplotación fiscal de la
industria petrolera y el cobro de impuestos justos a las grandes
empresas que disfrutan de regímenes de privilegio o de virtual
exención, como es el caso de las mineras.
Con el recuerdo fresco de la polarización social y política que provocó el intento de privatizar a trasmano la industria petrolera en 2008, bajo el gobierno de Felipe Calderón, debiera ser claro que la discusión sobre la modernización de Pemex debe trascender el ámbito legislativo y desarrollarse en el contexto de un debate nacional articulado y coherente, con datos objetivos, que incluya al conjunto de las corrientes políticas y de los sectores sociales y económicos y esté orientado a la construcción de un consenso nacional sobre el tema, no sólo a la obtención de arreglos cupulares. Éstos no garantizan la estabilidad política y social del país.
Con el recuerdo fresco de la polarización social y política que provocó el intento de privatizar a trasmano la industria petrolera en 2008, bajo el gobierno de Felipe Calderón, debiera ser claro que la discusión sobre la modernización de Pemex debe trascender el ámbito legislativo y desarrollarse en el contexto de un debate nacional articulado y coherente, con datos objetivos, que incluya al conjunto de las corrientes políticas y de los sectores sociales y económicos y esté orientado a la construcción de un consenso nacional sobre el tema, no sólo a la obtención de arreglos cupulares. Éstos no garantizan la estabilidad política y social del país.
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