8/07/2010

Rectificar

Gustavo Gordillo

Como lo señala Eduardo Guerrero en la revista Nexos de este mes, de los 4 objetivos que se planteó el gobierno en la guerra contra el narcotráfico, dos –combate a las drogas y fortalecimiento institucional– son de largo plazo, y otros dos –desarticular a las organizaciones criminales y recuperar espacios públicos– que son de corto plazo han tenido resultados contradictorios. La desarticulación de bandas ha llevado a su fragmentación, proliferación e incremento de la violencia. En vez de recuperar espacios públicos propicia la invasión de otros. El mapa de la presencia de bandas criminales y las estadísticas que sustentan sus dichos son muy interesantes.

La mayor debilidad de la estrategia actual según Guerrero es la falta de cooperación de los tres niveles de gobierno. Guerrero pondría como uno de los objetivos centrales de la estrategia con el crimen la disminución de la violencia privilegiando las detenciones de jefes de sicarios y los decomisos de cargamentos de armas y dinero.

Respecto al consumo de drogas las dos últimas encuestas de adicciones muestran una tasa de crecimiento ascendente en cocaína y marihuana entre 2002 y 2008 a pesar de que en números absolutos sigue siendo pequeña comparada con el mercado de grandes consumidores como en Estados Unidos.

En la ronda de discusiones que ha promovido el presidente Calderón alrededor de estos temas independientemente de lo necesaria y saludable de esta convocatoria, volvieron a exhibirse las carencias básicas de esta estrategia. No cuenta con apoyo político amplio ni tampoco tiene bases amplias de sostén en la sociedad. Crecientemente en las encuestas de opinión se expresa un escepticismo agudo en cuanto a la posibilidad de ganar esa guerra por parte del gobierno. Y no parece claro que el gobierno esté dispuesto a rectificar su estrategia o parte de ella.

Desde una perspectiva teórica es conocido el argumento de Thomas Kuhn que las ciencias pasan por largos periodos de normalidad aún en presencia de anomalías que tienden a refutar sus principios. Se encuentran acotadas por paradigmas que limitan la capacidad de imaginación y llevan a mantenerse en el marco de aquellas evidencias que refuerzan los paradigmas existentes en desmedro de las anomalías que no se ponderan adecuadamente.

Lo anterior es relevante porque la parálisis política y económica que padecemos, está erigida a partir de una parálisis del pensamiento. Romperla exige no sólo otras ideas, sino una mirada y una actitud diferentes. Este esfuerzo sólo puede ser producto de deliberaciones y acuerdos.

Lo primero es estar dispuesto a rectificar. Por ejemplo poner en el centro de la nueva estrategia la contención de la violencia. Segundo, focalizar el esfuerzo en algunos territorios donde la violencia sea más aguda con el propósito de afectar redes completas de sicarios, operadores financieros y capos. Tercero, una estrategia que vaya acompañada sólidamente de programas de empleo y de promoción de actividades productivas. Cuarto un acuerdo transparente con todas las fuerzas políticas que comprometa metas verificables en el combate al crimen y asegure que este esfuerzo conjunto no sea usado con fines electorales. Quinto impulsar en el Congreso la aprobación de reformas institucionales indispensables bajo metas también verificables y fortalecer los espacios de debate en torno a temas polémicos como la legalización del uso de las drogas. El estupendo artículo de Jorge Javier Romero (El Universal, agosto 4) propone algunas coordenadas para esa discusión.

Es desde luego necesario reconocer como en la célebre frase que presidió la rectificación en la estrategia norteamericana en Irak que se trata de una misión semejante a reparar un avión en pleno vuelo mientras recibe fuego intenso. Pero también es indispensable plantear como pregunta central para el gobierno y la sociedad: ¿En qué queremos que termine este combate?


Porfirio Muñoz Ledo

La danza macabra

El Ejecutivo parece decidido a confirmar una célebre frase de los surrealistas: “el pensamiento nace en la boca”. Cada declaración se contradice con la anterior y ninguna es fruto de una reflexión serena. En tres días del seminario “Diálogo por la seguridad” transitó de una insólita apertura a las críticas que le formularon a una reafirmación mecánica de las estrategias fracasadas, para rematar en una andanada elemental contra “los políticos” que resisten a embarcarse en una aventura cuya fragilidad él mismo reconoce.

Sorprendió su afirmación del primer día: “el debate sobre la regulación de las drogas es medular y debe darse en la pluralidad democrática”. Admitió las fallas de la comunicación oficial: “no hemos sabido explicar qué estamos haciendo y por qué lo estamos haciendo”. Reconoció que “no se han generado los resultados deseables” y aceptó argumentos sobre la urgencia de estructurar una “plan B”, la equiparación a la legislación estadounidense sobre la legalización de la mariguana y el acento en el control de las operaciones financieras.

El segundo día reaccionó con virulencia a los juicios que le espetaron: “se está actuando en un vacío jurídico, muy peligroso para el país” y “apresuró usted la guerra sin un análisis y diagnóstico certeros para que ésta no nos atrapara”. Mauricio Merino lo llamó a proceder con “honestidad de Estado, para sacar este tema de la pelea electoral”. Acto seguido, Calderón comenzó a acantonarse en el rito auto defensivo: “cuando la gente es víctima de la violencia, créame que no hay mucho tiempo para la reflexión y el análisis”.

Al tercer día resucitó, con el concurso de la Iglesia, después de que un obispo lo había censurado severamente. Confundió a la sociedad civil con los clérigos y los invitó a “denunciar los vínculos de gobernadores, alcaldes y jueces con el crimen” ¿a violar el secreto de confesión? La cereza sobre la promiscuidad: se dijo interesado en “reclutar en la Policía Federal a los integrantes de las iglesias”, porque son “gente con valores trascendentales”. Cristeros uniformados: un himno a la laicidad de la República.

Desde el refugio de la curia, apostrofó contra los partidos que han “ignorado sus llamados para construir una política nacional sobre seguridad”, cuando no ofrece alternativas. En olvido además de que encabeza un gobierno de ridícula minoría, a partir de que estallaron sus complicidades con el PRI. Se indigna porque su iniciativa de reforma política no prospera en el Congreso cuando nunca intentó consensuarla. Otra vez la cantaleta foxista: “quítale el freno al cambio”.

En el trasfondo: una realidad cada día más despiadada. Conciencia universal de una derrota del gobierno en todos los órdenes. Estudios irrefutables que revelan “hoyos negros” en las diversas esferas del problema: fortalecimiento de las instituciones de seguridad, disminución del consumo de drogas, desarticulación de las organizaciones criminales y reducción de la mortandad mediante la recuperación de los espacios públicos y el ejercicio de la soberanía sobre el territorio.
El procurador asienta que “la violencia sigue creciendo” y acepta que “la lucha entre el Estado y las organizaciones criminales generó una contra reacción hacia la autoridad”. Reconoce que el aumento de la criminalidad no es un fenómeno social, sino que proviene de las políticas públicas adoptadas. Ignora no obstante los lazos de corrupción determinantes entre los más altos niveles de la política y el negocio de la droga.

Los decomisos de armas y vehículos y la detención o muerte de los capos no han disminuido los asesinatos y el número de usuarios ha crecido en un millón de personas en seis años. El recuento de los muertos publicitado por el Cisen asciende a 28 mil. En proyección, tendríamos que sufrir 12 mil más en los que resta de la administración. Una danza macabra que el país no absorbería. ¿Hasta cuando dejaremos que abusen de nuestra paciencia?
Diputado federal del PT

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