Carlos Bonfil
Elogio de la vida simple. Life, el título del cuarto largometraje del neerlandés Anton Corbijn (Control, 2007), tiene una doble lectura: remite primeramente a la revista homónima en la que un fotógrafo free-lance, Dennis
Stock (Robert Pattison), conquista la celebridad al capturar el aura
romántica de James Dean (Dane DeHaan), ídolo cinematográfico en ciernes;
también ilustra el discurso más convencional y manido sobre la
importancia de saber apreciar oportunamente los mejores momentos de la
vida. De la breve existencia del protagonista de Al este del paraíso (Elia Kazan, 1955), fallecido en un accidente a los 24 años, y de su fulgurante y meteórica carrera artística, Life retoma
tan sólo el episodio de la relación fortuita, a la postre muy intensa,
del actor con el fotógrafo que busca anticiparle, a través de su cámara,
la fama que él le augura con una convicción casi fervorosa.
Más que una película sobre James Dean (interpretado con acierto en
2001 por James Franco y recreada su celebridad de modo novedoso por
Robert Altman en 1982), lo que propone aquí el director es el recuento
de la accidentada relación de trabajo de la futura estrella y el
fotógrafo desconocido. Y en principio, nadie mejor que Corbijn, quien
antes fuera fotógrafo de celebridades y bandas de rock (Mick Jagger, U2,
Metallica, Depeche Mode, entre otros) para acometer esa tarea. El
retrato de James Dean abunda en su mitología mediática: vulnerabilidad a
flor de piel, un desenfado que le permite gestos de rebeldía frente a
magnates tan poderosos como Jack Warner (Ben Kingsley), una enigmática
vida amorosa y sexual a la que la cinta apenas alude de manera sólo
tangencial.
¿Qué queda entonces? El contexto intimista y familiar en que
se producen algunas de las fotos más célebres de Dennis Stock, un largo y
fatigoso señalamiento moral de las limitaciones del fotógrafo como
desobligado padre de familia y su muy tardía redención sentimental;
también el edén rural (Indiana) del Dean adolescente donde se concentran
todas las bondades de la vida. Fuera de cuadro quedan, como algo
secundario, el clima cultural de la época, el vibrante pulso de la
bohemia neoyorquina, el contacto, sin duda estimulante, de los dos
protagonistas con escritores de la generación beat y, sobre todo, el
enorme carisma de un gran ícono hollywoodense reducido aquí a un manojo
de gesticulaciones y mohines esforzados del voluntarioso Dane DeHaan en miscast irremediable. La malicia y perspicacia de un Stephen Frears (Prick up your ears,
1987) habría tal vez condimentado un poco más esta conmovida evocación
de James Dean y Dennis Stock, quienes aquí aparecen paradójicamente
desvitalizados.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional. 12 y 17:30 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1
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