El caldero de las
emociones actuales, al principio apenas contenidas, ha caído en
ebullición. Se pide, con graves voces, que también exigen, su natural
desfogue. Durante ya varios años de tanteos justicieros, el viejo
liderazgo del país ha sido puesto, en repetidas ocasiones, ante el
grosero espejo de sus propias tropelías. El corajudo talante de buena
parte de la ciudadanía apunta, con precisión, hacia los nombres y las
circunstancias de sus bellacos preferidos. Estos personajes, a su vez,
acuden, en reiterativo tropel, atosigando recuerdos malhadados: Salinas,
Fox, Calderón o Peña Nieto quedan así atrapados en furiosa rebatiña de
reproches. Y ahí, en ese horizonte de enojos, reclamos y deseos de
castigos, han quedado atorados sin encontrar reposo o, al menos, alguna
salida, aunque sea temporal. Estos personajes, otrora estelares, van y
vienen en un continuo peregrinar sin destino productivo. Sin embargo, es
necesario escombrar algún lugar que por derecho les corresponda, dados
sus propios abusos, desusos, crímenes o ilegalidades. Tal parece que no
pueden tampoco pasar al olvido que les permita llevar sus vidas, aunque
sea de forma vegetativa. Para varios, un oscuro hueco bien podría ser
adecuado a su escaso valor y controvertida trayectoria.
Todos ellos fueron protagonistas en un periodo por demás atrabiliario
y decadente, si no es que tramposo, dañino, incluso perverso. En su
paso por los escenarios públicos prometieron cuanto les pasó frente a su
cínico deseo de trascender. No cumplieron ni de cerca y, para el
infortunio de miles, quizá millones, quedaron anclados en sus desbocadas
pasiones pero, sobre todo, en sus reducidas capacidades. Se rodearon de
intereses –grandes o mayúsculos– y ahí retozaron a sus anchas. La
sociedad sólo los miraba a lo lejos, de refilón y aceptaba, a veces
hasta con mansedumbre, el compungido lugar que se les destinaba. El
pueblo (o ciudadanía si se quiere así nombrarlo) fue apuntado en nichos
poco amigables con su dignidad. El bienestar colectivo o individual no
les interesaba, sino la cómoda y fastuosa tranquilidad del gobernante o
patrón.
En muy estrechas y contadas ocasiones se permitió, a hombres y
mujeres, ensayar un proyecto propio. El modelo de conducción implantado
integró componentes impuestos desde los centros de poder y dedicado a
concentrar riqueza y toda clase de oportunidades en unos cuantos
privilegiados en exceso. Para una escasa capa de apoyadores que, hasta
con gusto, resultaron sus incondicionales, se reservaron limitadas
dotaciones de bienes y prestigios que pudieran despertarles ulteriores
ambiciones, aunque casi siempre fueron menores o irrealizables.
El modelo concentrador entró en México y en otras varias partes del
inquieto mundo en prolongada pero terminal crisis. El descontento que
marca el presente es, ahora, irrefrenable regla conductual. En medio de
esta encrucijada que no puede desprenderse del pasado, la propuesta de
ensayar un cambio real, a fondo, fue apoyada, por la rebelde y masiva
voluntad popular. Ahora es ya una innovadora aventura por propio
derecho. Las dolencias y reparos van apareciendo de manera cotidiana y
hasta presentan belicosas facturas. De pronto y por imperiosa necesidad,
aparecen numerosas grietas que se fueron escarbando, con el paso de los
tiempos del inequitativo reparto de los bienes. No faltan, entonces,
los aprovechados, los apañadores de cualquier bien, por poquitero que
pudiera ser y encontrarse a mano. Mucho menos si, a lo que se aspira con
fruición indetenible, se le adjuntan riquezas y poder desmedido. El
sistema completo de convivencia fue infectado por la corrupción y la
violencia con los terribles costos añadidos.
La súbita aparición de un labrado y vetusto villano (Genaro García
Luna) inflamó el vecindario nacional, ya muy cargado de dolencias y
corajes. El desprestigio que este personaje arrastra ha contaminado
nefastos límites humanos y funcionales. El discurso seudolibertario,
plagado de soflamas justicieras, ensayado por el panismo calderonista o
foxista, simplemente se desfondó. La incisiva crítica al modelo en
crisis, que ha ensamblado la izquierda se aposentó también en el
gobierno. Los arrestos transformadores que esparce han encontrado, de
sopetón, un aliado insuperable. La profunda deshonestidad del que fue el
guardián de la seguridad nacional a la que añadió la interesada
complicidad con los criminales ha galvanizado el malestar. La
indignación es generalizada, se esparce con rapidez y busca fijar
culpabilidades. Fox y Calderón son los referentes precisos del
desprestigio y la ira popular. El señor Peña Nieto ha quedado, en este
vendaval de iracundia, tocado de manera central por las denuncias de
relevantes testigos. Todos ellos no pueden evadir sus irresponsables y
hasta criminales conductas como gobernantes. Tienen que ser puestos en
la picota de la justicia colectiva. El caldero no debe implosionar sino,
como se dijo al principio, encontrar su desfogue.
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