Rebeca E. Madriz Franco Género con Clase
Al plantearnos los desafíos del movimiento Feminista en América Latina, es necesario en primer lugar, ubicarnos en el contexto económico y social de una región caracterizada por profundas desigualdades sociales. Desigualdades que se manifiestan en todos los ámbitos, pero que muestra su rostro más cruel cuando se trata de las mujeres, y su mayor desmembramiento cuando se trata de la organización de los sectores sociales en la lucha articulada por la conquista de sus derechos y reivindicaciones. De esta manera, el movimiento feminista en la región tiene entre sus mayores obstáculos la desarticulación de las luchas, enmarcadas cada una en sus propias realidades nacionales y al margen de un mundo globalizado que arrastra y retrograda cada vez más, los logros hasta ahora alcanzados por las mujeres; situación que se profundiza ante la actual crisis capitalista.
A esta situación globalizada, se le suman otras realidades; mujeres desplazadas; tráfico y prostitución forzada de mujeres, niñas y niños; feminicidios; feminización de la pobreza; analfabetismo; violencia física, psicológica y sexual; violencia comunicacional; mercantilización de la imagen de la mujer; acceso desigual al empleo y a los cargos de decisión política; entre otra gama de fenómenos que afectan principalmente a las mujeres; y que junto a las restricciones legales, las políticas neoliberales, y la iglesia católica diversifican y profundizan la discriminación que sufre la mujer. Y es que las mujeres de América Latina, estamos subsumidas en nuestras propias realidades, tratando de sobrevivir en las condiciones a las que hemos sido sometidas.
En este sentido, el movimiento feminista latinoamericano no puede menos que requerir de una lucha cohesionada e igualmente globalizada, que permita, en primer lugar, la creación de una red o plataforma organizada que posea un programa único y consensuado que abrace las diferentes necesidades, realidades y reivindicaciones del movimiento de mujeres, pues requerimos de la más amplia unidad e inclusión en una lucha común contra el Patriarcado como sistema jerárquico de opresión y explotación.
Una plataforma que si bien requiere de autonomía, requiere también de una clara posición antiimperialista y antineoliberal que asuma la vocería de las mujeres latinoamericanas frente a las realidades políticas, económicas y sociales que enfrenta nuestra región, pues no puede obviarse el capitalismo, como elemento fundamental que va en detrimento de la situación de las mujeres, colocándonos en los márgenes de pobreza más extrema.
Requerimos pues de un espacio amplio que permita la integración de los diversos movimientos y expresiones feministas bajo una misma lógica que propugne la igualdad de derechos y condiciones para las mujeres.
De manera que la politización del movimiento feminista es indispensable para incidir en el progresivo avance de nuestros derechos. Es por ello que esa amplia unidad, que debe incluir a todas las mujeres que se desarrollen en un ámbito y bajo condiciones específicas; debe tener como precondición: el carácter antineoliberal y antiimperialista claro y manifiesto, que reafirme la lucha de las mujeres contra los sistemas que nos oprimen, pues las feministas estamos obligadas a imbuirnos con nuestros pueblos en las luchas por mejores condiciones de vida, por la autodeterminación, por la libertad y por la liberación nacional.
Los principales enemigos de las mujeres los hemos identificado -el patriarcado y el capitalismo- el reto que se nos plantea hoy es la construcción de una alternativa real para nuestra América.
Desde una argentina con un histórico y fuerte movimiento feminista en movilización permanente. Pasando por un Uruguay en el que la influencia judío cristiana de un Gobierno en teoría progresista, reta las mayorías del pueblo frente a la propuesta de despenalización del aborto, dando al traste con el merecido avance en materia de derechos sexuales y reproductivos para las mujeres. Un Chile en similar situación, donde la incidencia y arremetida de la Iglesia Católica cercena los derechos de las mujeres. Un Ecuador que pese a estar atravesando un proceso transformador, posee entre sus banderas la protección del feto desde el momento de la concepción, limitando el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Asimismo la situación de las mujeres colombianas, cada vez más alarmante frente a la ola de desplazamientos por la guerra de un país en el que las mujeres, son las principales víctimas de un estado paramilitar que arremete contra los más débiles. Una Bolivia donde las mujeres han venido siendo objetivo de las arremetidas de los sectores más reaccionarios. Un Brasil donde ser proxeneta se coloca entre los negocios más rentables de los sectores económicos dominantes. Una Nicaragua que igualmente retrocede ante logros que habían sido alcanzados. Una Venezuela con avances legislativos, pero con una escasa e incipiente organización femenina.
Una América central que sufre los embates más nefastos del neoliberalismo obligando a las mujeres a buscar “mejores” condiciones de vida y emigrar en un viaje donde el hilo entre la vida y la muerte, se hace casi invisible por tratar de lograr mínimas condiciones de existencia. Una Cuba en la que la mujer juega un papel fundamental y el Estado ha logrado enormes avances en materia de género, pero la situación político – económica, coloca en segundo plano ésta realidad. Hasta un México, en el que la mano asesina de las transnacionales, con el aval y silencio del gobierno, y las grandes mafias, hacen de los asesinatos de mujeres por razón de su sexo, una práctica cotidiana y cruenta que enluta miles de hogares por año; son necesarias para este reto histórico.
Esta superficial panorámica de nuestras condiciones, requiere de mujeres conscientes, organizadas, articuladas y movilizadas por la conquista de la igualdad económica, política y social; así como por la liberación de nuestras naciones de las cadenas de las potencias imperialistas y la explotación capitalista.
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