7/01/2020

Ataque y legitimidad



La inesperada aparición en el ámbito colectivo de un conductor de las acciones, logística y diseño oficial para enfrentar la pandemia, ha sido acierto reconocible. Desde un inicio, el mismo Presidente públicamente se sometió a las reglas dictadas y dejó la operación completa a lo que llamó el imperio de la ciencia. Así, la representación del gabinete de salud se radicó en la voz del subsecretario Hugo López-Gatell (HLG). Este funcionario ha sido, desde el inicio, la figura dominante y con una bien ganada respetabilidad. Al mismo tiempo y casi de manera simultánea, desde la mediática cátedra opositora, empezó una decidida batalla por la credibilidad popular. Crucial disputa por el mando pandémico que sigue en boga después de varios meses. Está claro, según datos revelados, quién mantiene el liderazgo, tanto de la atención colectiva como del apoyo a la estrategia seguida y los métodos empleados para apoyar el combate al Covid-19. Ha sido el subsecretario López-Gatell, y con bastante diferencia de por medio, el centro conductor para atender las necesidades populares.
No tardó en aparecer, como refuerzo de los improvisados pero feroces críticos, una serie de figuras con sus yelmos ya bastante abollados por pasadas escaramuzas. Con presumidos pero tambaleantes prestigios volvieron a ocupar pantallas y micrófonos por doquier. Se adivinaba casi de inmediato la pretensión: primero, dividir la conducción restando confianza y, segundo, imponer al gobierno una línea de combate al Covid-19 apegada a sus creencias e intereses donde pudieran volver a oficiar. Fueron varios ex secretarios de Salud los más activos y profusos. En ellos se destaca la tendencia de favorecer la intromisión (sociedad) de los particulares y los acostumbrados negocios derivados.
¿Cómo es que López-Gatell se situó, casi de sopetón, en medio de la trifulca por el dominio del oído colectivo? En primer lugar porque, tal y como sucedió con cualquier otra acometida de cambio, la persistente crítica no está dispuesta a permitir ventaja alguna. Menos todavía en asuntos en que se involucran enormes responsabilidades, tribunas y recursos como en los asuntos de salud. Además, el cirujano López-Gatell (UNAM), especialista en epidemiología, exhibió, de salida, una imagen positiva y de versado dominio del tema. La articulada manera de, cotidianamente, expresar y enfrentar los múltiples recovecos de la gigantesca tarea lo puso enfrente de una temerosa audiencia, deseosa de orientación y tranquilidad. No podían, los consuetudinarios críticos, permitir que se les adelantara en solitario. De inmediato, se inició la persecución en caliente. Bien se puede decir que ha sido una verdadera cacería la padecida, a pie firme y en calma, por don Hugo. Los temas y circunstancias a combatir han sido variados, pero el propósito permanece en el fondo: minar su autoridad y, de ser posible, obligar al cambio de perspectiva, de logística y conductor. El serio pleito con el nocivo, impertinente y ubicuo virus, se transformó en una gigantesca operación que involucra a todos los ciudadanos de este país. Por tanto, es el amplio e ideal terreno para la disputa, no sólo para incidir en la gobernanza del actual régimen, sino también de marcar los modos, propósito y contenidos del modelo a seguir.
Por pantallas, artículos y micrófonos han pasado innumerables argumentos de improvisada tesitura técnica infecciosa y predictiva. A gritos, se exigieron pruebas de contagio, como en otros lugares del planeta. Los equipos de protección han sido una constante reclamación aun cuando han llegado en cantidades suficientes. Las predicciones de los matemáticos se confrontaron con las opiniones de tantos más cuantos especialistas y casas de estudio externas para inducir dudas.
Se ha llegado a difundir, sin haberse fijado como hecho cierto, una particular fecha para el final de la pandemia. ¿Cuál aplanamiento de la curva?, se ha reclamado al infinito, sin meditar o comprender lo que está sucediendo: el progresivo aminoramiento del ­contagio.
Pero en el fondo, lo que no se ha querido entender es el sustento técnico y político de la estrategia: la gran desigualdad subyacente en México que impide las medidas coercitivas. Se quiere sugerir, a cada reporte, la fallida responsabilidad de los oficiantes del sistema basados en el comparativo de muertes ocurridas en México. Se soslayan dos asuntos cruciales al respecto. Uno es el cálculo relativo a la población y, dos, las numerosas enfermedades subyacentes que agravan los efectos del Covid-19. Otro de los ángulos soslayados por la crítica es la capacidad del sistema hospitalario que ha permitido atender a todo el necesitado de ayuda: graves o ambulantes. El proceso de lucha continuará por tiempo indefinido, pero se atisba una que, aunque pequeña, es una luz en el túnel.

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