Miguel Ángel Granados Chapa
MÉXICO, D.F., 21 de junio.- Criados en las mismas tradiciones, conocedores de las trampas y los trucos para dominar al adversario, Fidel Herrera y Miguel Ángel Yunes protagonizan el rudo proceso electoral que concluirá en Veracruz –como en otras 14 entidades de la república– dentro de dos domingos. Herrera no es candidato, pero es el gobernador que mueve los hilos de las candidaturas del PRI. Estaba haciéndolo con la astucia que le permitió hacer una larga carrera. Pero esta vez topó con la socarronería de Yunes, que puso pájaros en el alambre (como quizá lo hizo muchas veces antes, cuando era priista) y sorprendió a Herrera en conversaciones comprometedoras que el candidato panista dio a conocer por interpósitas personas.
Aunque son casi estrictamente contemporáneos (Herrera nació en 1949 y Yunes tres años después), sus trayectorias políticas fueron distantes, hasta 1998, en que ambos creyeron que podrían alcanzar la gubernatura, que en esa ocasión estaba reservada para que Miguel Alemán Velasco alimentara sus sueños políticos, como si le fuera dable reproducir los que su padre hizo realidad: al pretender transitar del Senado a la gubernatura, como logró su progenitor, quizá lo asaltó la gana de continuar el camino hasta concluir en el Palacio Nacional. Pero Miguel Alemán Valdés lo había hecho a una edad muy temprana y en circunstancias en que más podía el azar –la fortuna al modo de Maquiavelo, no la que suma caudales– que el dinero.
Gobernador Alemán Velasco, parecería que Yunes y Herrera quedaban emplazados para seis años después, para 2004. En realidad era un despropósito del ahora panista, pues implicaba comparar su carrera con la de Herrera, mucho más prolongada y variada que la suya. Ambos fueron diputados, pero Herrera pisó la Cámara –todavía en el palacio del Factor, en Allende y Donceles– en 1973, mientras que Yunes estrenó curul casi 20 años después, en 1991. Ninguno de los dos alcanzó cargos de significación en el gobierno federal, pero Herrera estuvo en contacto con la política nacional desde muy temprano, lo cual le permitió hacer una carrera legislativa (cuatro turnos en la Cámara de Diputados y uno en el Senado), mientras que Yunes sólo volvió una vez a San Lázaro. Estaba allí, rabioso y lleno de rencor por no ser él quien ocupara el sitio, cuando Herrera ganó la candidatura de su partido y también triunfó en la elección constitucional, con pocos votos de diferencia y aun menor margen de credibilidad. Se le opuso entonces, desde el PAN, Gerardo Buganza, quien seis años más tarde dejó ese partido, agraviado porque Yunes fue el escogido por el presidente Calderón para enfrentar a un candidato priista de menor talla política que Herrera un sexenio atrás, y al cual era posible derrotar con holgura. Consideró tan honda la ofensa, porque con ella se privilegió a Yunes, que se fue del PAN y se manifestó partidario de Duarte, el candidato fácil al que iba a vencer. En las revelaciones que el PAN ha puesto a circular resalta el hecho, que puede ser calumnioso por provenir de Yunes, de que tal adhesión no fue gratuita, sino que tuvo una recompensa material.
Herrera sirvió lealmente a Alemán y consiguió que su juicio pesara ante Roberto Madrazo y Elba Ester Gordillo, secretaria general del PRI, para ganar la candidatura, postergando a Yunes. Éste consolidaba entonces su acercamiento a la lideresa magisterial, en la Cámara de Diputados. Su conocimiento de la ley y de sus trampas, su agresividad sin escrúpulos, lo hicieron un ariete necesario en la batalla interna por el dominio del Congreso, preámbulo a la contienda por la candidatura presidencial. Gordillo arrastró consigo a Yunes en su caída, cuando diputados oaxaqueños y mexiquenses fueron la punta de lanza contra la profesora que, desposeída del liderazgo en la Cámara, quedó en posición precaria, pues siguió siendo secretaria general del partido, enemistada con el presidente del mismo, su antiguo y circunstancial aliado, y pillada en la operación de estar creando un partido para su uso personal, Nueva Alianza.
En el extremo del pragmatismo, una vez echada del PRI y emergida del clóset, es decir, asumido su papel en el Panal, que durante un tiempo pretendió disimular, ella misma y su partido se asocian con el mejor postor. Ella, priista sin duda en 2000, se aproximó a Vicente Fox y logró concesiones para su equipo. Pero con Calderón estrechó los lazos, al punto de que sus indispensables servicios electorales –cruciales para que el candidato panista llegara en 2006 a la silla presidencial– fueron recompensados con la cesión de una franja de la administración. En ella descolló el ISSSTE, que fue entregado a Yunes, quien en la administración anterior había llegado a ser subsecretario, un rango del que estuvo lejos durante su militancia priista.
Esa militancia había cesado simultáneamente con el despido de Gordillo. Por un tiempo Yunes se mantuvo sin partido, quizá en espera de los movimientos de piezas que su jefa tenía que realizar, y luego se convirtió en panista, como quien se cambia de calcetines. Vio con disgusto que en 2007 el Panal hiciera alianza con el PRI en Veracruz, por la cordial relación que a despecho de Yunes mismo mantenían Herrera y Gordillo. Y procuró crear la plataforma desde donde llegaría al gobierno del estado por el camino sesgado de un partido al que desdeñó y persiguió cuando fue secretario de Gobierno, el cargo más relevante a que lo condujo el PRI, bajo Patricio Chirinos, es decir, bajo Carlos Salinas.
Durante los tres años en que encabezó el instituto de la seguridad social de los empleados públicos (a los que sometió a un infamante nuevo régimen de pensiones), sus dos jefes, Calderón y Gordillo, acordaron postularlo en Veracruz. Aquél dispuso que el PAN lo eligiera, y ésta puso a su disposición el Panal. Mucho antes de esas operaciones, Yunes hizo campaña en Veracruz con gran descaro. Fingiendo que realizaba obras sociales en beneficio del personal federal que trabaja en ese estado, pagó propaganda intensa y onerosa, y viajó con gran frecuencia a su entidad natal, no como oriundo de Soledad de Doblado que visita a los suyos, sino como precandidato. Tal vez se le acuse, en estos días, de ese gasto realizado en precampaña y para responder al golpe mediático y político que implica mostrar a Herrera como dispendioso sultán que abre generosos cofres y escarcelas (no los suyos, que los tiene, sino los del poder público) para lograr que sus candidatos hagan campañas cómodas ("dale a todos", sugiere a un aspirante perplejo por tantas reclamaciones de apoyo de sus multiplicados coordinadores de campaña).
Pobre sociedad veracruzana, apresada entre Escila y Caribdis, entre un gobernador prolongado en un candidato dócil y débil y un voraz ejercedor del poder tope donde tope. Queda a los veracruzanos la opción de Dante Delgado, tercero en discordia, sufridor de la ruindad de Yunes, quien lo encarceló y buscó además infamarlo con acusación de delitos patrimoniales, que libró cabalmente. Sus defectos, especialmente el predominio personal sobre el partido que fundó, son inocultables, pero comparado con Herrera y Yunes es una alternativa digna de ser valorada.
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