No es el primer gobernador que
lanza bravuconadas de salva en la arena política nacional: ya lo hizo
Miguel Ángel Yunes cuando amenazó con hacer revelaciones que iban a
cimbrar al país, vino al DF a entrevistarse con Peña Nieto y se regresó a Xalapa a disfrutar los réditos obtenidos a cambio de no cimbrar nada; lo hacía El Bronco a cada rato y tampoco pasaba nada. Como probablemente ocurrió al veraruzano, a Javier Corral le cayó entre las manos información puntual sobre las maneras delictivas con las que el PRI ha financiado sus campañas políticas en años recientes: la fiscalía de Chihuahua le echó el guante a uno que fungió de ex secretario general adjunto de ese partido entre 2015 y 2016, Alejandro Gutiérrez Gutiérrez, y éste cantó lo que sabía sobre los desvíos de dinero público del gobierno de César Duarte Jáquez, con la complicidad del entonces presiente nacional priísta, Manlio Fabio Beltrones, y de Luis Videgaray Caso, quien era a la sazón secretario de Hacienda y Crédito Público.
Esa investigación habría podido dinamitar la red de complicidades,
impunidades y corruptelas de la que se ha valido el régimen para
perpetuarse a lo largo de los sexenios y a través de distintas marcas
partidistas. Era, además, un riesgo gravísimo para la candidatura de
José Antonio Meade, de suyo vapuleado por su propia insustancialidad y
su currículum al servicio de Calderón y del propio Peña. Ante el
peligro, el gobierno federal cometió una torpeza mayúscula: contraatacó
mal y torpemente, ya reteniendo 700 millones de presupuesto al Ejecutivo
chihuahuense, ya acusando a su titular de desvío de recursos, ya
alegando que las declaraciones iniciales de Gutiérrez Gutiérrez habían
sido obtenidas bajo tortura, ya iniciando un jaloneo a fin de lograr que
el reo pasara al ámbito de la justicia federal, donde sería posible
construirle una acusación descafeinada, como se ha estado haciendo con
Javier Duarte.
Corral vio su oportunidad de convertirse en héroe instantáneo,
cruzado del federalismo y paladín contra la corrupción, ganarle la
partida (presupuestal) al peñato y, de paso, inclinar la balanza del
régimen hacia su correligionario Ricardo Anaya en la disputa
interoligárquica por el poder presidencial; así, su periplo a la capital
acabó siendo, entre otras cosas, una suerte de Caravana por la Anayidad
para hacer ver al frentista como un verdadero opositor al régimen del
que en realidad forma parte.
Y ganó. Por medio de Alfonso Navarrete Prida, secretario de
Gobernación, el gobierno de Peña –qué remedio le quedaba– concedió a
Corral todo lo que pidió, y hasta más: en vez de entregarle los 700
millones que reclamó en un principio, le dio 900; retiró las medidas de
represalia en contra de funcionarios chihuahuenses y se comprometió a
gestionar en serio la extradición de Duarte Jáquez. Todo eso, a cambio
de que Gutiérrez Gutiérrez fuera colocado en un reclusorio federal y de
una cláusula no escrita pero inocultable: la fiscalía de Chihuahua no
llevará la pesquisa del desvío priísta de fondos con propósitos
electorales hasta sus últimas consecuencias y tanto Beltrones como
Videgaray saldrán del episodio limpios e indemnes.
En el ámbito de la política nacional el sainete busca presentar al
PAN como un partido auténticamente comprometido en la lucha contra la
corrupción –como si no hubiera sido ese partido el que engendró las
presidencias de Vicente Fox y de Felipe Calderón, el que practica o
practicó los moches sistemáticos, el que erigió la Estela de
luz, el que colocó a Guillermo Padrés Elías en la gubernatura de
Sonora–, buena jugada ante el vacío programático que caracteriza al
Frente Ciudadano por México, o Por México al Frente, o como se llame
esta semana la coalición panredista. Más aún: la caravana de la
gente bonita podría tener el efecto de convencer al peñato de que más
vale abandonar a Meade en su caída libre en las preferencias electorales
y alinearse detrás del mejor posicionado entre los aspirantes del
régimen, lo cual sería, a fin de cuentas, una repetición de usos ya
conocidos: lo hizo el PRI con Fox en 2000, lo hizo el priísmo con
Calderón en 2006 y lo hizo el calderonato con Peña en 2012.
Corral tenía en su mano la palanca para iniciar la demolición
judicial de las presidencias corruptas. Pero prefirió negociar y en la
culminación de su periplo optó por recibir en Bucareli un cálido abrazo
acompañado de valiosos regalos –entre ellos, un bono por 200 millones de
pesos adicionales a su exigencia presupuestal inicial– y luego, como
aquel valentón del soneto con estrambote de Cervantes, caló el chapeo,
requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
Twitter: @Navegaciones
No hay comentarios.:
Publicar un comentario