Stratfor rectifica: México es solamente
un Estado “semifallido”
Stratfor, centro de pensamiento texano-israelí, que frecuentemente sucumbe en la vulgar desinformación, goza de enorme influencia en los circuitos gobernantes neoliberales locales y en los círculos mexicanos filosionistas (por ejemplo, el chetumaleño Héctor Aguilar Camín), a quienes todavía controla el inolvidablemente siniestro Joseph Marie-Cordoba, excompañero de recámara en California de Guillermo Ortiz Martínez (anterior desaseado gobernador del Banco de México), exasesor presidencial de Salinas y colocador de Zedillo en Los Pinos, como consecuencia de su supuesta participación del magnicidio de Luis Donaldo Colosio Murrieta.
El año pasado, Stratfor (13 de marzo de 2009) prácticamente bautizó a México como un “Estado-fallido”, al unísono de la jerarquía del Pentágono que lo ubicaba como un clon de Irak, Pakistán y Afganistán, dependiendo del gusto peculiar del declarante en turno.
En una clásica aplicación de “la política de la zanahoria y el garrote”, luego de manera absurda cuan asombrosa, dejando entrever una anexión subrepticia por Estados Unidos, Stratfor pronosticó que México sería una de las cuatro potencias mundiales más allá de la mitad del siglo: aserto descabellado que han venido expectorando los imponderables panistas Fox y Calderón, y que ha sido avalado por Héctor Aguilar Camín, el “intelectual” del sistema neoliberal fracasado, quien hoy se ha conjugado con Jorge Castañeda Gutman para solicitar la “ayuda” de Estados Unidos para participar en suelo mexicano en la también fallida guerra contra el narcotráfico.
Luego de la aplicación de la “zanahoria” (México como cuarta potencia global), Stratfor asestó el garrote vil a finales del año pasado cuando amenazó con el esquema de balcanización de México en cuatro pedazos (ver Radar Geopolítico, Contralínea, 17 de enero de 2010).
Hechos
Ahora el dueño, editor y cobrador de Stratfor, el ciudadano dual israelí-estadunidense George Friedman, considera que México no está tan fallido y que fuera de la frontera del norte –muy extensa pero poco habitada–, existe control del gobierno calderonista sobre el resto del país.
¿Qué hizo Calderón de tangiblemente positivo en menos de un año, de lo que no estemos enterados los ciudadanos informados, que haya transformado radicalmente al país, cuando hasta el capo sinaloense, el Mayo Zambada, sentencia públicamente que el temerario panista tiene perdida su guerra contra el narcotráfico?
¿Entregó Calderón los hidrocarburos de México al Comando Norte de Estados Unidos (ver Radar Geopolítico, Contralínea, 11 de abril de 2010)?
Llamó poderosamente la atención que inmediatamente después al jalón de orejas del Pentágono a Calderón, Estados Unidos haya iniciado en forma unilateral la exploración, extracción y explotación de los yacimientos transfronterizos.
Más allá de la inmunda apología de George Friedman sobre el maná que arroja el narcotráfico en la economía mexicana (con márgenes insuperables de ganancias de un 80 por ciento frente a las migajas que arrojan las mercancías convencionales), el editor de Stratfor rectifica sus propios asertos en menos de un año y “revisa” que solamente “parece (sic) que el gobierno mexicano ha perdido el control en la parte norte (sic) de México a las organizaciones (sic) que tienen significativamente mayor ‘poder (sic) en esa región que las fuerzas gubernamentales’ donde, al contrario, se ha debilitado”.
Ahora sentencia, sin rubor a sus previos asertos, que el narcotráfico ya no “representa una amenaza directa para la supervivencia del régimen mexicano”.
Así las cosas, México cesó milagrosa y súbitamente de representar el prototipo del “Estado fallido”. Ahora, “el Estado mexicano se ha acomodado a la situación” y “más que fallar, ha desarrollado estrategias (nota: ¿cuáles?) diseñadas (sic) tanto a enfrentar la tormenta (sic) como a maximizar (sic) los beneficios (sic)”. Es decir, Calderón lucra con el gran negocio del narcotráfico que dejaría a la economía alrededor de 40 mil millones de dólares al año (¡super-sic!) y que de facto lo ubicarían como la segunda fuente de ingresos del país después de los hidrocarburos y antes de las remesas hoy tan alicaídas.
Pero ¿a poco el narcotráfico norteño, de costa a costa, es decir, de la costa del Pacífico al Golfo de México, no ha contaminado al centro, sur y al Caribe de México?
¿Cómo operará tal magia geográfica que ni siquiera el mejor neurocirujano del mundo, dotado del óptimo microscopio electrónico, hubiese podido delimitar tan nítida y pulcramente?
Como la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte del panista Fox, ¿Calderón habrá negociado en secreto con el Pentágono, mediante la Iniciativa Mérida elevada al rango del control por el Comando Norte, la cesión de la violencia del norte a cambio de la “estabilización” del resto del país?
Más allá de la extraña selectividad en la captura de ciertos capos –desvinculados con el organigrama del Partido Acción Nacional que ha dejado escapar al sinaloense Chapo sin chapas, quien parece gozar de protecciones celestiales– se han escenificado dramas grotescos durante la guerra de Calderón contra el narcotráfico: hoy Ciudad Juárez constituye la ciudad más violenta del mundo, más que Bagdad y Kabul; mientras su transfrontera de El Paso (por cierto, asiento de una de las principales bases militares de Estados Unidos) es la tercera ciudad más segura de Estados Unidos.
Ahora resulta, según Friedman, que “mientras los estupefacientes reconfiguran (sic) las instituciones (sic) mexicanas, también estabilizan (¡super-sic!) a México en forma paradójica.
Friedman alucina en forma perturbadora. ¿Dónde se encuentra tal “estabilidad”?
Una frase está diseñada para oligofrénicos: “Es difícil de rastrear adónde llega el dinero de los estupefacientes”. Por lo visto, Friedman, aunque vive en Austin, Texas, parece nunca haber visto la cadena bancaria en El Paso, donde el edificio de Chase (otrora banco de los Rockefeller, con toda la carga presuntamente delincuencial del legendario apellido vinculado estrechamente a Henry Kissinger), quebrado nominalmente, todavía no ha tenido tiempo de cambiar el anuncio de su adquisición por JP Morgan.
¿Cómo esconder 40 mil millones de dólares al año en burros, mulas o camellos, si no es en el inigualable circuito bancario anglosajón (no pocas veces con disfraz “español” de Santander), disimulado en las cuentas secretas desreguladas de los paraísos fiscales?
¿No blanqueaba su inmensa fortuna el cártel de Juárez en la financiera Stanford, hoy quebrada y con sede en un paraíso fiscal del Mar Caribe?
Sin saber presuntamente nada de finanzas globales, ¿no fue acaso el excanciller foxiano Jorge Castañeda Gutman miembro conspicuo del Consejo de Administración de la mafiosa financiera Stanford, que desfalcó a los académicos y empleados de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, para fruición masoquista del filosionista Carlos Martínez Assad, quien navega con travestismo de “progresista” y no defiende a sus colegas defraudados?
¿A quién desea desinformar el israelí-estadunidense Friedman, que asevera en forma extraña que “el dinero fluye claramente fuera de México”? ¿Claramente?
Afirma en forma interesante que los narcotraficantes “poseen la habilidad de influir la conducta (sic) del gobierno mexicano mediante sus inversiones”.
Los aparentes agricultores y ganaderos, quienes presuntamente dirigen a los cárteles de estupefacientes muy bien “organizados” y “pertrechados”, ¿realmente tienen tanta capacidad de gestión financiera?
Es evidente que el talón de Aquiles de todo el narcotráfico a escala global, que la Organización de las Naciones Unidas sitúa en 1 millón de millones (1 billón) de dólares –que a nuestro humilde entender y a ojo de buen cubero puede alcanzar hasta 5 millones de millones (trillones en anglosajón)–, radica en el sistema financiero.
Por tal motivo, Calderón no se atreve a investigar el presunto lavado de dinero del excanciller foxiano Castañeda Gutman en la fraudulenta Stanford y cuya familia genealógica (léase su medio hermano, el israelí-venezolano naturalizado mexicano y exvicecanciller salinista, Andrés Rozental Gutman, también exembajador en Gran Bretaña y, sobre todo, cuñado nada menos que del argentino-israelí Andrés Holzer Newman, dueño del siniestro Edificio Omega en Paseo de la Reforma de la ciudad de México) lleva un buen rato blanqueando dinero del narcotráfico global y del contrabando de armas desde el pestilente “Irán-Contras”, que inició formalmente la bidireccionalidad del doble contrabando de armas y cocaína –dos de los tres superlativos negocios del planeta, para estar a tono con Friedman– como matriz operativa de la desregulada (sin supervisión gubernamental ni ciudadana) globalización financiera.
Nada casualmente, Estados Unidos es el primer vendedor de armas del mundo y tampoco, nada coincidentemente, la venta de armas a escala global que ha rebasado el millón de millones de dólares, lo cual lo coloca como el tercer negocio más lucrativo detrás del petróleo y los estupefacientes.
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