Los amañados premios de la decadente Academia de Hollywood (la mejor versión escrita es de Conrado Xalabarder, Enciclopedia de los Óscar, de 1927 a 1990; ediciones B del Grupo Zeta), año tras año se han convertido cada vez más en la atracción mediática de la televisión; y ya invaden al resto de los medios de comunicación como la prensa escrita, que en estos días mexicanos, cuando el baño de sangre por el narcotráfico, imbatible e incontenible, empujó a nuestra nación en un laberinto de crisis por inseguridad, los miles de niños huérfanos por los homicidios de sus padres, la matanza de los defensores de derechos humanos, etcétera. Y los días árabes, por otra parte, con sus revueltas-revoluciones para quitarse de encima a sus tiranos, son información que por ningún motivo debe ser desplazada por el amarillismo noticioso de los filmes premiados.
Empero, las primeras páginas de los diarios –¡de casi todo el mundo!– dieron como la principal, con todo y fotos, la fiesta frívola de esa Academia de Artes Cinematográficas, donde se busca impulsar una y otra película y, de paso, reconocer a los protagonistas que, a juicio de los del Comité, destacaron por su representación. Ese día o al otro día, por las redacciones de los medios de comunicación, se subestimó la información de la sangrienta represión a los árabes que osaron desafiar a sus dictadores, violentamente por que no tuvieron otra salida, y permanecen dispuestos a morir en defensa de instituir un régimen democrático, para exigir empleo, solución a las demandas de salud, escuelas y mejores salarios, ya que sobreviven en condiciones de esclavos… ¡con todo el petróleo y cuyos pagos engordan las cuentas de esos dictadores en bancos extranjeros, para cuando huyan!
El negocio futbolero (Televisa, dueña de dos o tres equipos que dizque compiten entre sí), espectáculo donde los esposos se embeben hasta desatender a su familia (se ha argumentado como causal de divorcio); la publicidad a los filmes, para que los productores recobren sus inversiones con creces y los cantantes de imagen, han desplazado a otros entretenimientos más útiles, y de paso marginan la información de estallidos sociales, premiación de estudiantes en matemáticas, la lectura, los problemas de la escasez de maíz, etcétera.
La entrega de las estatuillas opacó lo que pasa en Libia, la falta de creación de 15 millones de empleos en nuestro país, la disputa por el territorio entre los delincuentes y éstos desafiando, a sangre y fuego, a las fuerzas institucionales. Por eso Calderón quiere que los oficinistas y empleados de las secretarías de Marina y Defensa se alisten como tropa, pues parece que los uniformados regulares ya no son suficientes para enfrentar esa barbarie que nos tiene atrapados en la angustia por tantos miles de homicidios. La entrega del Óscar, en estos momentos, como otros actos, no sirve para consolarnos, y sí, en cambio, distraen a la opinión pública de lo que debería estar atenta sin concesiones a la frivolidad.
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