Hay cientos de miles de enfermedades que padecen más de 90 millones de mexicanos por los embates del empobrecimiento masivo, iniciados por la desnutrición, pues ni los que tienen alguna entrada (míseros salarios mínimos, propinas, préstamos en miles de casas de empeño que se multiplican para dizque auxiliar las urgentes necesidades de quienes quisieran vender hasta sus vidas y los que obtienen por otros medios dinero no les alcanza para comprar ni la mitad de la canasta básica y cuyos precios siguen a la alza, con todo y la inflación reprimida de los índices del Instituto Nacional de Estadística y Geografía), algún obrero, las degradadas clases medias o quienes apenas si entran al mercado formal, aunque el mayor consumo lo hacen en los ya carísimos tianguis, tienen para nutrirse, ya que obtienen artículos para domar un poco el hambre.
Son ya cuadros urbanos el ver a mujeres con sus niños y hombres en torno a los changarros de tamales y atole (tamales y atole ya de muy baja, bajísima, calidad) y en otras variedades de las llamadas “fritangas”, donde medio se sacian su hambre para encaminarse a las escuelas y a sus centros de trabajo. Por todo el territorio, sobre todo en casi sus tres cuartas partes, los mexicanos o están obesos, por la comida chatarra, o sus cuerpos acusan anemias. Y los que están en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) inscritos y en el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), donde no hay medicinas (¡y menos vitaminas!), se emparejan con los que, dice Calderón y su eco Córdova Villalobos (éste ya en campaña rumbo a Guanajuato, haciendo escala en Michoacán para apoyar a la hermana del inquilino de Los Pinos), son ya 40 millones de mexicanos con su Seguro Popular para atención médica (y con cuyas credenciales se enriquecieron los foxistas José Antonio Fernández y el actual director de Pronósticos Deportivos, otro botín, Blanco Tatto, al que se niegan a investigar por corrupción).
Ese Seguro Popular, del que Calderón hace alarde asegurando que los estadunidenses tienen bajo ese amparo gubernamental a los que ya existen en México. En las últimas dos notas de los reporteros Jorge Ramos Pérez y Alonso Urrutia (El Universal y La Jornada, 29 de octubre de 2010), los dos funcionarios federales hicieron las cuentas alegres, pasando por alto que esa supuesta atención médica es parecida a la famosa carabina de Ambrosio, la cual no servía más que de adorno. Y es que las instituciones públicas para prestar ese servicio, diseñadas para atender un máximo de 3 millones de pacientes, se dedican a hacer lo mismo que el ISSSTE y el IMSS: despachan con recetas al “ahí se va” o al “haiga sido como haiga sido” (lo escribí con ache para ayudarle a Calderón con algo de ortografía), y si las hay en existencia, con un surtido de medicinas “made in China” que no sirven para nada y mejor fuera que les dieran una cafiaspirina legítima, para cuando menos quitarles momentáneamente el dolor por el coraje de la pésima consulta que ampara el Seguro Popular… que ni es popular y mucho menos es un seguro. Dice Calderón y su cómplice Córdova que al menos en el renglón de los programas de salud han cumplido… ¿han cumplido? No. Porque son los Ambrosios azules.
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