De
decepcionantecalificó el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, la declaración final conseguida a rajatabla y con dos días de retraso en la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de la ONU de Cambio Climático (COP25), que se llevó a cabo en Madrid, tras casi dos semanas de negociaciones entre representantes de 196 países.
Ante las alarmantes previsiones de la comunidad científica
internacional, según las cuales se ha acelerado de manera súbita el
calentamiento global producido por los gases de efecto invernadero (GEI)
emanados por la industria, el transporte, los servicios, el comercio,
la agricultura y los usos domésticos, los funcionarios reunidos en la
capital española no lograron siquiera acordar medidas concretas para
asegurar el cumplimiento del Acuerdo de París (2015), en cuyos términos
todas las partes deben limitar sus emisiones de GEI a fin de impedir que
la temperatura planetaria ascienda más de 1.5 grados centígrados. Según
cálculos de la ONU, los programas actuales de contención o reducción de
GEI llevarían ese incremento a 3.2 grados, lo que se considera una
catástrofe ambiental en toda la línea.
Por otra parte, el documento surgido de la reunión omitió toda
referencia a los mercados de dióxido de carbono, el mecanismo por el
cual estados y empresas intercambian sus cuotas de emisión de ese gas y
que puede facilitar el cumplimiento de las metas mínimas establecidas en
1997 en Kyoto, Japón. Asimismo, los firmantes se abstuvieron de incluir
en el texto los apartados sobre derechos de los pueblos indígenas y la
inclusión de una agenda de género, puntos que fueron defendidos por la
delegación mexicana. En realidad, la única sustancia de la declaración
de Madrid fue
alentara los gobiernos a que presenten planes
más ambiciososde reducción de emisiones en la reunión 26 de la COP, programada para noviembre en Glasgow, Escocia; apenas algo más que humo.
Ciertamente, 84 países, entre ellos el nuestro, se comprometieron a
presentar programas más enérgicos de reducción de GEI para el próximo
encuentro, pero entre ellos no se encuentran China, Estados Unidos,
India ni Rusia, responsables en conjunto de más de la mitad de los GEI
que se producen en el mundo; tampoco están Japón, Brasil y Arabia
Saudita, que son grandes contaminadores planetarios.
A lo que puede verse, sólo una inclusión intensiva del problema
ambiental en los temarios políticos de los países (especialmente, los
mencionados) puede conseguir un cambio sustancial en la indolente e
irresponsable actitud de gobiernos que se niegan a admitir las
evidencias científicas sobre el cambio climático –Donald Trump, por
ejemplo, ha manifestado que el calentamiento global es
un invento de Chinapara ganarle la carrera comercial a Estados Unidos– y a medidas drásticas de reducción de emisiones de GEI.
Ciertamente, una atenuación significativa de los impactos ambientales
generados por las actividades económicas obliga a realizar grandes
inversiones y a prescindir de negocios tan lucrativos como
contaminantes. Pero salta a la vista que eso es preferible a
desencadenar fenómenos que lleven al mundo a un desastre tras el cual no
quede nada que salvar ni negocios por realizar.
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