Carlos Bonfil
Alos 155 festivales de cine que existen en México (según el más reciente Anuario estadístico de cine mexicano
publicado por Imcine), habrá que sumar uno nuevo que diversifica de
modo original la difusión de cine de calidad en el país. La primera
edición del Festival Internacional de Cine Tulum (Fictu), dirigido por
Paula Chaurand, confiere un ímpetu renovado al Festival Internacional de
Cine de la Riviera Maya que la misma promotora cultural animó durante
cinco ediciones exitosas, hasta 2016. Esta vez, el arranque es más
modesto. Únicamente 31 películas, repartidas en seis secciones, con un
buen criterio de selección, y proyectadas durante cinco días (4 al 8 de
diciembre) en instalaciones atractivas y acogedoras, a unos pasos de la
playa. Cabe esperar que en las próximas ediciones se incremente el
número de títulos y se consolide un perfil cultural que hoy combina cine
de autor y ambientalista y de modo más prometedor lo que pudiera ser su
distinción máxima: una apuesta comunitaria. En palabras de la
directora, se trata de
dialogar sobre los temas más urgentes que nos conviene atender como sociedad: la ecología, la identidad de género, los nuevos feminismos, la representación de las comunidades menos favorecidas y la violencia.
Al momento de redactar estas notas se perciben superados los primeros
escollos. La organización es eficaz y la atención muy generosa; los
problemas de logística, enormes debido al reto de presentar cine en
zonas casi selváticas, plagadas de fraccionamientos, condominios de lujo
y obras en construcción perpetua, hacen que el lugar sea literalmente
intransitable para los peatones. La ausencia de banquetas representa,
además, un gran peligro para quien se aventure a prescindir del apoyo de
una camioneta. Todos esos inconvenientes los aminora el festival de
modo sorprendente.
Queda como compensación mayor a esa continua aventura, remedo de
safari cultural, el despliegue de novedades fílmicas que incluyen los
platos fuertes de títulos como el estreno en México de Amazing Grace
(2018), de Allan Elliot y Sydney Polaca, recuperación de un doble
concierto de música gospel filmado en 1972, con la presencia estelar de
Aretha Franklin, e inaccesible desde entonces por problemas de
sincronización de sonido. La copia actual permite descubrir, en óptimas
condiciones de imagen y sonido, el momento de apogeo de una voz capaz de
los registros y el repertorio más variados emulando la tradición de
Mahalia Jackson y Clara Ward en una iglesia bautista de Los Ángeles.
Otro estreno notable ha sido Shooting the Mafia (2019), de la
realizadora inglesa Kim Longinotto, en el que recupera la figura y el
trabajo comprometido de la fotógrafa italiana Letizia Battaglia, quien
en sus reportajes gráficos documentó exhaustivamente la estela de
crímenes de la mafia siciliana en los años 70. La directora no se limita
a referir la abigarrada y a veces confusa trama de complicidades entre
los capos del crimen y las autoridades, también evoca, con olfato
excepcional y un buen manejo de imágenes de archivo, el clima
costumbrista de esa Italia meridional a través de alusiones a películas
que son un deleite para la interpretación del cinéfilo. El resultado es
una cinta vibrante y de enorme empatía hacia la personalidad de una
militante ya octogenaria que fue memorialista gráfica de aquellos años
negros todavía muy vivos. Otro estreno, de factura un tanto desigual,
pero de interés irrefutable, es Seberg (2019), película de
ficción del australiano Benedict Andrews, que evoca el destino trágico
de la actriz estadunidense Jean Seberg (Buenos días, tristeza, Otto Preminger, 1958; Sin aliento, Godard,
1959), víctima del espionaje y el hostigamiento criminal de l FBI por
su solidaridad con las revueltas raciales negras en los años 60, en
especial con el grupo Panteras Negras, y su involucramiento sentimental o
meramente erótico con uno de sus líderes. La disidente política encarna
la triple traición a su país, a su clase y a su raza, una falta
imperdonable en una mujer que es también figura pública. Al festival lo
inauguró la cinta Mr. Jones (2019), de la polaca Agnieszka
Holland, que refiere la accidentada denuncia del periodista galés Gareth
Jones (James Norton), de uno de los crímenes más atroces y menos
conocidos del estalinismo: la hambruna inducida que cobró las vidas de
miles de personas en Ucrania. Una narrativa cercana al drama televisivo
trasciende sus flaquezas de inspiración artística con un manejo notable
del suspenso y con el tratamiento equilibrado de una gran felonía
histórica.
Una apostilla. Será difícil para un festival que transcurre a finales
de año evitar tener que reciclar títulos nacionales vistos y reseñados
ya antes en otros festivales. Sin embargo, el marco en el que tienen hoy
una segunda o tercera vuelta no deja de ser muy atractivo para un
disfrute más cálido aún y muy exuberante. ¡Enhorabuena!
Twitter: CarlosBonfil1
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