John M. Ackerman
La
ideología neoliberal de Enrique Peña Nieto y sus aliados en el Pacto
por México indica que el Estado debe limitarse a tender la cama y lavar
los platos sucios del gran capital. En contraste, un enfoque pragmático
facilitaría la liberación del Estado de su servidumbre actual y lo
llevaría a trabajar junto con las fuerzas populares para generar un
robusto desarrollo social para todos. En esta tarea son grandes aliados
el texto vigente del artículo 27 constitucional y el régimen de control
estatal sobre la renta petrolera. Ambos proporcionan al Estado
herramientas fundamentales para garantizar los derechos
constitucionales de la población a la vida, la salud, la alimentación,
la educación y el trabajo.
Es necesario rechazar las reformas energéticas privatizadoras no
solamente porque constituirían un robo al patrimonio nacional, sino
también porque minarían los cimientos del Estado social emergido de la
Revolución Mexicana. Es nuestro avanzado texto constitucional lo que ha
evitado que más ciudadanos caigan en la pobreza, la miseria y la
violencia durante la larga noche neoliberal. No podemos permitir que
los mitos y las fantasías de los oligarcas opaquen el pensamiento
racional y ponderado que caracterizan la cultura popular mexicana.
En principio, aumentar el control de empresas trasnacionales sobre
la renta petrolera no generaría ganancia alguna para el pueblo, sino
todo lo contrario. En lugar de que el gobierno reciba las ganancias
para poder gastarlas en escuelas, centros de salud y carreteras, las
recibirían estas empresas para poder complacer a sus accionistas. La
privatización tampoco ayudaría con el combate a la corrupción. Las
últimas dos décadas con experiencias similares en los sectores
bancario, minero, telecomunicaciones, aviación, entre otros, han
demostrado claramente que la desincorporación de activos estatales
genera más, no menos, enriquecimiento ilícito.
Tampoco existe garantía alguna de que las empresas transnacionales
realmente vayan a invertir grandes cantidades de recursos en la
extracción o la refinación del petróleo mexicano. Lo que les interesa a
estas empresas es poder reportar a sus accionistas su
controlsobre los recursos (el famoso booking de las reservas) y no necesariamente su explotación directa. Asimismo, los numerosos desastres ecológicos causados por la irresponsabilidad de las empresas petroleras, incluyendo, por ejemplo, el masivo derramamiento en el Golfo de México por British Petroleum en 2010, demuestran que su tecnología tiene peligrosas fallas.
Resulta evidente que la estrategia más pragmática y menos riesgosa
para fortalecer la industria petrolera nacional sería reducir la carga
fiscal a Pemex, combatir seriamente la corrupción no sólo en el
sindicato, sino también en la licitación de jugosos contratos a
empresas privadas, así como aumentar significativamente la inversión
estatal en tecnología petrolera. México cuenta con grandes científicos
e ingenieros en el Instituto Mexicano del Petróleo, la UNAM y el IPN
quienes evidentemente están a la altura del reto histórico. Estas
inversiones podrían ser financiadas con un pequeño aumento en los
impuestos para las personas físicas y morales más ricas, junto con un
fuerte combate a la evasión fiscal.
Pero
a Peña Nieto y sus socios no les interesan las soluciones pragmáticas,
sino cumplirles a sus patrocinadores. Para la clase política reunida en
el Pacto por México el objetivo de la reforma energética no es
económico o técnico, sino netamente político e ideológico.
La regla básica de la ideología económica vigente es la
privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas.
Desde este punto de vista, el Estado no tiene derecho a generar
ganancias propias, para después invertirlas en el desarrollo social,
sino que su única función es mantener condiciones favorables para el
aumento de los ingresos de las empresas privadas. De acuerdo con esta
lógica, el Estado también debe asumir las pérdidas del sector privado
por medio de costosos
rescatescuando los integrantes de la oligarquía despilfarran sus recursos. El caso del millonario y fraudulento rescate bancario por medio de Fobaproa a finales de los años 90, para lo cual el pueblo hoy sigue pagando las deudas vencidas de las familias más adineradas del país, es solamente uno de muchos botones de muestra.
Habría que invertir totalmente esta perversa lógica. Los ganadores
tendrían que ser los ciudadanos más humildes y, en caso de que haya
pérdidas, las empresas más poderosas deberían asumir los costos de
manera solidaria. Afortunadamente, en México todavía contamos con una
Constitución de vanguardia, surgida de una revolución social, que está
basada precisamente en el principio de priorizar el bienestar general
por encima de la avaricia personal o empresarial. Los ciudadanos
conscientes tienen la responsabilidad de defender su valiosa
Constitución, reflejo de un verdadero
pactonacional, del ataque de un grupo de personajes públicos desacreditados cuyos únicos intereses son el enriquecimiento personal y el poder político.
Twitter: @JohnMAckerman
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