Marcos Chávez * @marcos_contra
La propaganda a favor del Tratado de Libre Comercio no sólo es cínica sino ridícula. Los beneficios que se prometieron nunca llegaron.
Aquello de más y mejores empleos, de que las pequeñas, medianas y grandes empresas mexicanas podrían acceder a los mercados de Estados Unidos y Canadá, y de que se incrementarían los niveles de vida de toda la población resultaron todo lo contrario.
Pero ya se habla de “profundizar” o “actualizar” el Tratado, como si México fuera el principal interesado en una “asociación” que sólo ha servido para saquearlo.
El acuerdo únicamente sirvió para hacer irreversible la implantación del neoliberalismo y poner a disposición de los capitales estadunidenses los recursos del país.
Lo que sigue será la completa puertorriquización de México
Primera parte
¿Se asociaría usted con alguien 250 veces más rico?
De hacerlo, ¿sería usted realmente su socio o su empleado?
John Saxe-Fernández, México-Estados Unidos. La sardina protege al tiburón, La Jornada
Para que nada nos separe, que no nos una nada
Pablo Neruda
La historia, decía Carlos Marx, se
repite primero como tragedia y después como comedia. Pero a fuerza de
repetirse insistentemente, podría agregarse, ésta se vuelve procaz,
monótona, chocante. Vulgar hasta la náusea como ocurre en el
caso de la historia de los gobiernos mexicanos, que para justificar sus
decisiones remedan hasta la zafiedad los mismos desgastados argumentos
insostenibles de sus predecesores, los mismos gestos histriónicos, las
mismas campañas mediáticas, las mismas mentiras.
La falta de creatividad es palmaria en las razones esgrimidas para justificar un segundo ciclo del mito
del Tratado de Libre Comercio (TLC), el cual preparan Enrique Peña
Nieto, Barack Obama y el primer ministro de Canadá, Stephen Harper.
Según Ildefonso Guajardo, titular de la Secretaría de Economía, “el TLC
ha tenido un gran éxito”. Pero, agregó Guajardo, “20 años después de
que entró en vigor, necesita ser actualizado. Hablamos de una
profundización del TLC”.
¿Cuál ha sido la “historia de éxito” de la que hablan Guajardo y los publicistas del acuerdo?
El secretario recurrió a uno de los más
sobados lugares comunes: “el TLC ha tenido un gran éxito en materia
exportadora, pues las exportaciones mexicanas septuplicaron durante los
últimos 20 años y México se convirtió en una plataforma manufacturera”.
Pero inmediatamente se lamentó: por desgracia “las grandes empresas
fueron las que se beneficiaron más del acuerdo comercial
norteamericano. De las exportaciones mexicanas, 33 a 35 por ciento son
de valor nacional, y eso ya da pauta a una integración de valor. Otro
“problema [es que] las pequeñas y medianas enfrentaban condiciones
desiguales a sus empresas comparables en otros países o en Estados
Unidos o Canadá”.
Luego Guajardo hizo cuentas alegres
con simples especulaciones de dudoso fundamento como en su momento
hicieron los salinistas. Aventuró que “las reformas estructurales
recientemente aprobadas, entre ellas, la financiera, la energética y la
de telecomunicaciones, permitirán una mayor participación de las
pequeñas y medianas empresas a nivel internacional y a mejorar su
competitividad”, pues actualmente “pagan energía muy cara y tienen un
muy mal acceso al financiamiento”. Como lo anterior no será suficiente,
Guajardo añadió la necesidad de reciclar el TLC. ¿Con qué
objeto? Para ser más competitivos, “necesitamos homologar normas y
estándares para los sectores productivos, facilitar el tránsito entre
las fronteras, eficientar [sic] la administración de las aduanas e
impulsar la integración de las cadenas productivas”.
Guajardo reconoció al sesgo algunos
efectos indeseables, los cuales, empero, a su juicio, no empañan el
lustroso “éxito” del TLC ni, por añadidura, los ajustes estructurales
del pasado ni, por tanto, el modelo económico. Está convencido, junto
con Enrique Peña Nieto, Luis Videgaray y demás peñistas, que con una nueva terapia
de reformas en la misma perspectiva de las precedentes, o con una
simple corrección de éstas, se alcanzarán las metas que nunca se
cumplieron en 30 años. Es la misma historia escuchada hasta el
cansancio por las mayorías desde 1983.
Al cabo, “todo tratado comercial es perfectible”, dijo el expresidente Carlos Salinas de Gortari, 20 años después.
Si no se condensan las promesas, siempre queda el infalible recurso mandarlas hacia la inalcanzable posteridad, más allá de la frontera
de la responsabilidad sexenal; hacia el protector terreno neutral, en
donde los artífices no pueden ser tocados jurídica y políticamente por
el incumplimiento de los compromisos, pues no existen los mecanismos
legales ni instituciones que les obliguen a rendir cuentas. Sólo queda
la terapéutica sanción moral de la población, cosa intrascendente para los apestados sociales como Salinas y su familia.
Al defender el TLC, Carlos Salinas se cura en salud.
El 17 de noviembre de 1993, cuando la Cámara de Representantes
estadunidense aprobó el TLC, dijo: “los principales efectos del Tratado
irán reflejándose en el mediano plazo”. El 23 de ese mes, una vez que
los priístas y los panistas del Senado hicieron lo mismo con el acuerdo
negociado al margen de la población –los foros de discusión donde
participó la oposición fueron un montaje escenográfico para barnizarlo
de legitimidad–, Salinas reiteró: “para que haya libre comercio pleno,
el Tratado contempla un periodo [de transición] de 15 años. El Tratado
no debe dar lugar para expectativas excesivas”.
Transcurrieron los 15 años de gracia
concedidos al TLC y al “comercio pleno”, y otros 5 adicionales, y las
promesas y las expectativas continúan agazapadas en algún lugar del firmamento.
Alguna vez el eufórico José Ángel
Gurría señaló que la maduración del modelo neoliberal salinista, que
incluye al TLC, requeriría de al menos 18 años para ofrecer el maná
comprometido. Pasaron 30 años, entre catástrofes socioeconómicas y
políticas, y lo que parecía sólido para los forjadores del nuevo
proyecto de nación se desvaneció.
Guajardo también se adelantó a curar en salud al
peñismo. Afirmó que “los beneficios del TLC, firmado hace 2 décadas, se
verán reflejados a todo el país y a todas las empresas en los próximos
20 años”. En ese nuevo lapso de gracia “la historia de éxito
tiene que bajar a todas las regiones de México y a todos los tamaños de
empresa. Ésa es una tarea fundamental que a partir de las reformas se
tiene que transformar”.
Al respecto, el diputado Manlio Fabio
Beltrones acotó: “las reformas traerán más inversiones que generarán
crecimiento, y el crecimiento deberá traer empleo. Pero no traen
automáticamente todo ello”. José Ángel Gurría, ahora secretario de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), con
aguda elocuencia consultó las calendas y dijo que la expansión
vendrá cuando tenga que llegar: “el crecimiento nos llegará en 24, en
36, en 48 o en 60 meses. Las inversiones irán llegando poco a poco”.
¿Qué pasará si la “historia de éxito” no baja a donde se presume tiene que descender?
Eso ya no fue asunto de los salinistas ni lo será de los peñistas.
En todo caso, la población se quedará como Vladimir y Estragon: esperando a Godot,
con quien quizá tienen alguna cita, algún asunto a tratar, mientras
alguien le dice: “aparentemente, no vendrá hoy, pero vendrá mañana por
la tarde”. “¡Nada ocurre, nadie viene, nadie va!”.
TLC: mitos y hechos
¿Qué esperaba Carlos Salinas cuando
firmó el TLC con George W Bush y el primer ministro canadiense Brian
Mulroney? Los mismos objetivos que espera alcanzar Peña Nieto con la
reapertura de las negociaciones, pese a que Carlos Salinas ya advirtió:
“no se reabre el TLC, se abre una Caja de Pandora” (Rogelio Cárdenas, El Universal, 11 de febrero de 2014).
En su alocución citada, y en las del 12
y 13 de agosto de 1993 –relativas a la culminación de las negociaciones
y la firma de los acuerdos paralelos, el ambiental y el laboral– Carlos
Salinas enumeró las “ventajas [que] nos traerá el Tratado”:
1) más
inversión extranjera y exportaciones que contribuirán al crecimiento
económico y la “modernización económica”;
2) mejores salarios, más
empleos y más bienestar de la población;
3) el respeto la soberanía
nacional.
Más allá de los dos efectos escenográficos engañabobos,
de la nación exportadora y privilegiada por la inversión extranjera,
queda la cruel estela del estancamiento económico de larga duración;
las crisis recurrentes; la ausencia del empleo formal, el deterioro de
los salarios reales, la pobreza y la miseria rampantes; la pérdida de
la soberanía nacional y el ominoso sometimiento a los intereses
geopolíticos y de seguridad nacional estadunidense.
El objetivo central del TLC, sin embargo, se ha cumplido honorablemente:
el asegurar la casi irreversibilidad política del Tratado y el
neoliberalismo mexicano –ello dependerá de la sociedad– al integrarlo a
las esferas de la seguridad nacional y geopolítica estadunidenses; el
apoyo de la Casa Blanca a los gobiernos de ese pelaje, sea priísta o
panista, al cabo profesan los mismos intereses; la creación de un
espacio económico para las necesidades de la acumulación de los grupos
oligárquicos trinacionales y las empresas trasnacionales; la existencia
de un peón fiel, los gobiernos mexicanos, que respaldará la
política regional o global estadunidense en contra de quienes aspiren a
cuestionar y fracturar su hegemonía.
Sobre el tema, el especialista John
Saxe-Fernández anotó: “alejándose del ‘globalismo pop”, varios
estudiosos se preguntaban: ¿después de todo, qué es lo que distingue a
un imperio de una alianza o un tratado de libre comercio? Un imperio es
el principal actor en el sistema internacional y su poder está basado
en la subordinación de diversas elites nacionales que, ya sea bajo
compulsión o por convicciones compartidas, aceptan los valores de
aquellos que gobiernan al centro dominante o metrópolis. La inequidad
de poder, recursos e influencia es lo que distingue a un imperio de una
alianza (aunque los tratados de alianza a menudo formalizan o sirven de
disfraz para una estructura imperial)” (“México-Estados Unidos: la
sardina protege al tiburón”, La Jornada, 18 de marzo de 2008).
TLC, salvavidas del neoliberalismo mexicano
Ahora Salinas pretende dar una lección
de mesura y raciocinio a los peñistas cuando él fue quien abrió la Caja
de Pandora, liberó los males que aquejan actualmente al país y –a
diferencia de la mitología griega– hasta dejó escapar a Elpis, el
espíritu de la esperanza.
En los discursos citados, se jactó del
supuesto cuidado que tuvo su gobierno para negociar el TLC. Sin
embargo, en enero pasado, Jaime Serra declaró que el acuerdo tomó
cuerpo entre los salinistas después del Foro Económico Mundial de
Davos, Suiza (febrero de 1992), cuando tuvieron que aceptar que México
–es decir sus gobernantes, agrego por mi parte– estaba en calidad de
apestado internacional. Hasta ese momento sólo se discutía un convenio
limitado en comercio e inversión, iniciado en octubre de 1989. Después
de Davos empezaron las negociaciones del TLC y en diciembre se firmó.
La aprobación en el Senado, 11 meses después, sólo fue una simulación
(Concepción Peralta, “Jaime Serra Puche presume logros del TLC”, http://noticieros.televisa.com/mexico/1401/jaime-serra-puche-presume-logros-tlc/).
¿Qué seriedad puede existir en una “negociación” de esa trascendencia que se llevó a cabo en un lapso tan breve?
El economista Alejandro Nadal señaló
que “el TLC fue concebido con el propósito de hacer irreversible la
imposición del neoliberalismo en México. Las relaciones económicas con
Estados Unidos crearon un marco jurídico de subordinación que
efectivamente parece hacer inalterable las instituciones del
neoliberalismo” (La Jornada, 8 de enero de 2014).
La cuestión, sin embargo, es más grave.
Los “prudentes” salinistas aceptan un acuerdo que involucra aspectos
que trascienden del ámbito económico (productivo, comercial, de
inversión, financiero) y de las políticas públicas y alcanzan al
jurídico, constitucional, político, geopolítico, militar y la seguridad
nacional, cambios que definen el destino de México y la renovación de
su condición neocolonial ante Estados Unidos. Lo convierten en el nuevo
Puerto Rico, de “socio asociado en sociedad”, como diría el poeta cubano Nicolás Guillén.
El TLC es la salida de Carlos Salinas y
la oligarquía económica emergente que busca asegurar la legitimidad de
su gobierno y la consolidación de su modelo económico –políticas de
estabilización y reformas estructurales– y su proyecto neoliberal de
nación, el cual no es más que la originalidad de la copia del modelo
pinochetista y de las directrices del Fondo Monetario Internacional
(FMI), el Banco Mundial (BM) y el Consenso de Washington, arrojándose de esa manera a los brazos de los estadunidenses, de George Bush padre, de Bush hijo y de las empresas trasnacionales.
La sardina mexicana se arrojó voluntariamente a las fauces del tiburón que se la tragó con su proyecto de redespliegue hegemónico regional y global.
Carlos Salinas presenta al TLC como un nuevo ejemplo de las relaciones económicas internacionales. Pero no dice que:
1) Corresponde a las nuevas formas
mundiales de acumulación de capital promovidas por los organismos
internacionales citados, además de la Organización Mundial de Comercio
–OMC, Ronda Uruguay (1986), Marrakech (1993) y Doha (2001)–, con el
objeto de eliminar las barreras nacionales a los flujos de mercancías,
servicios y capitales y acelerar la integración capitalista mundial,
bajo la hegemonía de las potencias industriales y, en especial, de
Estados Unidos. Asimismo, atañe al nuevo orden mundial unipolar,
liderado por el imperialismo capitalista de este último país, luego de
la desaparición del bloque del Este y el reparto de sus pedazos.
2) El ejemplo sólo fue visto con interés y seguido por gobiernos que profesan el mismo credo neoliberal
y que en la década de 1990 coparon a América Latina (Carlos Menem y
Alberto Fujimori, por ejemplo), salvo Cuba, y la mayor parte del mundo,
con resultados mediocremente similares. Alguna vez Guido Di Tella,
ministro de Relaciones Exteriores del entonces gobierno argentino de
Menem, definió el entendimiento Argentina-Estados Unidos como
“relaciones carnales”. También dijo que “Argentina se ha vuelto hoy un
país claramente confiable en el mundo, bajo estándares de confiabilidad
que existen en el mundo, es decir, no inventamos un estándar de
confiabilidad especial para nosotros”. Ésa fue la relación y la
confiabilidad lograda de Salinas a Enrique Peña con la nación
imperialista.
Países como China o India, que se
apartaron de la internacional neoliberal, han mostrado balances
cualitativamente superiores en su mezcla de
estatismo-proteccionismo-neoliberalismo. En el mundo no existe un caso
de éxito de una experiencia neoliberal nacional. No lo habrá porque su
funcionamiento lo aborta. El objeto no es que países atrasados como
México superen su condición subdesarrollada, periférica del
sistema-mundo capitalista, sino que lo perpetúen y lo profundicen, en
beneficio de las potencias llamadas a sí mismas como desarrolladas,
“civilizadas”.
3) El TLC sólo es una pieza de un
proyecto más ambicioso: el redespliegue hegemónico estadunidense en el
Continente Americano. La Comisión Económica para América Latina y el
Caribe (Cepal) lo ubica como parte de la “Iniciativa para las Américas”
(Enterprise for the America’s initiative), anunciada por George
Bush el 27 de junio de 1990 y considerada como el primer planteamiento
integral sobre las relaciones hemisféricas que Estados Unidos realiza
desde la Alianza para el Progreso (Alpro, 1961), de John F Kennedy, en
el contexto de la Guerra Fría, para contener la influencia de la
revolución cubana y el virus comunista (Cepal, La iniciativa para las Américas: un examen inicial, 1991).
Originalmente, añade la Cepal, el
propósito de largo plazo de Bush era crear una zona de libre comercio
“desde el Puerto de Anchorage hasta la Tierra de Fuego”. La propuesta
de mayor alcance se refiere a la eliminación de los aranceles al
comercio de mercancías y servicios, de los obstáculos a la inversión
extranjera y la protección jurídica a la propiedad intelectual. Esas
medidas la diferencian de la Alpro, que privilegiaba el apoyo
financiero estadunidense, público y privado, las medidas reformistas
(reforma agraria, modernización de la infraestructura de
comunicaciones, reforma de los sistemas de impuestos, acceso a la
vivienda, entre otras), junto a la asistencia e intervención
político-militar, pactada o soterrada. El último punto siempre se ha
mantenido, sólo cambia de forma.
Los países candidatos a las nuevas “relaciones carnales” serían los que hicieran actos de fe,
con sus respectivas pruebas empíricas en ristre, en las “señales del
mercado libre” y la apertura económica. “Con el fin de avanzar hacia
esta meta, se anunció que Estados Unidos está dispuesto a establecer
acuerdos de libre comercio con América Latina y el Caribe,
particularmente con grupos de países que se han asociado para lograr la
liberación comercial. El primer paso en este proceso fue la negociación
de un acuerdo con México. Con los países que aún no estén listos para
acuerdos integrales de libre comercio, Estados Unidos estaría dispuesto
a negociar acuerdos ‘marco’ bilaterales para reducir en forma paulatina
barreras específicas al comercio o resolver problemas surgidos en el
intercambio bilateral. Ya se negociaron acuerdos semejantes con México
en 1987 y con Bolivia, Colombia y Ecuador en 1990” (Cepal).
La Cepal advertía que la Iniciativa
incluía “el movimiento del factor capital” pero no al “factor trabajo”,
eufemismo que degrada y cosifica a los trabajadores migratorios, lo que
“implica un sesgo importante en contra de los intereses de los países
latinoamericanos”. Para cubrir las formas, Carlos Salinas
aceptó que se agregara un injerto, un “acuerdo paralelo” que vale tanto
como el papel donde está impreso el texto.
Con el tiempo se afina y se desdobla el
proyecto hegemónico estadunidense. La estrategia para subordinar a
América Latina, excepto a Cuba, se desplegó con la Cumbre de las
Américas (Miami, Estados Unidos, diciembre de 1994), la cual involucró
la eliminación de las restricciones al comercio de mercancías y
servicios y a la inversión, las compras gubernamentales, la protección
a la propiedad intelectual, el sector agrícola, los subsidios y el dumping (precios predatorios), entre otros temas.
Las discusiones debieron concluir en
2005, en la reunión de Mar del Plata, Argentina. Pero allí sucedió algo
“histórico”, dijo Néstor Kirchner, que obligó a Bush hijo a agregar:
“Estoy un poco sorprendido. Acá pasó algo que no tenía previsto”
(Fernando Cibeira, Página12, Buenos Aires, 6 de noviembre de 2005).
4) Un final con el corazón partido (Cibeira dixit).
En 2005 algo había cambiado. Los TLC y el Área de Libre Comercio de las
Américas (ALCA) dejaron de ser el ejemplo de referencia como había
dicho Carlos Salinas. El Continente y la internacional neoliberal se
partió en dos y dobló a duelo las campanas por el ALCA. De un
lado el emperador y sus cipayos de Panamá, México y Colombia, entre
otros, que aceptaron el neocoloniaje irrestricto. Del otro lado, Hugo
Chávez, promotor de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra
América (Alba), y los miembros del Mercado Común del Sur (Mercosur),
encabezados por Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva, que exigían un
nuevo trato, alejado del estigma del “patio trasero, mientras exploran
nuevos senderos regionales de desarrollo más autónomos”.
El TLC y el ALCA respondieron a los
obstáculos que enfrentó Estados Unidos en la Organización Mundial de
Comercio y que frustraron los intentos por imponer sus intereses. En
una perspectiva histórica, constituyeron la fase avanzada de la
Doctrina Monroe (1823) y su Corolario Roosevelt (1904), que fundamentan
el imperialismo y el colonialismo de ese país, y el retoño temprano de
su panamericanismo (que pretende erigirse como heredero de la unión
hispanoamericana promovida por Simón Bolívar en 1826), la fallida
Primera Conferencia Panamericana (1889-1890), que quiso liberalizar el
comercio americano para ampliar sus exportaciones. En la conferencia el
representante argentino Roque Sáenz, dijo: “tratar de asegurar el
comercio libre entre mercados carentes de intercambio sería un lujo
utópico y un ejemplo de esterilidad”.
A raíz de dicha conferencia, José Martí
escribió “que tendría que declararse por segunda vez la independencia
de la América Latina, esta vez para salvarla de Estados Unidos” (http://tiempo.infonews.com/2012/ 04/14/editorial-73098-eterno-problema-para-ee-uu-en-las-cumbres-americanas.php). Eso es lo que aspiran los miembros de la Alba, inspirado en legítimo panamericanismo del sueño bolivariano.
Es obvio que ese sueño no es compartido por las elites mexicanas.
5) El síndrome del cipayo. Por
el contrario, el TLC ha implicado el vergonzoso sometimiento a los
intereses estadunidenses, desde el salinismo, que trasciende al terreno
económico. En este ámbito ceden rápidamente los espacios ganados para
la fase transitiva del TLC, así como los reservados: adelantan la
apertura agropecuaria (en granos básicos como el maíz); entregan las
plazas financiera, energética y de las telecomunicaciones.
Enrique Peña y sus colaboradores balbucean y dan saltos de carnero ante los documentos secretos filtrados por Edward Snowden, y publicados por el semanario alemán Der Spiegel,
donde se denuncia el espionaje realizado por Agencia de Seguridad
Nacional estadunidense en contra del gobierno de Calderón (a los
correos electrónicos) y del propio Peña, cuando era candidato.
No se sienten incómodos de formar parte de la seguridad nacional y los intereses geopolíticos estadunidenses.
En su testimonio ante el Comité de
Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, en 1995, Alan
Greenspan calificó a la crisis mexicana como “el primer caso relevante,
que las equivocaciones significativas en la política macroeconómica
también repercuten en el mundo, a una velocidad prodigiosa”. No
obstante, su país se vio obligado a rescatarlo porque “México era
percibido como el modelo de transición económica y política de un
sistema rígido dirigido por el Estado hacia una estructura de libre
mercado”. Si no hubiera funcionado el rescate, [las] reformas
económicas [hubieran sido] amenazadas por presiones para reimponer
controles en muchas áreas de su economía y para restablecer la
interferencia gubernamental en el cada vez más vibrante sector privado
en México. Una reversión de las reformas y una difusión de las
dificultades financieras a otros mercados emergentes podrían detener o
revertir la tendencia global hacia las reformas orientadas al mercado y
la democratización. Esto sería un retroceso trágico no sólo para estos
países sino para Estados Unidos, y también para el resto del mundo”.
Ésa es la lógica que priva en la relación de patio trasero de México con Estados Unidos.
6) El síndrome de cipayo reciclado. La renegociación del TLC que busca Peña Nieto no es más que la reedición de esa relación bastarda
inaugurada por Carlos Salinas de Gortari. Éste dio los pasos
unilaterales –desgravación arancelaria, apertura financiera, etcétera–
para ganarse el amor de Bush y los dueños del capital global, aunque quedó desarmado para negociar, si es que era posible hacerlo con un príncipe planetario que impone las reglas a su modo.
Peña Nieto emula a su maestro:
entrega al sector energético a los estadunidenses a cambio de nada,
antes de iniciar las “negociaciones”. Un regalo adelantado. Un gesto de
buena vecindad, desde luego, no solicitado. También se suma al acuerdo
de la Alianza del Pacífico, junto a los otros peones del imperio
(Chile, Colombia y Perú), que aspira a sabotear los vientos frescos del Sur de América. Otro guiño. Pero pretende mostrarse maquiavélico con la aparente renovación de las relaciones con Cuba. Cosa de risa.
Los resultados ya pueden saberse. En la
siguiente entrega se verán los mitos comerciales y financieros del
Tratado de Libre Comercio con América del Norte.
*Economista
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