7/02/2020

Discurso del odio


La Jornada

Néstor Martínez Castro

La polarización del país no abona. Al desastre económico y social que se agrava cada día por la pandemia que no mengua, se suma la inviabilidad de la política, entendida como una actividad indispensable para construir acuerdos y consensos.
El discurso de odio, tan repugnantemente común en esta era de las redes sociales, atiza las pugnas e imposibilita la conciliación. Lo mismo lastima las relaciones entre individuos, que entre grupos de personas, organizaciones, partidos políticos o gobiernos. Abre grietas.
Las batallas políticas que se libran desde hace algunos años en el orbe a través de las redes sociales, basadas en mensajes de odio, racismo o falsedades, contribuyen a la creación de estados de ánimo permanentes de crispación social, de enojo y de desconfianza, sin que los gigantes Facebook o Twitter tomaran cartas en el asunto.
Por eso es de reconocerse la campaña desplegada hace unos días por varias de las marcas más importantes del mundo, que busca evitar la proliferación de este tipo de vicios de comunicación que atentan contra la sana convivencia. Bajo el nombre deBasta de odios para obtener ganancias, al menos 160 empresas poderosas, como Coca Cola, Honda, The North Face, Patagonia, Levi Strauss, Starbucks o el gigante inglés-holandés Unilever –que representa a más de 400 firmas– iniciaron el retiro fulminante de sus inversiones en publicidad en las redes sociales.
Facebook es la segunda plataforma de anuncios en el mundo, sólo superada por Google, con ingresos anuales cercanos a 70 mil millones de dólares. Al cierre de la semana pasada, el precio de las acciones de Facebook se desplomó 8 por ciento, cifra que representó borrar en un día 56 mil millones de dólares a su valor como empresa y a su fundador y CEO, Mark Zuckerberg, le supuso una pérdida de 7 mil 200 millones de dólares en su fortuna personal.
En el mundo no hay lugar para el odio ni el racismo… Lo que se requiere es un ecosistema digital confiable y seguro, resumen las firmas, a las que hace un par de días se sumaron las automotrices Volkswagen y Ford.
Esta fuga de la publicidad a Facebook se da en un momento político y social clave en Estados Unidos, justo cuando las empresas están cancelando sus inversiones en campañas por el parón económico derivado por la pandemia del coronavirus, y en medio de la indignación que mueve el discurso sobre racismo y odio en varias ciudades. Cualquier ambigüedad racista o discriminatoria es intolerable por estos días en amplios sectores de ese país.
La reacción fue inmediata. Zuckerberg, quien siempre se había mostrado renuente a aplicar controles a la intoxicación política y propagación de conspiraciones y discursos de odio en sus plataformas, salió a anunciar medidas emergentes y una nueva política por la que se va a prohibir cualquier mensaje que pueda ser relacionado o vinculado con el odio, el racismo o la discriminación.
El joven magnate precisó que al mismo tiempo, Facebook etiquetará los contenidos que considere de especial valor periodístico, medida que pareciera encaminada a promocionar textos relevantes.
Twitter, por su parte, ha empezado a etiquetar comopeligrosos, ciertos contenidos. Algunos de ellos, promovidos nada más y nada menos que por Donald Trump, quien en 2016 utilizó las redes sociales de manera magistral –para su causa, claro– empleando el discurso del odio y el racismo, con el fin de desincentivar el voto y propagar el medio y la desinformación durante las elecciones que lo llevaron a la Casa Blanca.
Lo cierto es que la regulación de las redes sociales, si se le puede llamar así, apenas comienza. Se revela una preocupación real por la falta de evolución de esas plataformas durante los años recientes y será interesante observar sus repercusiones en los ya cercanos comicios presidenciales en Estados Unidos.
Habrá que estar atentos y demandantes a que las regulaciones y los controles en las redes sociales se hagan extensivos a países que, como México, se baten contra una crisis larga e inesperada, y cuyo combate demanda de la unidad de todos y todas y no de los burdos escenarios de confrontación que hoy presenciamos.
No podemos suponer que el problema se resolverá con medidas como ésta ni que las divergencias se lograrán abatir de un día para otro. Pero sin duda podrían significar un buen comienzo. Es preciso acabar con falsas dicotomías como elconmigo o contra míy erradicar las campañas antigubernamentales que sólo confunden y confrontan.
Lo que requerimos en México son fórmulas conciliatorias que acerquen a las partes y no que las dividan. Lo que no queremos, lo que menos necesitamos es seguir tolerando la promoción irresponsable del mensaje de la falsedad y del odio.

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