Desde Elba Esther Gordillo y círculos importantes del SNTE, hasta
legisladores panistas, destacadamente Gabriela Cuevas, y no pocos
líderes y operadores del PRI que antes fueron sus adversarios
declarados, se han sumado a la candidatura de López Obrador en un
extraño fenómeno de “cargada” electoral o de acelerada deserción frente a
las candidaturas de los frentes que postulan a Ricardo Anaya y a José
Antonio Meade.
Hasta la campaña de guerra sucia de este 2018 parece una parodia
involuntaria de la del 2006. López Obrador se burla un día sí y otro
también de las versiones delirantes que lo colocan como el “candidato de
Nicolás Maduro y Venezuela” o como el personaje utilizado por los rusos
para “desestabilizar”, ya sólo falta que lo vinculen con Darth Vader.
Sin embargo, la mercadotecnia del odio no ha desaparecido. Se
inventan y reinventan miedos y pánico moral con un objetivo muy claro:
desinformar e inhibir el ejercicio del voto.
En esta feria de máscaras, hasta los mercadólogos que en 2006
sirvieron para sembrar pánico moral en México, ahora se presentan como
analistas de la inminente victoria de López Obrador en julio de 2018.
Sólo algunos personajes como J.J. Rendón se cuelgan del lopezobradorismo
para hacerse autopromoción a partir de su discurso negativo.
En la pomposa Cumbre Mundial de Comunicación Política que se realiza
ahora en la Ciudad de México, el asesor de origen español Antonio Solá,
autor de la frase “López Obrador es un peligro para México”, afirmó
ahora que el tabasqueño es el más cercano a empalmar “la enorme ira
contenida” de los mexicanos ante un sexenio complicado.
“–¿El peligro para México es vigente? –le cuestionó el reportero de El Universal.
“–Para nada es vigente. Yo lo he dicho muchas veces. Ya no
es nada vigente. Yo he dicho que López Obrador ha evolucionado mucho en
estos últimos 12 años y para nada creo que eso esté sucediendo en este
momento.
“La institucionalidad mexicana abraza con mucha fuerza, con mucha
energía cualquier mínimo de posibilidad de que se violente y no se
respete la institucionalidad mexicana cuando uno quiera convertirse en
tirano político”, agregó Solá.
Sobre el PRI, el asesor de múltiples campañas electorales en México y
en América Latina, experto en polarización política, afirmó que “no hay
comunicación política que le sirva al PRI, y lo ves en las últimas
encuestas, para tratar de ponerse en primer lugar en la campaña, en una
campaña electoral en condiciones normales”.
“Si tenemos condiciones normales con un INE, árbitro electoral en
toda regla, Andrés Manuel tengo la certeza muy profunda, muy íntima, de
que será presidente de la República”, pronosticó Solá.
Lo sorprendente de las declaraciones de Solá no es su giro de 180
grados sino la absoluta ausencia de autocrítica en este mercado tremendo
que es la mercadotecnia política en tiempos de crisis electoral.
Tal parece que todo se vale con tal de sembrar la polarización
mediática y social para obtener percepciones electorales y enormes
ganancias como consultores. Las elecciones se vuelven un reality donde la ficción y la realidad se mezclan para generar confusión.
La guerra sucia del 2006 no sólo afectó a López Obrador y a sus
seguidores sino al país entero. Pasaron 12 largos años de violencia
verbal que gracias a la decisión inmoral de Felipe Calderón de emprender
una “guerra contra el narcotráfico” se convirtió en violencia real. Más
de 200 mil personas asesinadas por las disputas entre el crimen
organizado. Más de 30 mil desaparecidos. Familias fragmentadas. Toda una
generación de jóvenes descompuesta. ¿No existe ninguna responsabilidad
mínima en quienes sembraron esa polarización?
Podrán decir que ellos simplemente “capitalizaron” o supieron “leer”
la polarización que existía en 2006 en la sociedad mexicana. Lo que es
sorprendente es que muchos comunicadores políticos y expertos en marketing no tengan ningún código ético elemental frente a las consecuencias de sus estrategias.
La guerra sucia del 2006 creó un vínculo ficticio y mediático entre
López Obrador y el comandante venezolano Hugo Chávez; insistió ante
todos los medios posibles que la estabilidad económica del país estaba
en juego; sembró miedo e ignorancia a través de los descarados acuerdos
con las televisoras; se despreció la racionalidad, la inteligencia y los
derechos electorales más elementales de los partidarios de López
Obrador para convertirlos en “disidentes violentos”.
La civilidad electoral se rompió. La sociedad mexicana quedó
envenenada y el proceso de desintoxicación ha tardado mucho tiempo en
curarse. Por si fuera poco, la guerra sucia del 2006 se realizó con
claras violaciones a la legislación electoral. La credibilidad del
propio IFE y del TEPJF fue una de las principales damnificadas de esta
situación.
El peligro para México no es un político, un partido, un frente o un
movimiento, sino la insistencia de polarizar al país con nuevas fórmulas
del voto del miedo.
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