Gabriel Real Ferrer*
En todos los países del mundo la gestión de la basura es un asunto más que polémico, es un asunto que enciende pasiones y que genera sonoros enfrentamientos. En ocasiones extremas, con agresiones y muertes a sus espaldas. Tenemos la necesidad imperiosa de dar un adecuado destino a las basuras si no queremos quedar enterrados en ellas; sin embargo, todo paso que damos es motivo de querella. La explicación a que aquello que de-sechamos y que necesitamos gestionar produzca tanto enfrentamiento es que, a pesar de que la basura sea eso, basura, puede ser fácilmente utilizada para alcanzar las dos aspiraciones básicas de la mayoría de nosotros: dinero y poder. En efecto, por una parte la basura mueve enormes cantidades de dinero, y por otra su gestión es siempre, siempre, un escenario de conflicto político.
El volumen de basura que producimos tiene ya un importante valor económico y lo tendrá cada día más, debido a las modernas técnicas y procedimientos de reúso y reutilización que nos permiten recuperar parte de lo usado para reincorporarlo al ciclo productivo, lo que contribuye a la denominada economía circular. En definitiva, la basura vale; lo que nos lleva a que, en esa dimensión económica, aparezcan muchos actores con intereses contrapuestos. La gestión de la basura hace aflorar de muy diversos modos estos conflictos económicos, desde el riguroso control que la mafia ejerce en algunas ciudades de Italia, hasta la más aséptica gestión que se hace en algunos países avanzados en este campo, en el que los agentes económicos son empresas identificadas, o modelos mixtos en los que se aprovechan las capacidades de algunos grupos marginales –caso de los pepenadores en México– para la identificación y aprovechamientos de la parte reciclable. Desde luego cualquier modelo que se proponga mejorar la gestión de la basura deberá tener en cuenta los intereses presentes.
Más, mucho más complicado es el uso que desde la política se hace de este problema monumental. Aquí no se trata de dinero, al menos directamente; se trata de poder. Se trata de cómo, demagógicamente o no, hipócritamente o no, atendiendo a los conocimientos científicos o ignorándolos supinamente, puedo utilizar cualquier proyecto en la materia para arañar un puñado de votos. Las condiciones son propicias: siempre habrá intereses en contra de cambiar las cosas; siempre hay argumentos –fundamentados o no, eso es lo de menos– que despierten la alerta de los ciudadanos, como la salud o los olores; siempre habrá colectivos a los que incomode tal o cual instalación –el conocido síndrome EMPN (en mi patio no). En definitiva, siempre cabe la agitación política. La planta de termovalorización El Sarape es ahora el objetivo.
En esto no hay distinciones. Desde que soy consciente izquierda y derecha han actuado igual en este campo, de modo populista, lo que, en esencia, consiste en especular con los temores y sentimientos de los ciudadanos. En todo momento es fácil encontrar algún científico que diga lo que convenga, sea en favor o en contra de cualquier cosa. Si hace falta ignoraremos la realidad y prometeremos un mundo ideal sin basuras, pero la realidad es tozuda. Nos asfixia la basura y nadie es capaz –salvo que mienta– de pronosticar cuándo seremos capaces en algún lugar del mundo de dar un destino socialmente útil, económicamente viable y ambientalmente impecable a toda la que producimos; lo único que hoy por hoy podemos hacer es reducir sus impactos negativos. Debemos, en la medida de lo posible y con todas nuestras fuerzas, aumentar el reciclado y el reuso. Igualmente, transformar en energía y en materia útil los restos orgánicos, pero por mucho que hagamos nos quedará un resto para el que en este momento no hay mejor –y posible– opción que proceder a su valoración energética en condiciones idóneas.
Por encima de cálculos electoralistas, los políticos deben gestionar con honestidad, esto es, sin distorsionar la realidad, los intereses de los ciudadanos, de los que ahora son y de los que aún no han nacido. Deben aprovechar lo que de bueno hayan hecho sus antecesores, mejorar lo mejorable y cambiar lo abiertamente equivocado. Sería muy de agradecer que quienes tendrán la responsabilidad de gobernar mantengan e impulsen los proyectos que pretenden situar a la ciudad en el camino intermedio entre la catastrófica realidad actual y la utopía. Sería, sin duda, una muestra de madurez digna de elogio.
*Profesor de derecho ambiental en diversas universidades europeas y americanas. Experto en residuos. Doctor honoris causa por UNIVALI (Brasil). Ha sido asesor de Naciones Unidas y de la Unión Europea, entre otras organizaciones
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