10/28/2011

El costo de la protesta



Samuel Schmidt
schmidt@mexico.com



Si Marx y Engels escribieran el Manifiesto del Partido Comunista a principios del siglo XXI tal vez hubieran usado las siguientes palabras: Un aire de intranquilidad y protesta recorre el mundo.

Aunque no estamos frente al proceso político que ellos preconizaban, o sea, la lucha entre clases sociales que llevaba a la revolución, estamos atestiguando conflictos generalizados en varios países. Esto ya sucedió en 1968 cuando se elevó la voz en países tan diversos como China, ciertos europeos (Francia, Alemania) y de América (Estados Unidos, Argentina, México). En aquel entonces como ahora no había una sola voz, ni una sola demanda, cada país respondía a distintas temáticas. Algunos países atendieron la queja y otros pensaron que nada sucedía, manteniendo sus estructuras políticas, pensando tal vez que podrían aplazar la queja y que el tiempo la desaparecería. Los gobiernos reaccionaron con diversos grados de violencia, México se atrevió a acribillar a los asistentes a un mitin generándose una cantidad desconocida de muertos, pero en todos los casos definieron a las protestas como agresión contra el orden establecido, como si los gobiernos deberían ser inmutables y el sistema se eternizara. El mensaje parecía ser que nadie debe atreverse a cuestionar. Tal vez habría que recuperar el slogan PROHIBIDO PROHIBIR.

Algo similar sucede ahora, los gobiernos asumen que los protestantes atentan contra un sistema que hay que hacer prevalecer a toda costa, y uno escucha posturas que si no es por su gravedad deberían llamar a risa.

Desde la intolerancia chilena que no quiere ceder ante las demandas estudiantes, y hasta el argumento en Los Ángeles para remover a los ocupantes porque se está deteriorando el pasto donde acampan. Sería un magnífico ejercicio medir que es más rentable socialmente hablando: mantener un pasto bien cuidado o proteger el derecho a disentir. Bien visto, tiene más valor elevar la voz frente a los abusos contra la mayoría de la sociedad, donde se ha generado un daño social y económico cuya reparación tardara décadas y en algunos casos no llegará, mientras que el pasto se arregla en un santiamén.

La afectación es significativa. España ya tiene un número muy preocupante de familias completas sin ningún ingreso, en Chile los jóvenes protestan frente al encarecimiento de la educación, en Estados Unidos hay jóvenes cuyo futuro se ha arruinado por el nivel de endeudamiento que han tenido que asumir para poder estudiar y muchos no pueden estudiar, y el número de pobres va en ascenso; frente a este elevado costo social que tan relevante puede ser el mantenimiento del pasto, o que trivial suena la defensa del espacio público porque la ley así lo determina.

Los gobiernos acuden a la defensa de la ley como mecanismo de desactivación de las expresiones disidentes o transgresoras. El problema es que la ley los ensordece ante el clamor social de que algo está básicamente mal y el manejo de un tema de protesta social con criterios policíacos indica que deben buscar un daño público para actuar contra la gente, ya hasta precio le han puesto a la reparación del pasto en Los Ángeles.

La Primavera árabe logró derrocar dictaduras de largo alcance y severa brutalidad, pero ahora se abre la puerta a lo que ya se denomina el fascismo musulmán, que es la imposición de una interpretación religiosa intolerante que busca homogeneizar a la sociedad alrededor de dogmas religiosos, sin dejar el menor resquicio para la democracia.

La intolerancia y la falta de espacios de expresión facilitan expresiones radicales. Recientemente se reconoció la acción de grupos anarquistas en México cuya finalidad de destruir la dominación.

No menos interesante es la supuesta alineación de narcos mexicanos (zetas) con terroristas de Estado (Irán), porque se construye un escenario de turbulencia donde van a coincidir indignados, terroristas, anarquistas, fuerzas internacionales y todo agravado con una crisis económica que todavía parece guardarse lo peor de sí misma.

Los políticos se han mantenido cautamente lejos de estos movimientos. No quieren afectar a sus intereses y a los que los sostienen. Algunos se acercaron para dar una imagen de progresismo y tener una fotografía para la campaña electoral próxima, pero fuera de excepciones, como una declaración del cabildo de Los Ángeles, se mantienen alejados tratando de evitar ser inoculados con el virus de la protesta. No debe ser fácil quedar bien con dios y con el diablo, pero los políticos usualmente se mueven en ese tipo de malabarismo, con el resultado de que se alejan de la sociedad en general y se acercan a las fuentes de dinero que han propiciado todo este desorden.

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