Carlos Bonfil
Anatomía del infierno. Al cabo
de una ya larga colaboración artística con su guionista y pareja
sentimental Paz Alicia Garciadiego, el veterano realizador Arturo
Ripstein ofrece en El diablo entre las piernas (2019), lo que
tal vez sea la proyección más sulfurosa de su manera de entender, a
través del cine, los larguísimos tormentos y las muy efímeras
satisfacciones de la pasión amorosa.
El desencanto moral y, muy a menudo, el hartazgo, parecen ser el
corolario de una concordia afectiva entre dos seres humanos destinada a
generar, con el tiempo y la rutina, únicamente frustración y un
autodesprecio magnificado luego en violencia verbal misógina, todo según
el dogma de un determinismo inflexible.
En la obra de Ripstein, esta lógica ha puesto de cabeza, de modo muy
deliberado, la larga tradición de un melodrama mexicano marcado por un
culto de la resignación y las pretendidas virtudes del desprendimiento.
En suma, la respetabilidad social, el decoro verbal y la corrección
política.
En la mayoría de los relatos fílmicos de Paz Alicia Garciadiego
pareciera existir la intención (lograda o no, es otro asunto), de
subvertir no sólo la corrección verbal, sino de modo más inquietante aún
las certidumbres ideológicas de lo que hoy se conoce como perspectiva
de género. Y ese propósito conlleva implícito, en su ambigüedad y sus
excesos expresivos, un inevitable tufo de misoginia, particularmente
ofensivo en un país donde impera el maltrato doméstico y donde cunden
los feminicidios. Su apuesta de incorrección política suele así irritar a
los públicos más diversos, pero jamás había alcanzado grados de
irritación mayor como en el caso de El diablo entre las piernas,
una cinta en la que esa representación de la mujer maltratada toma un
giro inesperado con la reivindicación de las incómodas realidades de una
sexualidad ejercida altaneramente en la vejez, un periodo en la vida en
que el sexo y sus posibles procacidades no tienen autorización social
alguna de expresarse. Y que sea Beatriz (Sylvia Pasquel, estupenda), una
mujer madura, quien desafiando los celos de su patético marido
erotómano culposo (Alejandro Suárez), ofrezca sus carnes casi marchitas,
aunque siempre exultantes, a quien mejor tributo les rinda, termina
siendo una pedrada al convencionalismo moral de muchas conciencias
satisfechas.
En el ambiente claustrofóbico habitual de tantas otras cintas suyas,
con el barroquismo verbal que ya es inseparable de sus ficciones, y bajo
la lente cómplice y experta del cinefotógrafo Alejandro Cantú, la
pareja Ripstein- Garciadiego ofrece su esperpéntica y muy impetuosa
visión de una sexualidad crepuscular que haciendo caso omiso de toda
sensatez y mesura, ha elegido albergar –lúdica y retadoramente– al
propio diablo entre las piernas.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 12 y 17:45 horas.
Twitter: @Carlosbonfil1
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