Raúl Romero*
El neoliberalismo es una fase
de la organización social capitalista a la que, de manera muy general,
se le puede caracterizar por
1) la destrucción o disminución del Estado social;
2) la desregulación y expansión del sector financiero;
3) la extinción y privatización de industrias estatales y paraestatales;
4) la liberación de fronteras para los capitales y el aumento de restricciones migratorias para las personas;
5) la adopción de modelos de
seguridad militarizadaque garanticen la protección de los
sectores estratégicosy la integración regional;
6) la expansión de las corporaciones trasnacionales;
7) el predominio de las economías extractivas y de despojo, y 8)
el crecimiento, a escala global, del crimen organizado. Algunos de
estos fenómenos son anteriores al neoliberalismo, pero es en esta etapa
cuando alcanzan su predomino.
Como en toda formación social, en el neoliberalismo se modifican las
relaciones sociales y los sentidos comunes. Los discursos que fomentan
el
emprendedurismo, la competencia, la eficiencia y la eficacia y que argumentan a favor de lo privado por sobre lo público colman la retórica neoliberal. Los derechos se van sustituyendo por
oportunidades, al tiempo que se refuerzan las
explicacionesasociales y ahistóricas como respuestas a problemas estructurales. Estos discursos suelen venir acompañados de descalificaciones contra las organizaciones de los pueblos: los sindicatos son los adversarios favoritos, pero también los pueblos originarios que, en el lenguaje del poder,
se niegan al progreso.
Aunque el capitalismo en su fase neoliberal es un sistema global,
éste se despliega de formas distintas en los territorios. En los países
del tercer mundo o dependientes, se modifica el Estado y se anulan las
pocas conquistas sociales para facilitar el proceso de acumulación de
los centros imperiales.
En el caso de México en particular, la modificación del Estado
incluyó el reordenamiento económico y jurídico. En lo económico
significó reformas fiscales, racionalización del gasto público,
aperturas comerciales y un agresivo programa de extinciones y
privatizaciones de bancos, sociedades crediticias, siderúrgicas,
fertilizantes, azucareras, autopartes, camiones, bicicletas, cines,
aeropuertos, líneas aéreas, hoteles, teléfonos y ferrocarriles. Los
datos son muy representativos: de las mil 155 empresas paraestatales que
tenía México en 1982, hoy quedan menos de 200.
En materia jurídica, el reordenamiento del Estado mexicano se tradujo
en 86 decretos de reforma constitucional entre 1982 y 2009 ( véase https://bit.ly/2UlJzhF),
entre las que destacan las del artículo 27, que puso fin al reparto
agrario y a la propiedad social de la tierra, abriendo paso al despojo y
a la privatización de las tierras ejidales y de los recursos naturales;
las del artículo 28, que ampliaron las exenciones fiscales y
posibilitaron la inversión privada en comunicación satelital y en
ferrocarriles, y las del artículo tercero, que priorizó la educación
como derecho individual y no como derecho social, al tiempo que abrió la
puerta para que iglesias y empresarios intervinieran en planes y
programas de estudio.
También es de destacar la contrarreforma al artículo segundo que, en
sentido contrario a los acuerdos firmados con los pueblos indígenas, se
negó a reconocerlos como entidades de derecho público con pleno derecho
al disfrute de sus territorios, o las reformas al artículo 123, que
terminaron por dejar a la clase trabajadora en el desamparo total frente
a la ambición de las patronales y sus nuevas formas de explotación.
Como resultado de la restructuración del Estado mexicano, las
economías extractivas y el crimen organizado pasaron a ocupar lugares
claves, sumergiendo a nuestra sociedad en una de las crisis más
violentas del México contemporáneo. Las miles de personas asesinadas y
desaparecidas, así como el despojo y ecocidio que caracterizan
actualmente a nuestro país deben entenderse no como resultado de la
corrupción, sino como efecto directo del capitalismo neoliberal.
¿Es posible que algo de todo esto cambie en el corto plazo?
Lamentablemente, no. Las señales que se dan desde la nueva
administración apuntan a la continuidad neoliberal, por más que el
Presidente haya decretado su fin. Ya no hablemos de emprender un proceso
constituyente que, como sucedió en algunos países de América Latina,
ayude a discutir un nuevo pacto social. Tampoco está en la agenda
pública a corto plazo la suspensión o renegociación de la deuda externa o
echar atrás las contrarreformas más significativas, como la energética.
Al contrario: los proyectos de despojo, que además aceleran la
integración con Estados Unidos, se han vuelto prioridad para el
Presidente.
El neoliberalismo no terminará por decreto. Tampoco debemos
engañarnos con la nostalgia de un pasado mejor que no existió para todos
y todas. Limitar las alternativas dentro de los márgenes del
capitalismo sería, además de suicida, aceptar
el fin de la historia. Rediscutir y proponer formas de organización social sin explotación ni dominación es urgente. Se requerirá de mucha imaginación política y del estudio profundo y crítico de experiencias pasadas y presentes. Acabar con el neoliberalismo y con el capitalismo será obra de los pueblos y sus organizaciones.
*Sociólogo
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