El Periódico de Catalunya
Estos días, en Málaga y Granada, empieza la cosecha de los primeros aguacates. Hasta abril se irán sumando más toneladas producidas en Alacant, València y Castelló, incluso en Amposta donde hay una pequeña finca que los cultiva. Aunque en las estanterías de los supermercados -que nada saben de climatología- los podemos encontrar siempre que gustemos, como cualquier otra fruta o verdura. Porque el aguacate, y la salsa a la que da nombre, el guacamole, se ha convertido en los últimos años en una de las grandes estrellas de la globalización alimentaria.
Prácticamente toda esta cosecha mediterránea, que rondará las 70 mil toneladas, viajará hacia los países del Norte de Europa donde pagan un precio más alto por productos cosechados dos o tres días antes, y que les llegan en el punto de maduración perfecto. Aquí consumiremos aguacates importados mayoritariamente de Perú, Israel, Sudáfrica y unas 40 mil toneladas llegadas desde México, el mayor productor del mundo. Una cifra pequeña frente a los 2 millones de toneladas que México exporta a los Estados Unidos. Sólo para satisfacer la demanda del día de la Super Bowl, se requieren 100 mil toneladas del aguacate mexicano.
El boom del aguacate en México, como ha venido recogiendo la prensa los últimos años, ha provocado la presencia de cárteles de la droga en el negocio. Pero hay un problema mayor. Prácticamente todas estas cantidades de aguacates se producen en el estado de Michoacán donde, como me dice Blanca Lemus, doctora jubilada de la universidad local, “la producción de esta fruta para la exportación ha llevado a grandes productores de aquí a acaparar buena parte de todas las tierras, el pequeño campesino ya ni existe, ahora son jornaleros de negocios de las élites y de las empacadoras que son propiedad norteamericana e israelita” . Según el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias con sede en Uruapan, “la capital mundial del aguacate”, la expansión de este cultivo provoca una deforestación (muchas veces por incendios provocados) de 500 hectáreas anuales. “Un daño permanente que llegó para quedarse” , me sigue contando Blanca, “ las imágenes son desconsoladoras. El agua es cada vez más escasa y contaminada, y esta tierra paradisíaca con un clima de templado a frío, se ha transformado en parajes calurosos de aire seco”. Los aguacates se expanden por todas partes, en las faldas de los cerros, en lo alto de las lomas, y también, en las laderas de las montañas, donde, acrobáticamente, les fuerzan a crecer en horizontal.
Un boom que convertido en monocultivo asume muchos riesgos. Por cuestiones del clima (como este año donde las inundaciones han provocado una caída del 20% de la producción), por la aparición de otra región más competitiva, por una demanda que no se sostendrá… ¿Y entonces?. Será otra burbuja explotada, con una diferencia: a los bancos se le pueden reinyectar dinero, a la tierra no, lo escupe. El papel moneda le repugna.
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