A lo largo de su historia la especie humana ha sido civilizada por la naturaleza innumerables veces, mientras ingenuamente pensaba que la estaba
dominando. Para sobrevivir y aumentar su
controlsobre los procesos naturales, las comunidades humanas debieron hacer más eficientes sus formas de gobernarse, comunicarse y de apropiarse los sustentos necesarios mediante la creación de nuevas tecnologías. La creación del lenguaje o la invención de armas con proyectiles (como el arco o el búmeran) son dos claros ejemplos que permitieron a los conglomerados más antiguos aumentar su población y asegurar sus alimentos. Otro ejemplo notable es la creación de formas de gobernanza más sofisticados que permitieron a la comunidad de regantes, ponerse de acuerdo para aprovechar de manera equitativa el agua proveniente de los deshielos de las grandes montañas. Este hecho, que ha sido constante a lo largo de los 300 mil años de historia de las relaciones entre las sociedades humanas y sus naturalezas, vuelve a aparecer hoy, aunque en una dimensión única, por no decir espectacular o descomunal.
Para remontar la crisis climática de escala global, que amenaza a
todos los países del mundo y que no se aminora ni detiene, según los
reportes científicos, la humanidad como entidad única, debe ponerse de
acuerdo y tomar acciones consensuadas. Nada más y nada menos. Esta vez,
las decisiones y acciones deben regirse ya no por las recomendaciones
del chamán o del consejo de sabios, sino por la comunidad científica
organizada en el llamado Panel Intergubernamental sobre el Cambio
Climático (IPCC) creado en 1988. Los reportes que provienen de este
grupo de unos 2 mil científicos y que contienen diagnósticos integrados
de la Tierra, tomada como un ecosistema global, operan como los marcos
para la toma de decisiones. Pues como asentó el filósofo alemán Alfred
Schmidt:
A la naturaleza sólo se le conquista coincidiendo con sus leyes. En esta ocasión el reto es más que descomunal, pues la tarea implica un proceso civilizatorio que ponga de acuerdo a 7.5 mil millones de seres humanos.
El nuevo fracaso de la última cumbre climática, la COP25 en Madrid,
debe visualizarse desde este contexto, pues la crisis del clima no es
sino la expresión suprema de una crisis de civilización. Ya no bastan
las soluciones técnicas, económicas o las situadas dentro de las
prácticas políticas habituales. Hoy debemos revisar uno por uno los
pilares sobre los que se asientan las sociedades industriales, sus
lógicas o racionalidades y, sobre todo, su imaginario ideológico y
cultural.
La COP25 se ha realizado, además, justo en medio de un nuevo fenómeno
social nacido en los últimos meses por todos los rincones del mundo.
Las protestas de los ciudadanos organizados reclamando derechos humanos y
de la naturaleza, reivindicaciones de todo tipo, justicia de género, y
más. Estos reclamos surgen hacia quienes hoy conducen los destinos del
mundo: la clase política representada por gobiernos y partidos, los
poderes económicos centrados en empresas y corporaciones, y los sectores
diplomáticos de las principales instituciones internacionales. Estas
protestas son de una nueva magnitud, tanto en número de participantes
como en su duración. Surgen de la incapacidad de esas tres élites para
resolver problemáticas elementales de justicia social, democracia y,
principalmente, para mantener los tejidos de la vida humana y no humana.
Estas manifestaciones ciudadanas de nueva estirpe se han multiplicado
por todas partes: Hong Kong, Egipto, Francia, Argelia, España, Chile,
India, Ecuador, Colombia. Su expresión ambientalista ocurrió cuando al
llamado de la joven Greta Thunberg respondieron más de 7 millones de
ciudadanos que tomaron las calles de decenas de ciudades de todo el mundo.
En suma, superar la crisis del clima, será una operación que habrá de
resultar del juego de fuerzas de tres sectores bien definidos: las
élites políticas, económicas e internacionales, los científicos y sus
diagnósticos y análisis, así como la nueva fuerza de las sociedades cada
vez más organizadas y empoderadas.
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