La Jornada
El señalamiento hecho ayer
por el presidente Andrés Manuel López Obrador en el contexto de su gira
por Chihuahua, en el sentido de que las personas migrantes no merecen
repudio y rechazo sino buen trato y apoyo, puede contribuir a moderar
las expresiones de inconformidad que, en algunas ciudades de la
República ubicadas en la ruta de los flujos migratorios, han encontrado
eco en buena parte de la ciudadanía.
Tras exhortar a los hombres y mujeres que acudieron a un acto de presentación de programas sociales a
no actuar de manera mezquina, (porque) eso se llama xenofobia, el jefe del Ejecutivo federal llamó a “no rechazar al extranjero (…) ni maltratar al forastero”, por la elemental razón de que todos los seres humanos, no importa dónde hayan nacido, tienen derecho a recibir buen trato por parte de sus semejantes.
La consideración presidencial une sentido común y sensibilidad
social, y resulta muy oportuna frente a la ola de manifestaciones
ofensivas contra los migrantes que, especialmente en redes sociales, han
empezado a proliferar en semanas recientes, y que muestran una
inquietante tendencia a subir de tono. Y es que los lugares comunes
muchas veces repetidos, aun cuando no se ajusten a la realidad,
encuentran fácil recepción en espacios donde carencias de diversa índole
afectan a gente que, en circunstancias normales, suele ser cordial y
amigable.
Se ha probado de manera irrefutable, por ejemplo, que el argumento
muchas veces repetido por la derecha de todas las naciones, según el
cual los migrantes (y los extranjeros en general) le quitan a los
nacionales las pocas oportunidades de trabajo con que éstos cuentan, es
insostenible, en primer lugar porque en términos cuantitativos el
porcentaje de personas foráneas que tratan de incorporarse al ámbito
laboral de los países de acogida es mínimo, y en segundo porque los
trabajos que eventualmente desempeñan son, en general, despreciados por
las personas locales. Las labores de recolección agrícola en California,
necesarias para la economía, pero que ningún estadunidense wasp quiere hacer, son un buen ejemplo de ello.
Al margen, sin embargo, de lo que puede ser una discusión teórica
acerca de la relación entre personas en tránsito y residentes, en lo
inmediato es preciso impedir que la campaña antimigrante siga reuniendo
adeptos, porque eso podría ser, en un futuro inmediato, el detonante de
situaciones de violencia que a nadie convienen.
Naturalmente que la migración es un problema complejo en el que
participan muchos factores sociales y culturales que pueden provocar
roces entre los recién llegados (o en tránsito) y las comunidades que
habitan sus poblados o ciudades natales, pero en tal caso, y tomando en
cuenta que se trata de situaciones temporales, es necesario poner la
tolerancia por encima de la confrontación, el entendimiento entre
personas antes que la animadversión hacia
el otro, más aún cuando el otro esté pasando por una indeseable situación de penuria y desarraigo.
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