Juvenicidios: la muerte del futuro
Desde luego están los obvios que tienen que ver con la estadística alarmantemente creciente de cada vez más jovencitos y aun niños masacrados por los soldados o por el crimen organizado. Pareciera un “daño colateral” teledirigido sobre todo en los años y meses recientes. Ya horroriza la cronología: los 15 muertos de Salvárcar por un comando de sicarios armados; poco después, ahí mismo, a unos cientos de metros, otros seis ejecutados que velaban a un séptimo; luego los dos posgraduados del Tec que —hay sospechas fundadas— pudieron ser baleados por el Ejército; y más recientemente los diez jóvenes y niños de Durango masacrados por un grupo paramilitar en circunstancias todavía no aclaradas del todo.
Por supuesto que en ese y en todos los casos importa saber quién los mató. Y por qué. Para castigar a los culpables. Pero, lo paradójico es que en otro sentido da igual quiénes fueron los criminales. Y para el caso es lo mismo: lo cierto es que cada vez caen más jóvenes en balaceras por todo el país; aun con el conservadurismo mañoso de las cifras oficiales se estima que, de los 15 mil muertos de esta guerra del absurdo, al menos 3 mil son mujeres y hombres muy jóvenes caídos casi a partes iguales a ambos lados de la línea de fuego.
Hay que aclarar que frente al señalamiento irresponsable de que todo joven que cae en el fuego cruzado es sicario, lo cierto es que hay una realidad dolorosa e incontrovertible: cada vez más jóvenes están siendo cooptados por el crimen organizado; lo mismo como vigilantes en los territorios ocupados y en los territorios enemigos; que como correos entre cárteles y policías en nómina; que como camellos transportistas o simplemente cobradores o extorsionadores. Lo que, en cualquier caso, revela una enorme incapacidad del estado para ingresar a los jóvenes a las escuelas —particularmente en los niveles medio y superior— y en su momento a puestos de trabajo justamente remunerados.
En consecuencia, son cada vez más los jóvenes en ese medio millón de expatriados involuntarios que México expulsa cada año a EU. Y baste una ojeada a la estadística para percatarse de que el fenómeno de la migración al norte incluye a más y más jóvenes de niveles de licenciatura y aun maestrías y doctorados que prefieren jugarse la vida en el paso de la muerte en Arizona a quedarse aquí como su tío el abogado, que ahora anda de taxista. Si no me lo cree lo invito a que alguna vez se asome en el aeropuerto a una sala de última espera a Hermosillo para que vea los atuendos variopintos de los chavos que se van a la aventura del cruce. Más literarios, valdría releer aquel cuento de Carlos Fuentes de hace unas dos décadas y que ahora resulta profético, La frontera de cristal, donde un joven arquitecto mexicano es contratado para lavar vidrios en los rascacielos de Manhattan.
Si no los matamos, les matamos la ilusión: de ser hombres de bien; de hacer una carrera; de retribuirle al país lo que éste habría de darles a través de una educación pública de calidad, en lugar de rechazarlos por falta de cupo; de construir una familia y de servir y servirse de una comunidad armónica. Nada de eso. Por el contrario, los matamos. Pero antes, los fragmentamos y los enfrentamos. Así que, por lo pronto, hay varios grupos de jóvenes más o menos estratificados aun contra su voluntad: los que conforman esa inquietante generación NiNi, que ni estudian ni trabajan y viven en el limbo de los emos, los darks o las pandillas; los privilegiados que sí estudian y que —cosa muy rara— tendrán por una razón o por otra un lugar en el mercado de trabajo; los que aun estudiando mucho se enfrentarán al terminar al vacío laboral terriblemente frustrante e irritante; los que por sus condiciones de sobrevivencia crítica alimentan un enorme rencor social encerrado en sus uniformes del Ejército o la policía y manifiesto a través de sus armas, también son jóvenes, nomás véales los rostros; y finalmente los que se han rebelado a ser nada de eso y prefieren, en las filas del crimen organizado, ser de los malos y vivir unos años de abundancia a una vida larga de privaciones.
A todos los estamos matando de un modo u otro. Y, con todos, nos morimos un poco.
1. Los caudillos superiores, que claramente no corresponden a los andrajosos que a diario nos presenta la televisión, operan como una suerte de consejo de administración u órgano de gobierno de esas organizaciones. En ellos participan personas que tienen una visión universal de los negocios, que saben de finanzas, de rentables inversiones, de mercados, de demanda y oferta, de distribución, de determinación de precios, de idiomas, de cómo hacer las costosas adquisiciones de políticos, policías, así como de transportes aéreos y armas. En fin, de todas aquellas funciones que corresponden a las jerarquías superiores de una empresa multimillonaria.
Quienes sin ese nivel de talento hubieran sido capaces de dirigir la invasión ya total de Centroamérica, creado una bien urdida red de autoridades cómplices y encubridoras, comprando tierras, financiando cultivos clandestinos y creando una red de laboratorios encubiertos y medios de transportación. Quien ha tenido nivel suficiente para desplegar representaciones y hacer negocios en el Cono Sur; de ser el enemigo a vencer en 200 ciudades estadunidenses, que según un informe del Departamento de Justicia, elaborado por el Centro de Inteligencia Nacional de Drogas, señala que la mafia con mayor presencia es la que pertenece a Joaquín Guzmán. El narco mexicano ya está invadiendo África Occidental y ha conquistado un pie de playa en Europa, principalmente en Alemania, España, Portugal y los Países Bajos, inicialmente en operaciones de lavado de dinero.
2. Al otro extremo, como en un Ejército, está el soporte de inteligencia y logístico. Dicho en breve, el porqué el crimen sabe más y más oportunamente de los ejércitos que éstos del crimen, y cómo adquieren los insumos que necesitan para luchar entre ellos y con las legiones gubernamentales.
La inteligencia la obtienen básicamente de dos fuentes: de sus infiltrados en todos los niveles de la política y la policía y en las mismas cohortes y centurias de militares y policías. Han sabido crear una red social que los protege y considera sus benefactores, en esta red conviven también sus informantes. La inteligencia del narco trabaja a todo vapor. Mantiene esquemas de vigilancia, intercepción de comunicaciones, tiene vigilantes encubiertos, cámaras de video en ciudades y carreteras y para cada operativo una corriente de informes en vivo con que abastecen cada 10 o 15 minutos a sus redes operativas en puntos vitales del terreno.
Los remplazos humanos son reclutados con gran facilidad entre desertores del ejército y policías, en bares, antros y todo giro negro, centrales camioneras, el Metro, entre campesinos empobrecidos, en áreas urbanas proletarias y aun entre escolares. La seducción es poderosa y rentable: los jóvenes de estas clases sociales se encuentran en la desilusión total, de ahí las penosas generaciones llamadas nini, o sea, que ni trabajan ni estudian. Su desprecio por la autoridad se nutre de la falta de horizontes. Los padres desesperados por la impotencia ven cómo sus hijos se van, sin tener razones contundentes para disuadirlos. Son una fuente fluidísima e inagotable de legionarios del mal, exactamente, tan fluida e inagotable como fue el Vietcong.
De acuerdo con encuestas de firmas serias, estos jóvenes no sólo están en la desesperanza, sino que encuentran naturales y por lógica atendibles los llamados de los narcos para unírseles, básicamente por la propensión aventurera de la edad y por el dinero fácil, ambos están muy en el ánimo de una juventud sin futuro. Un segmento de la sociedad popular gusta de los corridos y otras manifestaciones apologéticas del narco que lo pintan como benefactor social.
3. El lavado de dinero es el otro recurso vital para el negocio. Medio ignorado hace una década hoy está en la conciencia de todos el que junto con los flujos ilegales de armas, son los recursos que sostienen la rentabilidad y viabilidad de la negociación en todos sus niveles. Véase la fortuna del señor. Joaquín Guzmán. Está en nuestra conciencia, lo sabemos todos, pero las autoridades hacendarias se niegan a cumplir con su deber por la vía del silencio y la simulación. Las inversiones extranjeras peligrarían
, es su canción.
De todo esto es de lo que el gobierno no quiere hablar, pero será siempre mejor pensar que conocen estos mundos y decidieron desestimarlos, a pensar, lo que sería terrible, que no saben nada de ellos. Atenderlos consecuentemente sería una forma efectiva de hacer certera la prevención de los delitos emparentados con la droga. De los tres se ha desentendido el gobierno y no deja de sorprender o asustar en su caso, que con tanto cerebro, civil y militar en las mesas de reflexión, no haya habido una voz de alerta. Visto así, Calderón o es sordo, como se afirma, o es víctima del viejo signo de rodearse de puro “yes, men”. Estos colaboradores ni le son útiles ni lo serán, por lo que su infierno resulta más abrasador de lo estimado. Enfrentados entre sí sus miembros por falta de un mando ejemplar y severo, el gobierno se está desmoronando por dentro por su impericia, corrupción y rapacidad.
Antes de que lo hagan los estadunidenses, que ya han declarado su decisión de operar en México y nosotros les hemos dado el correspondiente plácet, alguno de los talentos presidenciales debería llevar a la atención de su jefe ciertas inquietudes como las que se han planteado o si es terreno que ya está arado, debiera dar muestras de que se les ha considerado en la dirección de las operaciones y se está actuando con la claridad y eficacia pertinentes. No lo creo.
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