Leonardo García Tsao
Cannes.
El buen nivel que ha mostrado
la competencia hasta ahora, se mantuvo por cortesía del sudcoreano Park
Chan-Wook y su reciente realización Agassi (La sirvienta). Situada
en los años 30, durante la ocupación japonesa, la película describe en
tres tiempos una intriga por la cual una carterista coreana llamada
Sookee (Kim Tae-Ri) es reclutada por un impostor (Ha Jung-Woo), quien se
hace pasar por un conde japonés, en un elaborado fraude para seducir a
la heredera japonesa Hideko (Kim Min-Hee) y quedarse con una fortuna.
Inspirado por la novela Fingersmith, de la inglesa Sarah
Winters, el argumento trata de un intrincado juego de engaños, en el que
nadie es lo que aparenta ser. Partiendo de la premisa de que algunos
coreanos en ese entonces querían hacerse pasar por nobles japoneses,
Park establece dicho juego con suntuosos movimientos de cámara y, en
general, un llamativo diseño visual que subraya el erotismo subyacente
en el encuentro emocional de dos mujeres de intenciones ocultas.
Si alguien esperaba la violencia gráfica de la Trilogía de la
venganza de este cineasta se quedó decepcionado. En su primera película
de época, Park ha querido demostrar una mayor sutileza y un evidente
formalismo en su oficio narrativo. (Sólo al final hay algo de sangre,
pero la crueldad aparece en varias instancias).
La otra concursante del día parecía contener lo que debe evitarse a
toda costa. En primer lugar, presentarse como una comedia alemana,
oxímoron si los hay. En segundo, ser una comedia alemana con casi tres
horas de duración. El asunto se antojaba perfectamente resistible. Sin
embargo, Toni Erdmann, tercer largometraje de la realizadora
Maren Ade, ha sido la sorpresa del festival y, al término de su función
de prensa, recibió el aplauso más largo hasta el momento.
El chiste es que el personaje titular no existe. Es el seudónimo
utilizado por un hombre semijubilado llamado Winfried (Peter
Simonischek) para realizar sus bromas pesadas. Resulta que él está
distanciado de su hija Inés (Sandra Hüller), una seria profesional en el
terreno de los hidrocarburos, demasiado comprometida con un proyecto a
realizarse en Rumania. Winfried decide ir a visitarla a Bucarest y
aparecerse en las situaciones más inesperadas, disfrazado de su alter ego con dentadura postiza y peluca de espanto.
Al margen de que el padre no puede salvarse de ser un viejo
sangrón, su táctica funciona para vencer la resistencia de Inés. En el
muy gracioso tercer acto, la mujer da muestras de ser capaz de actos
espontáneos, que desmienten su aparente solemnidad. La historia tiene el
potencial de ser adquirida por Hollywood, adaptada por David O.
Russell, para un remake interpretado por Robert De Niro y Jennifer Lawrence.
Fuera de competencia, el día le perteneció a Steven Spielberg y la proyección de The BFG (Mi amigo el gigante). Basada
en el célebre libro infantil del británico Roald Dahl, la película es
el temido regreso del director a su chabacanería de antaño, después de
que había mostrado madurez en proyectos como Munich (2005) y Lincoln (2012). Pero ¿qué podía esperarse de su primer trabajo para la casa Disney?
El asunto gira en torno a la niña londinense Sophie (Ruby Barnhill),
secuestrada por un gigante (Mark Rylance) al que ella llama BFG (las
siglas de Big Friendly Giant) y llevada al país de los
gigantes. En la monótona primera hora, la humana debe evitar ser comida
por otros gigantes que sí son antropófagos y acosan a BFG por ser menor a
ellos. A la niña se le ocurre acudir a la reina de Inglaterra (Penelope
Wilton) para que los ayude a deshacerse de los gigantes malos. (El
imperio británico como presencia heroica no deja de parecer un concepto
algo retrógrado. Sólo faltaba que la isla rabona donde se deposita a los
gigantes malos sea de las Falklands).
En los últimos días, las medidas de seguridad ya se han hecho algo
molestas. A la entrada de las salas, no sólo confiscan las botellas de
agua, sino también cualquier producto alimenticio. ¿Qué suponen, un
ataque terrorista mediante un sándwich? Asimismo, en un arranque de
mancerismo, han cerrado varias calles que dan acceso peatonal al Palais.
Las aglomeraciones han estado peor que nunca. No cabe duda, el
terrorismo islámico ha dejado su marca.
Twitter: @walyder
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